EL PAÍS

Israel e Irán intensifican su guerra soterrada

La pasada semana, mientras las negociaciones sobre la reforma judicial, el desplante de Joe Biden a Benjamín Netanyahu y la última manifestación multitudinaria copaban la atención sobre Israel, su Fuerza Aérea supuestamente bombardeó en Siria en apenas cuatro días tres objetivos vinculados a Teherán. En uno de ellos murieron dos miembros de la Guardia Revolucionaria, los famosos pasdarán. La policía griega venía de arrestar a dos paquistaníes sospechosos de planear un ataque ―cuya logística el Mosad atribuye a Irán― contra un restaurante israelí en Atenas. Y, en la noche del domingo, en plena tensión por los bombardeos previos, Israel derribó un dron “aparentemente procedente de Siria” y tras el cual ve también la mano de Teherán. Este lunes, la Fuerza Aérea israelí derribó otro dron sobre el cielo de Gaza.

Los bombardeos israelíes en Siria no son ninguna excepción. Los analistas militares los cifran en centenares desde que en 2012 comenzaron a llegar al país vecino fuerzas iraníes y de su milicia libanesa aliada, Hezbolá, en ayuda del presidente Bachar el Asad. Israel (que rara vez reconoce sus operaciones en el extranjero) se marcó como objetivo impedir que Teherán aproveche las aguas revueltas de la guerra siria para convertir un segundo país vecino de Israel (tras Líbano) en una base desde la que poder lanzar proyectiles. Lo ha logrado con el beneplácito de Rusia (que controla en la práctica el espacio aéreo sirio) y aprovechando la incapacidad del régimen de Damasco para lidiar a la vez con un largo y desgastante conflicto interno y con el ejército más poderoso de Oriente Próximo. De paso, Israel ha aprovechado su superioridad tecnológica y militar y el creciente desinterés occidental sobre lo que sucede en Siria, para asestar golpes a su gran enemigo en la guerra soterrada que mantienen, con asesinatos de científicos nucleares iraníes, bombardeos de cargamentos de armas, sabotajes a navíos y ciberataques.

Los ministros de Defensa israelíes suelen hablar en clave, con términos abstractos como “nuestros enemigos” o “las amenazas que afrontamos”. Yoav Gallant, sin embargo, fue claro este domingo. “No permitiremos a los iraníes y a Hezbolá que nos dañen. No lo hemos permitido en el pasado y no lo permitiremos ahora, ni en ningún momento del futuro. Cuando sea necesario, los expulsaremos de Siria a donde pertenecen, que es Irán”, declaró durante una visita a las tropas desplegadas en el territorio palestino ocupado de Cisjordania. Gallant aseguró, además, que “los iraníes están extendiendo su alcance a Judea y Samaria [nombre oficial en Israel de Cisjordania] y a Gaza, e intentan atrincherarse en Siria y Líbano”. Un caza israelí abatió este lunes en la franja palestina un “aparato aéreo no identificado”, antes de que alcanzase cielo israelí, informó el Ejército. Era del brazo armado del movimiento islamista Hamás, que controla Gaza, reivindicó este más tarde.

Meir Javendafar, profesor de estudios en Seguridad y Diplomacia de Irán en la Universidad Reichman de la ciudad de Herzliya, al norte de Tel Aviv, interpreta los últimos ataques atribuidos a Israel como un mensaje a Irán del Gobierno de Benjamín Netanyahu: “que no se atrevan a pensar” que la marejada interna por la reforma judicial (con manifestaciones masivas y rechazos de reservistas de las Fuerzas Armadas a cumplir determinados cometidos) “implica debilidad” militar o abre un resquicio a un ataque.

Javendafar, israelí nacido en Teherán, apunta también a la creciente normalización ―acelerada tras el terremoto en Turquía y Siria del pasado febrero― de los lazos con El Asad por los mismos países árabes que le dieron la espalda y apoyaron a los rebeldes al comenzar la guerra. Algunas fuentes sostienen, de hecho, que Arabia Saudí invitará a El Asad a la cumbre de la Liga Árabe en Riad del próximo mayo, tras haber normalizado el mes pasado sus relaciones con Irán, que también se ha acercado últimamente a Jordania, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Baréin. Ahora que controla la mayoría de Siria y las zonas más pobladas, “El Asad quiere reconstruir la economía del país, y lo que Israel le está diciendo es que la presencia iraní es lo que le impide la estabilidad para hacerlo”, opina el experto.

Según datos del Observatorio de Derechos Humanos, Israel bombardeó seis veces territorio sirio en marzo, el mes álgido de la crisis por la reforma judicial. Es un número superior al habitual. El pasado viernes, el objetivo fue un depósito de armas y munición al suroeste de Damasco que empleaban las Fuerzas Armadas sirias y sus aliados apoyados por Teherán, de acuerdo al Observatorio. No murieron milicianos de Hezbolá, sino dos mandos del Cuerpo de Guardias de la Revolución Islámica, el ejército ideológico del Irán posterior a la toma del poder por los ayatolás en 1979. La Guardia Revolucionaria prometió que “el régimen sionista falso y criminal recibirá sin duda una respuesta por el crimen”, según la agencia de noticias iraní Tasnim. Se trataba de asesores militares que, según la prensa saudí, intentaban incorporar sistemas de guiado de precisión a los cohetes. Justamente los cargamentos de estos sistemas son los que Israel bombardea una y otra vez en territorio sirio.

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En el ataque del domingo, murieron dos milicianos y cinco soldados sirios de la defensa antiaérea resultaron heridos. En la diana estaba de nuevo un almacén de armas, en la provincia de Homs. “Israel está cobrando un precio caro a los regímenes que apoyan al terrorismo”, dijo Netanyahu horas más tarde, al inicio de la reunión semanal del consejo de ministros, en Jerusalén. La prensa nacional difundió imágenes, atribuidas a una empresa israelí de inteligencia, de los daños en un aeropuerto militar en la zona.

En algunos casos recientes, el propio mensaje ha sido la repetición. En enero, el aeropuerto de Damasco tuvo que cerrar temporalmente por un bombardeo que mató a dos soldados. A principios de marzo, fue el turno del de Alepo. Retomó la actividad y dos semanas más tarde, quedó inoperativo por otro ataque con misiles y tuvo que redirigir los vuelos.

El conflicto encubierto, que en Israel se denomina la guerra entre guerras, no solo tiene como escenario los países vecinos o los barcos de las aguas del Golfo. Se extiende al propio Irán y, desde 2019, a Irak. El pasado enero, tres drones bombardearon un centro militar en la ciudad iraní de Isfahán, en una acción que fuentes oficiales estadounidenses atribuyeron al Mosad, el servicio secreto en el exterior de Israel. Se trataba de drones cuadricópteros, ya empleados en 2021 en un sabotaje a centrifugadoras de enriquecimiento de uranio y, dos años antes, en un bastión en Beirut de Hezbolá.

El programa nuclear iraní es la madre del cordero. Israel ―que abandera la política de mano dura y trata de boicotear los acuerdos internacionales para controlar el programa atómico de Teherán― es uno de los pocos países del mundo y el único de Oriente Próximo con arsenal nuclear. En su caso, no reconocido ni avalado por el Acuerdo de No Proliferación Nuclear. Desde que lo obtuvo en los años cincuenta, con la ayuda de Francia, lo percibe como la garantía de su supervivencia y no está dispuesta a perder la superioridad estratégica que le confiere en la región. En 2007, por ejemplo, Israel destruyó en Siria un reactor nuclear. Es uno de los escasos bombardeos en el exterior que ha reconocido formalmente (11 años más tarde). Ahora, después de que Irán haya enriquecido uranio al 84%, crece el temor a que Netanyahu lo haga con las instalaciones nucleares de Irán, lo que probablemente desencadenaría una guerra regional. En su periodo más largo en el poder (2009-2021), estuvo a punto de decretar un ataque, para el que necesita una luz verde de Estados Unidos que difícilmente obtendrá en estos momentos de desconfianza bilateral.

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