Pregunta de examen: Los ahorradores empiezan a retirar depósitos de algunos bancos. Hay miedo al contagio. Las cotizaciones caen en Wall Street. El pánico se extiende. Un banquero decide dar un paso al frente y convence a otros colegas para que apoquinen y evitar una crisis financiera más grave. ¿A qué corresponden esos hechos? a) Es el Pánico de 1907 y el banquero es John Pierpont Morgan, fundador de JP Morgan. b) Es la crisis de la banca regional de Estados Unidos en 2023 y el banquero es Jamie Dimon, presidente de JP Morgan. c) Las dos respuestas anteriores son correctas.
Cuando John Pierpont Morgan decidió dar un paso al frente en 1907, ni siquiera existía la Reserva Federal. El banco central se creó a raíz de aquella crisis. El banquero orquestó una solución privada alineando el bien público y el beneficio propio. Cuando el pasado 16 de marzo, Jamie Dimon convenció a otros 10 bancos para prestar entre todos 30.000 millones con la intención de salvar First Republic Bank, el paralelismo se hizo inevitable.
El objetivo era frenar el contagio por la caída de Silicon Valley Bank y Signature Bank, que amenazaba con desatar una crisis financiera en toda regla. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y el presidente de la Reserva Federal, apoyaban el plan. Yellen habló repetidas veces con el presidente de JP Morgan Chase. “Solo fui la primera llamada”, dijo luego el banquero a los analistas. El teléfono de Dimon siempre suena cuando hay problemas.
La inyección de fondos no bastó. La espiral de desplomes bursátiles y fugas de depósitos acabó por tumbar a First Republic, sobre todo tras confesar una brutal huida de los clientes y ni siquiera admitir preguntas en la conferencia con analistas. Al final, lo que ha hecho JPMorgan es quedarse el banco tras ser intervenido por las autoridades. La historia también se repite, pero en este caso no hace falta remontarse más de un siglo, sino solo a 2008, cuando JP Morgan se quedó con Bearn Stearns, primero, y con Washington Mutual (WaMu), después, en plena crisis financiera.
Dimon llevaba dos años al frente de JPMorgan cuando otro secretario del Tesoro, Hank Paulson, le pidió ayuda para hacer frente a la crisis financiera desatada por las hipotecas basura y la burbuja de crédito. Años después, en su carta anual a los accionistas de abril de 2015, el banquero se mostró arrepentido de aquellas operaciones, sobre todo por la litigiosidad heredada: “Por si se lo estaban preguntando: no, no volveríamos a hacer algo como lo de Bear Stearns; de hecho, no creo que nuestro consejo me dejara. La operación de WaMu aún podría tener sentido, pero a un precio mucho más bajo para compensar la incertidumbre jurídica (…) Son lecciones caras que no olvidaré”, escribió.
El ADN rescatador del banco y del banquero han podido más que ese arrepentimiento. Eso sí, Dimon, de 67 años, ha demostrado que no ha olvidado aquellas lecciones y ha firmado unas condiciones mucho más ventajosas. “Nuestro Gobierno nos invitó a nosotros y a otros a dar un paso adelante, y lo hemos hecho”, dijo el banquero tras una operación que se cerró en la madrugada del 1 de mayo. Unos 800 empleados del banco trabajaron contra reloj en la preparación de la oferta y la revisión de los datos de First Republic.
JPMorgan aceptó pagar 10.600 millones de dólares por quedarse el banco, pero solo después de un saneamiento a fondo de su balance, una financiación de 50.000 millones del fondo de garantía de depósitos y un esquema de protección de activos que no solo protege frente a pérdidas, sino que minimiza el consumo de capital de la operación, según la presentación a analistas que hizo la entidad.
Cuando un analista le preguntó a Dimon por los riesgos de que se repitan los problemas de WaMu y Bearn Stearns, Dimon aseguró que JP Morgan se está quedando “un banco muy limpio de la forma más limpia posible”. “Eso no significa no haya riesgo. Nos sentimos bastante bien, pero eso no significa que algo feo no asome su cabeza por el camino”, añadió. JPMorgan se apunta 2.600 millones de beneficio neto de entrada y cree que logrará una rentabilidad de más del 20% con la operación. La compra aportará 500 millones de dólares anuales a sus beneficios con cálculos conservadores, según la entidad.
En el caso de Bearn Stearns y WaMu, aunque asomaron cosas feas, JPMorgan Chase fue capaz de digerirlas y convertirse en uno de los claros ganadores de la crisis financiera. Bank of America y Wells Fargo también hicieron compras, pero sufrieron problemas más adelante. El único banquero de Wall Street que sigue al frente de su entidad desde aquella crisis es Dimon.
Washington Mutual es el mayor banco intervenido nunca en Estados Unidos y First Republic, el segundo. Ambas entidades han acabado en manos del mayor banco del país, pese a las proclamas del Gobierno de Joe Biden y de algunos destacados políticos de su partido contra la concentración bancaria.
Dimon ha sacado las castañas del fuego a Yellen al quedarse la entidad de San Francisco, pero eso no le ha librado de críticas como la de la senadora demócrata Elizabeth Warren: “La quiebra del First Republic Bank muestra cómo la desregulación ha agravado aún más el problema de ser demasiado grande para quebrar. Un banco mal supervisado ha sido absorbido por otro aún más grande, y al final serán los contribuyentes quienes paguen el pato. El Congreso tiene que hacer reformas importantes para arreglar un sistema bancario que no funciona”, tuiteó tras conocerse la adjudicación.
JPMorgan Chase ya estaba saliendo triunfante de la crisis. Sus beneficios se dispararon un 52% en el primer trimestre y el banco sumó 37.000 millones en depósitos al atraer clientes de competidores más pequeños. Hay quien sostiene con ironía que en una crisis financiera hay dos formas de aumentar la concentración: una, permitiendo que los bancos grandes compren bancos más pequeños; otra, no permitiéndolo.
Dimon ha advertido contra el riesgo de actuar en caliente, tanto en cuestiones de concentración bancaria como de regulación y supervisión. Pide respirar hondo y ser reflexivos: “Es sumamente importante que evitemos las respuestas instintivas, de golpe y porrazo o políticamente motivadas, que a menudo acaban consiguiendo lo contrario de lo que se pretendía”, ha escrito en su carta anual con motivo de la junta de accionistas que se ha celebrado esta semana. “Se pueden hacer cosas que generen mucha seguridad sin crear cargas adicionales innecesarias”, le dijo a los analistas.
Y con el bagaje que da llevar 17 años al frente del mayor banco de Estados Unidos, ha enviado un mensaje a la Reserva Federal: “Creo que los reguladores deben ser humildes. Deberían analizar [lo que ha pasado] y decir: ‘Vale, hemos sido un poco parte del problema’, en lugar de solo señalar con el dedo”, ha dicho en una entrevista reciente con Bloomberg. “Si te pasas con ciertas normas, requisitos y regulaciones, algunos de estos bancos comunitarios que me dicen que tienen más personal para cumplimiento normativo que para dar créditos”, añadió.
En la rueda de prensa telefónica que dio tras la compra del First Republic dejó claro que no va a pedir perdón por su tamaño: “Necesitamos bancos grandes y prósperos en la mayor y más próspera economía del mundo. Tenemos capacidad para ayudar a nuestros clientes, que son ciudades, escuelas, estados, hospitales y gobiernos. Somos banqueros de países, del FMI, del Banco Mundial. Se necesitan bancos grandes y prósperos, y quien piense que sería bueno para Estados Unidos no tenerlos, que me llame directamente”. Este lunes, JPMorgan celebra su Día del Inversor en el que dará cuenta de su estrategia.
Mientras, el gigante financiero levanta un gigante de acero, hormigón y cristal en la zona más noble de Nueva York. La futura sede de JPMorgan Chase ya se empieza a abrir paso en el skyline de Manhattan, del que se convertirá en referencia. El rascacielos que será la nueva sede del banco a partir de 2025 es todo un símbolo del poderío del banco más valioso del mundo.
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