Jon Rahm quiere el doblete de Tiger y la corona de Seve


“Algo bueno está por venir”, le dijo Jon Rahm a su mujer, Kelley Cahill, cuando después de la tercera jornada del Memorial Tournament tuvo que retirarse al dar positivo por covid, justo cuando volaba sin rival hacia el título en el torneo de Jack Nicklaus. “No sé cuándo, ni qué, pero algo bueno vendrá”, aseveró Rahm, que cree en el karma, en la idea inocente de que a las personas buenas les pasan cosas buenas. Quince días después, el golfista vasco ganaba el US Open y recuperaba el número uno mundial.

Entre la decepción y la gloria, Rahm se confinó en su casa, y lamentó más que nada no estar presente cuando sus padres, Ángela y Edorta, que por fin habían podido viajar a Estados Unidos, conocían a su nieto Kepa, el primer hijo de Jon y Kelley, nacido la semana antes del Masters. Sí estuvo toda la familia unida en la victoria de Rahm en Torrey Pines, y si entonces hizo historia al convertirse en el primer ganador español del US Open, ahora, en el Open Británico que este jueves comienza en el campo de Royal St. George’s, ansía ser el primer español que gana dos grandes seguidos. Como el vampiro que ha bebido sangre y ya no puede controlar su sed, Rahm, que ha probado cómo sabe un grande, solo piensa en ganar y ganar. Y como es una enciclopedia con patas —”soy bastante bueno hablando de historia del golf”—, no se le escapa que el último que enlazó los dos Open seguidos, el estadounidense y el británico, fue Tiger Woods en el año 2000, los dos primeros peldaños del momento culminante del mito: a ese par añadiría el PGA de 2000 y el Masters de 2001. Los cuatro grandes en su bolsillo al mismo tiempo. El Tiger Slam.

Dobletes ha habido más desde entonces. Jordan Spieth sumó Masters y US Open en el mismo año, y Brooks Koepka acaparó PGA y US Open. Pero nada parecido a la capilla sixtina de Woods. Todo eso lo tiene grabado Rahm en el disco duro, y también, claro, que el British es el torneo que hizo eterno a Seve Ballesteros, campeón en 1979, 84 y 88, y qué mejor homenaje al maestro al que más admira que sucederle como el segundo español con la Jarra de Plata a los 10 años de su muerte. Ya le inspiró, contó, cuando antes de decidirse el US Open encontró en su taquilla el Premio Seve Ballesteros al mejor jugador europeo. “Va a pasar”, se dijo. Ganó.

Aunque si hubiera podido elegir qué grande apuntarse primero, o solo uno, Rahm lo tenía claro, el Open Británico. “Porque es donde ha nacido el golf”, resume el vasco, que comanda una armada que completan Sergio García, Rafa Cabrera Bello, Jorge Campillo y Gonzalo Fernández-Castaño. Continuadores de una saga que hace 101 años inició Ángel de la Torre, primer español en alistarse en el major británico.

La paternidad

A los 26 años, Rahm se ha quitado la losa de encima, la presión de no tener un grande que él más que nadie sabía que estaba en sus manos. Entonces, como le sucedió a Olazabal con su Masters del 94, más que felicidad sintió “alivio”. “Durante la mayor parte de los cinco años anteriores todo lo que escuchaba era eso, grandes, grandes, grandes, como si fuera fácil. Pero el hecho de que se espere que ganes uno no significa nada. Queda siempre el siguiente por ganar, así que ahora vengo con el mismo nivel de motivación y ganas. Centrado en ganar el Open. Sería increíble porque nadie en España ha podido hacerlo después de Seve y sería único. Ojalá, ojalá. No os creáis que no lo tengo en mente. Soy ambicioso”, suelta Rahm, siempre un libro abierto.

Vuelve el de Barrika a Royal St. George’s, donde, adolescente, jugó en 2009 un British Boys. “Me emociona”, dice; “el campo no ha cambiado mucho, pero yo sí, bastante”. Por centésimas, después de ser séptimo la semana pasada en el Open de Escocia, no llega como número uno del mundo (lo es Dustin Johnson), pero sí como uno de los favoritos con mayúsculas. Partirá de inicio junto a Shane Lowry, el campeón vigente (de 2019, porque el año pasado el Open cayó por la pandemia), y Louis Oosthuizen, el vencedor de 2010. Dos antiguos ganadores siempre son buena compañía para adentrarse en un links (el tipo de campo de golf más antiguo, costero, con dunas).

La paternidad es otro de los ingredientes de su éxito, según Rahm. Ahora, dice, sabe dejar la rabia en el campo, desconectar con Kepa en brazos, aunque el volcán sigue en su interior, o no sería él, y así se enoja cuando en Escocia se le escapa un putt y la opción de victoria en el último momento. Ganar, ganar y ganar. No se conjuga otro verbo en quien este año suma nueve top ten en 14 torneos, y serían 10 si no es por la covid.

Más ganas, si cabe, tiene en el Open, el único grande en el que no ha terminado entre los 10 mejores, 11º en 2019 como mejor tarjeta. Fue en la pre-pandemia. Este jueves vuelve el público sin restricciones al golf en Inglaterra, como en Wimbledon y la Eurocopa: 32.000 espectadores por día. “Lo he echado mucho de menos”, dice Rahm. Piensa en Seve, en el Open y en los Juegos Olímpicos, sobre los que nunca ha dudado en ir. “¡Tienes la oportunidad de llamarte deportista olímpico!”, se sorprende con las renuncias. “Y ya si ganas el oro…”. ¿En qué otra cosa iba a pensar Jon Rahm?

El ‘secreto’ del pie zambo

Preguntado antes de que arranque el torneo por su swing, Jon Rahm habló de “ciertas limitaciones físicas” para luego explicar con detalle las particularidades de su golpe de salida y cómo un problema de nacimiento ha influido en su mecánica. “Soy profesional desde hace cinco años y estoy cansado de escuchar que la razón por la que tengo un swing corto es que tengo las caderas muy juntas. Es lo más absurdo que se puede decir. Yo nací con un pie zambo en la pierna derecha. Mi pierna hasta el tobillo estaba recta, pero mi pie estaba girado 90 grados hacia dentro. Así que cuando nací me rompieron los huesos del tobillo y me escayolaron de rodilla para abajo cuando apenas llevaba 20 minutos en el mundo. Esa pierna no creció al mismo ritmo”, explicó Rahm, que mide 1,88m y pesa unos 100 kilos, ante el asombro de quien no conocía esa historia de superación.

Por eso, por ejemplo, de niño no jugaba de futbolista de campo, sino de portero, y no hacía él los saques de puerta, sino un defensa. Pero ese paso atrás fue uno adelante que le espoleó para practicar todo tipo de deportes y tener que esforzarse más que el resto.

“Hoy tengo una movilidad de tobillo muy limitada en la pierna derecha, que además es un centímetro y medio más corta que la izquierda. Con las limitaciones, no puedo hacer un swing completo porque mi tobillo derecho no tiene la movilidad o la estabilidad necesarias para hacerlo. Desde muy joven aprendí a ser más eficiente para crear potencia y más consistente con un swing corto. La clave es dejar que el cuerpo diga cómo balancearse. He aprendido de mi cuerpo. Él te dice lo que puedes hacer y lo que no”, explicó Rahm antes del Open; “en mi caso, el tobillo derecho no se moverá más de lo que se mueve ahora. Esa es la belleza del golf”.

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