En el tercer mandato de Lula da Silva como presidente de Brasil hay un hecho inédito que se revela cada día con mayor evidencia: la fuerza política que está adquiriendo su tercera esposa, Rosangela, más conocida como Janja. De ella se dice que “es intensa en todo” y actúa sin rodeos, sin sutiles diplomacias.
Ha contagiado a su marido. Janja ha viajado con el presidente a todas sus citas internacionales. Lula ha confesado que “nunca estuvo tan enamorado” y que ella “lo rejuvenece”. Hasta ahí, todo bien. Janja confiesa que quiere “reconstruir el papel tradicional de la llamada primera dama”, una figura que en Brasil nunca fue política.
Janja es socióloga, feminista, de izquierdas, socia del Partido de los Trabajadores desde hace 20 años, luchadora en defensa de los derechos de las minorías. Ella ha declarado que intenta transitar por la política, como ya lo está haciendo con estupor de los más cercanos a Lula dentro del partido.
Ella ya se ha comparado a Evita Perón y a Michelle Obama. No le gusta la sombra, ni actuar entre bastidores. Lo hace todo a la luz del sol. En los ya numerosos e importantes viajes de Lula en los primeros meses de su Gobierno ya ha quedado en evidencia que Janja no lo sigue en la sombra. Ella es activa, no se esconde.
Una fotografía elocuente y emblemática es la del encuentro oficial de Lula con el presidente de Estados Unidos cuando contra todos los protocolos, Janja entró en la Casa Blanca de la mano de Biden.
La omnipresencia de Janja en la actividad política del Gobierno empieza a preocupar desde el punto de vista institucional, ya que la Constitución no considera que la figura de la primera dama pueda ser reivindicada. Janja ya ha pedido tener un cargo oficial en la Administración y de hecho actúa tan abiertamente que los políticos empiezan a acercarse a ella como intermediaria poderosa ante el presidente.
Lo que empieza a vislumbrarse es que Lula pueda estar de algún modo preparando a su nueva esposa como posible candidata a sucederle en 2026, cuando él habrá cumplido 82 años. Es así como piensan también muchos políticos.
El miedo es que ante la evidencia que Lula escucha a Janja como a nadie, ni siquiera a sus más íntimos colegas de partido, los políticos de la oposición, le confieran consciente o inconscientemente un poder que institucionalmente no le pertenece.
Es aún pronto para hacer profecías, pero dado el grande y evidente influjo del que Janja, que no esconde su gusto por la política al estado puro, goza en las decisiones de su esposo, no es difícil prever que su figura acabe en algún momento planteando problemas institucionales.
Lula ha conferido a Janja un lugar privilegiado en el poder político que ninguna otra esposa de Lula tuvo en el pasado. Ella misma ha confesado que pretende replantear institucionalmente el papel de la esposa del presidente en Brasil. Todo ello, claro, debería pasar por el Congreso que hoy le es hostil a Lula y que está compuesto mayoritariamente por las fuerzas de la derecha.
El tema es nuevo e inédito, sobre todo para Lula, quien siempre dominó en el partido y en la presidencia, incluso cuando le sucedió su pupila, Dilma Rousseff, pretendía sin disimularlo seguir tomando decisiones.
En este su tercer mandato, Lula no esconde que su esposa, Janja es ya, en la Presidencia, alguien que toma decisiones importantes. Lo que ello pueda significar en el mandato de Lula, en sus relaciones con el partido y con el resto del mundo político está por verse. Y ya se hacen apuestas.
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