Jorge Javier


Hace ya más de 10 años acudió al plató de Sálvame una suripanta cuyo nombre ya olvidé; uno de esos satélites de la Posada de las Ánimas en busca de acceso a la popularidad. La femme fatale de la que hablo aseguraba haber mantenido un romance con el hijo de Isabel Pantoja. Su narración era endeble, torpe. La entrevista finalizó antes de lo esperado. “Me da igual que lo que cuentas sea verdad o mentira, pero aquí vienes a contar una historia, y no lo has hecho, así que fuera del plató”, dijo Jorge Javier (palabra arriba, palabra abajo). Me pareció una valiosísima enseñanza sobre televisión.

Y es que Jorge Javier es, en esencia, un entretenedor. Rápido, brillante, inteligente. Y también más malo que la quina; malo como una hibridación de los hermanos Malasombra fermentada por S.P.E.C.T.R.A. Estas semanas el Papa Doc de Mediaset presenta una obra de teatro que, sospecho, es la antesala de una sabia retirada. Belén Esteban tiene gazpacho, y él, teatro. Jorge Javier anda por platós y medios especializados mostrando su mejor cara, aquella que le hizo destacar cuando no era más que un esqueje en el programa de Ana Rosa Quintana. En estas entrevistas me recuerda mucho al Mario Conde arrepentido que abandonó el trullo para abrazar la humanidad. E igual que nos tragamos a Mario Conde dando pena, nos tragaremos a Jorge Javier siendo triste espectador de la decadencia romana de Telecinco. Como si no hubiera tenido nada que ver con la televisión granguiñolesca que le da de comer. Todos estamos a un reality de Netflix de comprar cualquier canonización. Hace unos días escuchaba al catedrático de Arqueología Fernando Quesada Sanz decir que la historia era la suma de las fobias y las filias de los cronistas. La verdadera historia, decía, aparece con la arqueología. Así que, cuando Jorge Javier sea ya santo y mártir, hagan arqueología con su memoria. Porque la historia no se repite, pero rima. Y todo artista y entretenedor es, antes que nada, un trilero de las emociones y de la memoria.

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