Las actuales dificultades de Joe Biden contrastan con los datos favorables que puede exhibir un año después de su llegada a la presidencia de Estados Unidos. En estos meses ha aprobado el mayor gasto público en décadas, el país ha crecido al 6%, el desempleo se ha reducido al 3,9% y el parón económico de 2020 se ha recuperado a una velocidad inaudita. Biden accedió a la presidencia como el candidato más votado de la historia, a medias por el temor a un segundo mandato de Donald Trump y a medias impulsado por la corriente más a la izquierda del partido demócrata, partidaria de avances potentes en políticas sociales para reducir las gigantescas desigualdades del país. Tomó posesión tras un intento de golpe de Estado instigado por el presidente saliente y en medio de denuncias falsas de pucherazo electoral, mientras el país transitaba por una pandemia, una crisis de empleo, reivindicaciones de igualdad racial y la demanda de una acción urgente contra el cambio climático.
Biden logró revertir el clima de los primeros meses de mandato, pero la segunda mitad del año ha traído también un crecimiento de la inflación, sin precedentes en 30 años, que plantea un nuevo escenario de incertidumbre. En Estados Unidos la clase media vive sin margen de error, a un sueldo de distancia de la pobreza y a esta realidad quiso responder la parte más ambiciosa de la agenda de Biden. El plan de gasto social pactado con el progresismo de su partido podría transformar la relación de los estadounidenses con el Estado, pero un solo senador demócrata centrista lo ha hecho naufragar. A pesar de los logros, los demócratas del Capitolio transmiten hoy sensación de debilidad.
En política exterior, Washington ha vuelto a la normalidad de los foros y compromisos internacionales, pero los recelos de Trump en ese campo dejaron cambios profundos que Biden no puede revertir solo con discursos. Europa ha aumentado su desconfianza hacia Washington en relación con su defensa y China ha ganado en capacidad para marcar la agenda global. La retirada de Afganistán había sido un compromiso de campaña con amplio apoyo de la ciudadanía, pero su gestión dejó sabor a derrota, y Rusia amenaza con un conflicto bélico abierto a cuenta de la integridad territorial de Ucrania. En los años de Trump, los rivales de Occidente por el poder global avanzaron varias casillas, y el cambio de presidente no está logrando frenarlos.
“No prometí de más” fue la defensa que adujo Biden esta semana al hacer balance de este primer año, pero las expectativas que despertó en su electorado se han visto frenadas. La disensión demócrata y el obstruccionismo antisistema de los republicanos solo pueden ir a peor de cara a las legislativas de noviembre, y ese es posiblemente el auténtico frente abierto en casa: restituir la confianza de su votante en la capacidad de Biden para impulsar su programa social.
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