Jon Rahm comenzó a ganar el US Open cuando era un niño que jugaba en el club de golf Larrabea, en Álava. Sus padres, Ángela y Edorta, habían alquilado una casa para los fines de semana y el verano dentro del club y el menor de los dos hermanos se olvidaba hasta de comer y beber mientras practicaba durante horas en el putting green frente a la terraza. A menudo se le hacía de noche, hasta que el gerente del club le mandaba a casa casi como si le estuviera castigando. Eduardo Celles, su primer entrenador personal, recuerda especialmente cuando en un trayecto en coche el chico le soltó de repente, con una firmeza que le dejó helado, que iba a ser el número uno del mundo. “Habrá que trabajar”, le retó. Y de nuevo se quedó impresionado con la determinación de ese chico corpulento de Barrika (Bizkaia) que había practicado el fútbol, el piragüismo y el kung fu hasta que el golf se le metió en las venas. En cierta ocasión Celles le mandó como ejercicio practicar 100 putts. “He hecho 850”, le soltó Rahm la siguiente vez que se vieron. El preparador pensó que el adolescente le estaba vacilando. Hasta que cuando acudió al green de Larrabea vio unas marcas sobre el césped. Eran las huellas de Jon Rahm. Había estado pateando tanto tiempo seguido que la forma de sus zapatos se había quedado grabada.
Más información
Y de Larrabea a Torrey Pines. “Esos putts que metí en los dos últimos hoyos los he tirado millones de veces en Larrabea. Sabía que podía meterlos, tenía mucha confianza”, explicó Rahm la noche del domingo sobre los dos birdies seguidos en el 17 y el 18 con los que abrochó el título en el US Open, su primer grande, su mayor éxito deportivo a los 26 años, adornado con el regreso al número uno de la clasificación mundial. Dos putts como esos 850. “Hoy era otra vez el mismo niño que estaba pensando en ganar un grande, y he dejado que ese niño tirase los dos últimos putts”, contó Rahm.
“Se lo he dicho a Adam [Hayes, su caddie], cuando estábamos al final. Vamos a por ello. Sé que el US Open es un torneo que muchas veces se gana por cometer menos errores, pero también sé que hay que ir a por los grandes, hay que atacar si los quieres ganar y eso es lo que he hecho en los últimos hoyos”, explicó Rahm sobre su ambiciosa estrategia en ese tramo donde se deciden los campeones. En lugar de ser conservador, el vasco fue a por todas, bajó hasta seis bajo par y mandó toda la presión al sudafricano Louis Oosthuizen, el único rival que le sostenía el ritmo, a un golpe de distancia con cuatro hoyos por jugarse. Ya no pudo alcanzarle y Jon Rahm se convirtió en el primer español que logra el abierto estadounidense, la novena corona de Grand Slam para el golf español después de las cinco conseguidas por Seve Ballesteros (Open Británico en 1979, 84 y 88 y Masters 80 y 83), el doblete en Augusta de José María Olazabal (1994 y 99) y la chaqueta verde de Sergio García (2017).
“Siempre me he creído lo que puedo conseguir. No es que sea una persona chula, es que sé de lo que soy capaz”, explicó; “para los que sean como yo, que tienen esa rabia dentro, hay que ser quien eres en el campo de golf, pero que no te afecte a la persona que eres fuera. Ojalá hubiese entendido cómo cambiar antes. Ha pasado como tenía que pasar. El nacimiento de mi hijo me ha ayudado. Tengo esa rabia y esa competitividad, pero ahora soy más sereno en el campo. Un día te miras al espejo y notas el cambio. Yo no estoy orgulloso de muchas cosas que he hecho en el campo de golf, pero sin esos momentos no sería quien soy ahora”.
Habla Jon Rahm de Kepa, su hijo, nacido el 3 de abril, poco antes del Masters de Augusta (el día de la final copera entre su Athletic y la Real Sociedad) y que, dice, en tan poco tiempo ya le ha cambiado. Sobre todo relativizando los malos momentos. Así convirtió en “algo positivo” la enorme decepción de hace dos semanas en el torneo de Jack Nickalus, cuando tuvo que abandonar al final de la tercera jornada, con el título casi en las manos, porque había resultado contagiado con covid. Rahm se aisló en su casa, practicó en el simulador, y sufrió sobre todo porque no pudo estar presente en el momento en el que sus padres conocían por fin a su nieto. Hacía más de un año que Rahm no podía verlos, hasta que pudieron viajar a Estados Unidos. Justo para el torneo en el que Jon hizo historia.
La escena fue de “cuento de hadas”, como el protagonista contaba con lágrimas en los ojos. Segundos después de embocar el último putt, el Rahm salvaje que celebró con pasión y puños al aire ese birdie que valía medio US Open se convirtió en el papá Jon que cogía en sus brazos con delicadeza a su bebé y no dejaba de darle besos en la cabeza. Junto a él estaba su mujer, Kelley Cahill, y sus padres. La familia unida precisamente en ese campo de Torrey Pines, en San Diego, California, un lugar mágico. Allí fue donde Rahm consiguió su primera victoria profesional, el Farmers Insurance Open del circuito americano en enero de 2017, y allí se comprometió con Kelley. “Ha sido muy especial ganar este grande con tres generaciones de Rahm en el campo, mi padre, mi hijo y yo. Quería que Kepa se sienta orgulloso de lo que he hecho”.
Es esa paternidad la que ha sellado un proceso de madurez que en Rahm, como muchas otras cosas en su vida (dejar Barrika por la Blume en Madrid, luego dar el salto a la universidad en Estados Unidos), ha sido una lección a toda velocidad. “Jon es un tipo supermaduro para su edad. Sabe lo que quiere, cuándo y cómo, y tener un hijo le ha despertado sensaciones que ha trasladado muy pronto al campo de golf”, explica su preparador mental, Joseba del Carmen.
De la covid al éxito
“Su madurez viene de hace tiempo. Confinamiento, un hijo… Tener familia impacta. Hemos trabajado la frustración y la rabia y un cambio en el putt le ha hecho tener más confianza y energía para competir cómo a él le gusta. Jon es ganador, va a ser valiente, va a arriesgar. Ahora ha encontrado el punto y ha cuadrado todo. El ejemplo es cómo se ha enfrentado a dar positivo por covid, sin quejarse, dándole la vuelta desde la tranquilidad. Y todo siendo fiel a sí mismo, con carácter y con esa rabia suya. Eso lo ha usado para competir”, completa Del Carmen.
Esa parte humana y sentimental también salió cuando, en el momento de mayor felicidad, se acordó del periodista José Manuel Cortizas, Corti, recientemente fallecido por covid, amigo de la familia: “Le hubiera encantado escribir esta historia”.
Una historia que comenzó en Larrabea. Allí, la peña de amigos de Jon Rahm tiene unos 300 socios. En una de las paredes del club, en un rincón de la cafetería, cuelgan los recuerdos del héroe. Un banderín de su primer Masters de Augusta, otro de su primer Open Británico, la tarjeta de resultados de su último campeonato como amateur, precisamente un US Open, en 2016… y el driver con el que ganó su primer torneo profesional. Fue en Torrey Pines, en San Diego. Fue donde este domingo se hizo grande. Fue pateando como un niño.
Puedes seguir a EL PAÍS DEPORTES en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.