Jaime Lorente: “Me he enfrentado conmigo mismo de muchas maneras y he sufrido porque no era feliz”

Hasta el cielo empieza como un drama social cuando Ángel (Miguel Herrán) mira desde su barriada los rascacielos de Chamartín y exclama: “Seguro que desde ahí les parecemos hormigas”. Pero se vuelve un trepidante thriller de acción (o lo que antiguamente se llamaba una americanada) cuando Ángel recurre al crimen organizado para llegar hasta lo más alto. “Su ambición es desmedida, no se conforma y siempre quiere más”, explica el actor. “Cuando roba cinco millones de euros la opción de blanquearlos y perder la mitad es, en su cabeza, una vida mediocre. Y se da cuenta de que el cielo no tiene límite”. La casa de papel ya glorificaba la rebelión de los pobres que roban a los ricos no para derribar el sistema, sino para colocarse encima de él, y Miguel Herrán se ha hecho famoso (en Instagram le siguen 14 millones de personas, la población de un país mediano) interpretando a hormigas con ínfulas de elefante. Río en La casa de papel se metía en un atraco por amor, Christian en Élite se metía donde hiciera falta por la fama. ¿Pero qué siente Miguel desde ahí arriba? Entre otras cosas, envidia de las hormigas.

“Saco dinero de Instagram, evidentemente, porque eres gilipollas si no lo aprovechas. Ahora mismo, el prime time de la televisión tiene menos espectadores que el Instagram de Ester Expósito”

La historia de sus orígenes es demasiado cinematográfica para ser verdad y demasiado cruda para ser inventada. “Yo era el típico chaval nini. No quería trabajar, no quería estudiar. Entonces salía mucho a la calle, muchas noches me las pasaba fuera con colegas, y en una de esas nos cruzamos con Dani [Guzmán, director de su debut A cambio de nada]. Nos ofreció la película y yo le dije que se la hacía gratis, mi única motivación era echarme unas risas y vacilar al arquitecto de Aquí no hay quien viva a las tres de la mañana. Yo no sabía lo que era un casting y casi ni entendía la palabra ‘presencial”, recuerda. Al primer casting se presentó “con un melocotonazo” (“era una sala oscura en un sótano, pensé que nos iban a violar”), al segundo “fumado”, al tercero no fue y en el cuarto apareció “de dudosa manera”. Pero como Guzmán no dejaba de darle oportunidades, Herrán decidió tomarse algo en serio por primera vez en su vida. El final feliz es que acabó ganando un Goya a los 19 años (el cual agradeció a Guzmán: “Me has dado una vida, Daniel”) y fichando por las dos series españolas más famosas del mundo.

Herrán ha comentado que le gustaría contar la vida de su madre en una película, porque admira que nunca tirase la toalla ante un hijo “muy cabrón, un verdadero hijo de puta” y ante un pueblo que la repudió por ser madre soltera. “Si yo te cuento las cosas que hacía antes no te cuadraría con la persona que soy ahora. Odiaba la vida, odiaba el mundo. Tuve una manera de ser bastante cabrona y de momento tengo miedo de contarlo, porque hice cosas de las que no me siento orgulloso. Me levantaba, me miraba al espejo y no me gustaba ni cómo era, ni lo que hacía, ni cómo trataba a la gente, ni cómo me trataba a mí mismo”, revela. Este carácter autodestructivo, por el cual confiesa que llegó a plantearse que si estuviera muerto todo mejoraría, encontró en la interpretación una motivación para levantarse de la cama por las mañanas. Lo del amor propio, sin embargo, sigue siendo una obra en construcción: de no querer estar presente, Herrán ha pasado a no saber estar presente.

Miguel Herrán viste de Prada.
Miguel Herrán viste de Prada.

“Me cuesta mucho estar aquí y ahora. Siempre estoy pensando en lo que voy a hacer después, sin disfrutar del momento. Hago un montón de cosas a lo largo del día y no estoy en ninguna. Quiero poder estar en esta entrevista sin plantearme qué consecuencias tendrán mis respuestas”, reconoce, “Por eso me gustan los deportes extremos, porque en esos momentos me siento vivo. Cuando estoy descendiendo una montaña con la bici o la moto sé que si no estoy pendiente del contacto de la rueda con la tierra, de cómo voy a caer o de la suspensión me voy a meter una hostia. Y no me quiero meter una hostia”. Eso ya es un avance. El otro asunto pendiente de Miguel Herrán es gestionar la vigorexia que sufrió en la adolescencia, cuando sus amigos le apodaban “Conan el Bárbaro”, y que todavía lo acecha cuando se mira en el espejo equivocado.

“He notado que la gente piensa que mi vida es la polla, que me he follado a Ester Expósito y a Úrsula Corberó, y que no me puedo quejar. El dinero no me ha hecho feliz, me ha dado más preocupaciones”

“Cada verano es la comidilla con mis colegas: cómo está mi cuerpo, si estoy más grande o más definido. Y yo siempre les digo que lo triste es que ellos con su barriga y sus cervezas son diez veces más felices con su cuerpo que yo”, lamenta. A veces siente que ha perdido músculo de un día para otro. “Todo depende de la cabeza”, asegura. Y de la luz, claro. “¡Y de la luz! No lo quería decir para no parecer friki, pero tengo espejos en los que me tengo prohibido mirarme con ciertas luces porque sé que me voy a obsesionar. Es una obsesión continua, porque una vez empiezas ya no paras. Cuando viajo en moto llevo una maleta con pesas. Y durante la cuarentena me compré un TRX, un banco y más pesas. Gané cinco kilos de músculo, pero al acabar el confinamiento dije ‘a tomar por culo’. Tengo una obsesión, pero tampoco soy gilipollas. Ha habido épocas en las que no lo he podido controlar. En La casa de papel llegó un momento en el que si me agachaba me reventaba el mono. Me pidieron que parase y yo les decía que vale, pero no paraba. Cuando me decían que estaba más grande yo les respondía que era percepción suya”, confiesa.

Cuando terminó el rodaje de Hasta el cielo, Miguel dejó de hacer musculación por primera vez en una década. Porque su proyecto de encontrarse a gusto en su propia piel pasa por conseguir que deje de importarle tanto la aprobación de los demás. Cuando el año pasado publicó un vídeo en Instagram en el que salía llorando sin mediar palabra, sus fans se empeñaron en rescatarlo tal y como Tokio lo rescataba en La casa de papel. Mientras, los medios mostraron una preocupación que atrajo tantos clicks como especulaciones en torno a su estado emocional. Como si hiciera falta especular. Él mismo se lo cuenta con total tranquilidad a cualquiera que quiera escucharlo: “Quería mostrar que cuando nadie me ve tengo mis problemas, he notado que la gente piensa que mi vida es la polla, que me he follado a Ester Expósito y a Úrsula Corberó, y que no me puedo quejar. El dinero no me ha hecho feliz, me ha quitado bastante felicidad y me ha dado más preocupaciones que cuando no lo tenía. Me ha hecho más ambicioso. El dinero me ha ensuciado como persona. No lo valoro. En el resto sigo igual o peor”, aclara.

El actor Miguel Herrán, como el diablo, viste de Prada.
El actor Miguel Herrán, como el diablo, viste de Prada.

El dinero también le permite elegir proyectos sin presión –hacer cosas sin presión es lo que más necesita Miguel Herrán ahora mismo–, lo cual le hace sentirse afortunado porque ha visto cómo otros actores de su edad trabajaban a disgusto porque sus familias los explotaban. “Saco dinero de Instagram, evidentemente, porque eres gilipollas si no lo aprovechas”, declara. “Ahora mismo, el prime time de la televisión tiene menos espectadores que el Instagram de Ester Expósito. Netflix nos dio dos iPhones y dos cámaras para crear contenido durante el rodaje [de Élite]”. En una de sus stories recientes, Herrán grabó a un paparazzo que lo perseguía para que supiese lo que se siente.

Esta exposición constante va implícita en la imagen pública de todos los actores de su generación, aunque a veces se les vaya de las manos como en aquella ocasión en la que Herrán tuvo que interpretar una escena con un compañero que le daba la réplica, fuera de cámara, mientras miraba el móvil. “Es un yugo que nos ponemos, necesitar la aceptación de cuanta más gente mejor. Como yo he tenido momentos de volverme adicto y de levantarme mal si no tenía los likes que quería tener, un día cogí y dije, con todo el cariño de mi corazón: ‘Anda y que le den por culo’. Mi vida es mi vida y no puedo estar intentando agradar a todo el mundo. No es mi trabajo, no me gusta, no lo disfruto”. Y, desde luego, una de las pocas cosas que sí tiene claras Miguel Herrán es que lo que más desea es disfrutar.

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