Israel se apresta a enterrar la era de Netanyahu con la votación de confianza a un nuevo Gobierno

Manifestación contra Netanyahu, el sábado ante la residencia del primer ministro en Jerusalén.
Manifestación contra Netanyahu, el sábado ante la residencia del primer ministro en Jerusalén.EMMANUEL DUNAND / AFP

Israel afronta este domingo un cambio de ciclo tras 12 años de mandatos consecutivos del conservador Benjamín Netanyahu, de 71 años, como primer ministro. La Kneset (Parlamento, formado por 120 escaños) se dispone a dar un voto de confianza a un nuevo Gobierno integrado por ocho partidos que abarcan todo el espectro político, incluido en primicia uno de la minoría árabe. A pesar de que solo aporta siete diputados a una coalición que deberá estar sostenida por 61 escaños, el ultranacionalista Naftali Bennett, de 49 años, se somete a la investidura en nombre de una heterogénea coalición de fuerzas con un programa de mínimos. La única amalgama real de este Ejecutivo es apear a Netanyahu antes de que arrastre a los israelíes a unas quintas elecciones en poco más de dos años con tal ponerse a resguardo del proceso que le abrió en 2019 la justicia por fraude y soborno.

La oposición israelí no ha sabido encontrar otra fórmula para descabalgar del poder al primer ministro que durante más tiempo ha gobernado en la historia de Israel: 15 años si se suma su primer mandato (1996-1999). “Netanyahu intenta llevar a todo el país a su Masada personal”, advirtió Bennett dos semanas atrás cuando confirmó que se sumaba al proyecto del “Gobierno del cambio” y rompía definitivamente con la derecha. La mención al suicidio colectivo de cientos de nacionalistas judíos antes de caer derrotados por las legiones romanas en una fortaleza junto al mar Muerto, hace cerca de dos milenios, fue una poderosa imagen de los peligros derivados de polarización de la sociedad y el bloqueo de las instituciones a causa de la obcecación del primer ministro por mantenerse en el cargo.

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El líder natural de la oposición, el centrista Yair Lapid, al frente de la segunda mayor fuerza de la Kneset tras el Likud de Netanyahu, se sacrificó para ceder a Bennett, a quien duplica de largo en número de escaños, la dirección del nuevo Gabinete durante la primera mitad de la legislatura. Ambos se turnarán en el puesto dentro de poco más de dos años y gobernarán coordinadamente, con derecho de veto recíproco sobre las decisiones esenciales, mediante un pacto de rotación. En el fragmentado sistema parlamentario israelí hay precedentes de otros gobiernos de unidad nacional, como el que pactaron hace 37 años el laborista Simón Peres y el conservador Isaac Shamir.

Los israelíes consideran que la coalición de Bennett y Lapid con otros seis socios dispares durará poco. Un 43% de los ciudadanos cree que será breve y un 30% que solo aguantará un tiempo, según una encuesta difundida por el Canal 12 (privado) de televisión. Y apenas un 11% apuesta a que pueda completar la legislatura. “Las cláusulas de salvaguarda y mecanismos de garantía del acuerdo no salvarán al nuevo Gobierno de saltar en pedazos. Solo servirá la confianza mutua”, argumenta el analista Nahum Barnea en su columna en Yedioth Ahronoth. “Lapid ya ha mostrado contención y perseverancia. Ahora es el turno e Bennett para demostrar su capacidad de liderazgo”, precisa.

El primer desafío al que ambos se enfrentarán para enviar un mensaje de credibilidad será la aprobación de unos presupuestos del Estado, los primeros desde 2019, destinados a reforzar el sistema sanitario y reactivar la economía tras la pandemia, que Israel se dispone a dejar atrás en los próximos días con el fin del uso obligatorio de mascarillas en lugares cerrados. También tendrán que ponerse de acuerdo, según el pacto de coalición, en la limitación del número de mandatos consecutivos –dos o hasta ocho años– al frente del Gobierno, en una medida que puede cerrar le paso a un eventual retorno inmediato de Netanyahu desde la oposición. E incluso deberán consensuar la despenalización del consumo de marihuana y la regulación de su uso recreativo.

Lo que no contemplan los acuerdos son las cuestiones espinosas que pueden hacer caer al Gobierno. No se esperan avances en las negociaciones con los palestinos –suspendidas desde 2014– desde un Gabinete donde se sientan halcones partidarios de la anexión de Cisjordania, como el propio Bennett, junto a palomas defensoras de la solución de los dos Estados, en el caso de Lapid y los laboristas.

El statu quo sobre el papel social del judaísmo también se presenta como una línea roja que han preferido no traspasar ni el religioso Bennett y ni el laico Lapid. No es previsible que se autorice el transporte público o la apertura generalizada de locales de negocio en sabbat, la jornada sagrada de descanso, aunque la coalición pretexte poner fin al monopolio de los ultraortodoxos en la remuneradora certificación de alimentos y locales kosher, ajustados a la ley religiosa. La incorporación de los estudiantes de las yeshivas (escuelas rabínicas) al servicio militar, del que están exentos en la práctica, es otro de los puntos de fricción de la coalición. Desde las filas de los jaredíes o temerosos de Dios no se ha tardado en excomulgar de facto a Bennett y conminarle a que deje de usar la kipá, el casquete redondo con el que cubren la cabeza los judíos practicantes.

La coalición también va a tratar de sellar las heridas abiertas en el reciente estallido de violencia sectaria entre judíos y árabes en ciudades con población mixta. Al frente de un pequeño partido árabe con cuatro escaños decisivos en la Kneset, el islamista Mansur Abbas ha arrancado un compromiso presupuestario para invertir más de 13.000 millones de euros en vivienda, infraestructuras y políticas de seguridad para las comunidades de origen palestino, que agrupan a una quinta parte de los 9,3 millones de israelíes. Su presencia en el pacto de Gobierno no tiene precedentes, aunque el religioso conservador Abbas, emparentado con los Hermanos Musulmanes, también ha impuesto un veto a la instauración del matrimonio civil para parejas homosexuales.

Marcha nacionalista judía en Jerusalén

Sobre el papel, los inestables equilibrios del pacto de coalición a ocho bandas parecen estar compensados. Pero la gestión de la realidad cotidiana pondrá a prueba su consistencia. Bennett y el “Gobierno del cambio” no tardarán en tener que demostrar si son más de lo mismo o representan un nuevo ciclo. La policía ha autorizado el martes una multitudinaria marcha nacionalista radical judía en la Ciudad Vieja de Jerusalén. No atravesarán el barrio musulmán, como estaba inicialmente previsto, pero lo bordearán y se concentrarán con banderas de la estrella de David en su principal acceso: la emblemática puerta de Damasco. Hace un mes, el provocador desfile tuvo que ser suspendido por el disparo de cohetes desde Gaza contra Jerusalén tras un ultimátum de Hamás.

El nuevo Gabinete afrontará además en los próximos días la demolición del asentamiento salvaje (no autorizado por Israel) de Evyatar, en el norte de Cisjordania, y el desalojo forzoso de decenas de colonos extremistas por orden judicial. Está por ver cómo reaccionará Bennett, quien hace una década fue el presidente del Consejo Yesha, la principal organización de los colonos de Cisjordania.

“El Gobierno trabajará unido para los israelíes religiosos, laicos, ultraortodoxos, árabes. Para todos sin excepción”, es el mantra que ha entonado hasta ahora el nuevo primer ministro para disipar dudas y hacer reverdecer la esperanza del consenso político tras la etapa final de “tierra quemada” de Netanyahu.

Para el primer ministro saliente, el pacto de casi toda la oposición con el solo fin de destronarle equivale a una “conspiración del Estado profundo” encarnando en “un peligroso Gobierno izquierdista”, a pesar de que la mayoría de sus miembros se encuadran en el centroderecha. Su denuncia contra el “fraude electoral del siglo en Israel” trae ecos de la estrepitosa salida del poder en EE UU del republicano Donald Trump, con quien Netanyahu lideró una internacional populista iliberal en la que aún subsisten el húngaro Víktor Orban, el indio Narendra Modi o el brasileño Jair Bolsonaro.

“Netanyahu se había convertido en su propio peor enemigo a causa de su egocentrismo, paranoias públicas y privadas, avaricia y constante incitación a la violencia”, apunta la causas de su caída en Yedioth Ahronoth el analista económico Sever Plocker. Frente a quienes destacan su legado de crecimiento exponencial durante cuatro mandatos encadenados desde 2009, Plocker cuestiona el “escándalo social que supone haber dejado a más de dos millones de israelíes por debajo del umbral de la pobreza”.


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