En mayo de 1974, un Jackson Browne con 25 años ocupaba la portada de la revista Rolling Stone, boletín oficial de la contracultura que hablaba de rock desde la intelectualidad y además entraba a fondo en la intimidad de sus estrellas. Se eligió una instantánea ciertamente íntima. También tierna. El cantante, que acababa de ser padre, posaba con su bebé, Ethan, de apenas unos meses. La imagen, de la fotógrafa Annie Leibovitz, mostraba al padre acariciando con sus labios los mofletes del recién nacido. “El niño prodigio crece”, decía el titular. El cantante acabada de editar su tercer disco, Late For The Sky, y estaba en su apogeo. Todo cambió tres años después: Browne tuvo que crecer de golpe. Su mujer y madre de aquel niño, la actriz y modelo Phyllis Mayor, murió tras una ingesta de barbitúricos que se consideró un suicidio. Ella tenía 30 años y se había casado con el músico cinco meses antes.
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Hoy, Browne (Heidelberg, Alemania, 72 años) se emociona en una charla por videollamada al recordar la que seguramente es la mayor tragedia de su vida. “¿Cómo pude sobrevivir a aquello? La respuesta corta sería porque tuve que criar a un hijo. No tenía otra. Pero yendo un poco más allá te diré que recibí mucho amor de la gente que me rodeaba, de la familia, de mis amigos. Y también del público. Recuerdo la primera actuación después de aquello. Era un concierto de los Eagles y Linda Ronstadt. Yo solo era el invitado, pero el público, consciente de lo que había ocurrido, me recibió con un montón de velas encendidas. Fue emocionante. Y sí, sobreviví, por eso y porque en mis canciones trato de describir la vida, con sus alegrías y asperezas. Eso me ayuda a avanzar”.
Efectivamente, Browne es un músico con una conexión especial con el público. Por el temple de su voz, por sus letras, idealistas y románticas, y por su férreo compromiso con causas indiscutibles, como el medio ambiente y la visibilización de los discriminados. Incluso por su imagen, esa eterna figura de hombre vulnerable. Todavía hoy, setentón, se muestra atractivo, delgado, con su melena lacia y una barba encanecida. Edita estos días su primer disco en siete años, Downhill From Everywhere (disponible el 23 de julio). No tiene prisa. En 50 años (su primer trabajo es de 1972) ha publicado 15 álbumes de estudio. “Quizá sean pocos discos, sí, pero es que nunca puedo lanzar algo que yo no crea que es lo suficientemente bueno. Respeto mucho al público”, señala.
“¿Qué cómo pude sobrevivir a aquello? Bueno, creo que la respuesta corta sería porque tuve que criar a un hijo. No tenía otra”, dice en músico sobre la muerte con 30 años de su pareja
El nuevo trabajo suena al Browne más clásico y los textos apelan a cosas tan lógicas que es difícil no suscribir el mensaje. “La dignidad y la justicia son la base de todo lo que importa en esta vida”, enuncia. En realidad, se trata de canciones protesta. El artista apunta hacia arriba: “El problema es que las grandes estructuras económicas son estúpidas. Se creen muy inteligentes porque se están llevando la mayoría de los beneficios. Pero no se dan cuenta de que para prosperar los beneficios se tienen que repartir entre todos. Y se ha visto con la pandemia”. Algunas letras hablan del concepto de inclusión en un mundo cada vez más confrontado: “La apertura a personas diferentes es básica. Sin esa actitud no vamos a comprender el mundo”. Y otras sobre la obligatoriedad de cuidar nuestro planeta: “Tengo 72 años, sé que no me queda mucho tiempo de vida. Pero tengo un nieto que es una hermosura. Tenemos la responsabilidad de dejar a los que vienen detrás un mundo habitable”. El cantante lleva años trabajando con organizaciones medioambientales.
Nació en Alemania, pero cuando tenía tres años llegó a California con su familia. A partir de los 20 años formó parte de la escena de Laurel Canyon, aquel barrio en Hollywood Hills que transformó el rock en los setenta. Esos talentosos músicos, apoyados por ambiciosos ejecutivos discográficos, convirtieron el folk protesta en rock para las masas. Allí estaban David Crosby, Neil Young, Joni Mitchell, los Eagles, Linda Ronstadt, los Byrds… Y Browne. Todos se hicieron millonarios, tomaron LSD y compusieron canciones memorables. Uno de sus cuarteles generales era el club Troubadour. “Estábamos allí todo el día. Era un lugar sagrado para nosotros. Todavía sigo yendo. Vi un concierto de Foo Fighters muy intenso. Cerraron durante la pandemia, pero creo que ya han empezado a dar conciertos”, señala.
Es necesario hablar de su vinculación con España. De hecho, su nuevo disco se cierra con Songs for Barcelona, la ciudad a la que llegó a mediados de los noventa después de una mala racha en Los Ángeles: huyó tras una amarga separación de la actriz Daryl Hannah (hoy pareja de Neil Young) e irritado con las discográficas de allá. “Esta canción es para Barcelona, ciudad de la gravedad y la luz. / Ciudad que me devolvió la pasión y restableció mi apetito”, canta en la pieza. Durante su estancia en España el cantante estableció amistad y ha colaborado con músicos como Raúl Rodríguez, Tino DiGeraldo, Los Secretos o Luz Casal. Todavía conserva su piso en barrio de Gràcia, donde acude con su actual pareja, Dianna Cohen, artista plástica y activista medioambiental. El cantante, aparte de Ethan (el bebé de la portada de Rolling Stone, hoy de 47 años), tiene otro hijo, Ryan (39 años).
“Yo no soy español, así que no te puedo decir nada sobre el asunto de la independencia”, se escabulle. Pero luego opina: “Tengo amigos catalanes independentistas y otros que no. Los escucho y respeto ambas posturas. Lo importante es llegar a un acuerdo desde la concordia. Lo que no me gustó ver fue la violencia de la Policía el 1 de octubre de 2017. Me quedé muy conmocionado cuando lo vi por televisión. Ahí el Gobierno español no estuvo acertado”.
Browne retoma a finales de julio su gira por Estados Unidos junto otro compañero de generación, James Taylor. También realizará una en solitario para ofrecer temas de su nuevo trabajo y sus clásicos, claro, donde no faltarán canciones de la considerada por muchos (quizá junto a Late For The Sky) su obra maestra, The Pretender, aquel disco teñido de tristeza donde dedicaba canciones a su esposa fallecida (Sleep’s Dark and Silent Gate, La puerta oscura y silenciosa del sueño) y a su hijo (The Only Child, El hijo único). Esta vez el público no le recibirá con velas, sino con la luz de los teléfonos móviles. El afecto, sin embargo, será el mismo.
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