Jasiel Rivero, el cubano que abrazó el frío


“Es difícil encontrar flow en Burgos”, bromea Jasiel Rivero (La Habana, Cuba, 27 años). “La gente está siempre recogida y en estos tiempos mucho más. Pero le puse felicidad para adaptarme al frío y a los momentos de nostalgia y ahora somos todos un equipo feliz”, explica el pívot del San Pablo Burgos, de 2,06m, antes de afrontar la primera participación del club en una Copa del Rey (se mide en cuartos al Lenovo Tenerife, 18.30, #Vamos). A 7.400 kilómetros de su isla y con 35 grados de oscilación térmica, Rivero ha impuesto su vigor optimista para hacerse un nombre en la ACB (9,8 puntos y 4,5 rebotes de media este curso) en apenas un año y medio y después de un viaje sorprendente.

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Para encauzar su hiperactividad y dejar de “mataperrear” por las calles de La Habana, Jasiel comenzó a jugar al voleibol. Pero pronto, a los 10 años, un encuentro casual entre su padre y el entrenador de baloncesto del polideportivo municipal, le cambió el rumbo. El padre de Jasiel mide cerca de dos metros y, confiando en la genética, el técnico le preguntó si tenía hijos. Tras el sí del progenitor, le pidió encarecidamente que sacara al chaval de la práctica del volei y se lo mandara a él para enseñarle el oficio de pívot. Sus condiciones y exuberancia física le hicieron destacar rápido.

Apenas aguantó una temporada en los Capitalinos de La Habana (disputó 25 partidos promediando 14,8 puntos y 4,9 rebotes por partido) antes de hacer las maletas. “El baloncesto en Cuba es amateur. Hay mucha diferencia de recursos y de mentalidad con respecto a Europa. Hubo un tiempo en el que había buen nivel, pero no pudimos seguir la revolución tecnológica y nos quedamos estancados”, detalla Jasiel, que pronto encontró salidas a su proyección. Tras un año en Uruguay y dos en Argentina, llegó la llamada del Burgos.

“Tuve miedo, pero pudo el deseo de triunfar. Y para eso hay que dar pasos difíciles”, cuenta Jasiel. Fuera de su ecosistema, se refugió bajo techo, con la calefacción a 27 grados para replicar el clima de su tierra mientras recopilaba abrigos para afrontar la aventura de salir a la calle a combatir al general invierno. “Al principio me costó, pero me he adaptado a la idiosincrasia del club y de la gente, al encanto de la ciudad, a la cultura. Ahora además me siguen el rollo en el equipo. Somos un gran grupo”, afirma. Rivero fue dando pasos firmes, sorteando a base de trabajo el hándicap de su condición de extracomunitario, hasta derribar la puerta de la rotación de Peñarroya. Con tiempo para vivir, como miembro de pleno derecho de la plantilla burgalesa, los tres grandes hitos del club: la semifinal de la Liga Endesa en la fase excepcional de Valencia y los títulos de la Champions Fiba y la Intercontinental. El milagro inagotable de un equipo que hace cuatro años estaba en la Leb y al borde de la extinción.

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“A la Copa llegamos más motivados que cansados, con el impulso del título que ganamos en Buenos Aires hace cinco días, con ganas de vivir y aprovechar la experiencia. No tenemos ninguna presión. Estamos con la ilusión de los primerizos”, explica Rivero antes de ponerse a soñar despierto. “De pequeño nunca me imaginé jugando al baloncesto. Pero ahora no quiero parar de crecer. La NBA es un reto difícil pero lo tengo ahí en el horizonte. Todas las noches, cuando cierro los ojos, me visualizo allí. Me encantaría llegar. Mi ídolo es Lebron. Es una bestia que hace de todo. Y, ojalá algún día pudiera intentar defenderle, aunque me arrasara”, cuenta.

De momento, y tras abrazar el frío de Burgos, ya le pretenden los grandes de la liga antes del escaparate de la Copa. “Peñarroya me pide energía a tope, concentración, defensa, mentalización… Y estoy en ello. Tengo que mejorar en regularidad, ser más estable en la pista”, reconoce autocrítico. A Madrid se ha traído la maleta grande “para aguantar todo el fin de semana bien abrigado”.


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