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Jordi Cruz, el chef tiquismiquis


Miles de aspirantes se presentan cada edición a Masterchef. Son conscientes de que, si están entre los afortunados que llegan a cocinar en los fogones del programa, pueden tener ante sí un prometedor futuro en la profesión. Jordi Cruz (Manresa, 1978) ya era toda una eminencia en la cocina cuando aterrizó en el programa de TVE, pero, para él, también ha sido un trampolín. En su caso, hacia el universo mediático. Antes de formar parte del jurado del concurso, Cruz cosechó una de las carreras más meteóricas del panorama culinario español. A los 24 años recibió la primera de sus dos Estrellas Michelín y se convirtió en el chef más joven de España en conseguirla. A sus 37 años sigue trabajando duro para que su restaurante ABaC, en Barcelona consiga la excelencia gastronómica. A él consagra sus días, y por él confiesa no haber podido ver todavía ni un solo programa de la cuarta temporada de Masterchef, que se estrena este miércoles. “Ya hay ganas de verlo”, reconoce. “Le dedico todas las horas del día a mi cocina”.
La nueva entrega llega con unos concursantes cada vez más formados. “Se nota que Masterchef está generando que la gente se reenganche a los fogones. Los aspirantes ven el programa y se preparan”. Aunque también será una de las temporadas más duras, que se saldará con el abandono de un participante. “La competición es muy sacrificada. Intentamos reproducir la presión que vive un chef en una cocina real”, apunta Cruz.
El cocinero se ha ganado la fama de ser el miembro del jurado más severo. Él intenta huir de esos estereotipos. “No soy tan duro en la vida real. Mi cocina me la tomo muy en serio. Quiero que mi equipo sienta la responsabilidad que supone este trabajo”, se defiende.
Pocas oportunidades tiene el chef de quitarse el delantal y disfrutar de tiempo para hacer otras cosas. “Llevo dos años que no hago casi nada más. Pero, cuando puedo, me gusta hacer deporte, dormir ocho horas y ver a mi familia”.
Esa disciplina le ha valido ser uno de los mejores cocineros de España. Su habilidad se ha fraguado a base de esfuerzo y talento, por eso anima a todo el que quiera vivir entre fogones a que no se rindan. “Si tienes vocación y virtud, perfecto. Si no tienes talento, pero sí virtud, igual no llegas a ser Ferrán Adrià, pero puedes convertirte en un buen chef”, sentencia.


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