Unas 50.000 personas fueron a despedir a José Antonio Labordeta en el Palacio de la Aljafería, sede de las Cortes de Aragón, cuando murió en septiembre de 2010. Su nombre ha vuelto a los medios de comunicación ahora con motivo de la supresión de la ayuda anual (40.000 euros) a la fundación que lleva su nombre por parte del Ayuntamiento de Zaragoza (gobernado por el PP y Cs) por exigencia de Vox para aprobar los presupuestos municipales. [El Gobierno aragonés ha anunciado que se hará cargo de la subvención].
Cantante, poeta, novelista, actor, político y profesor, Labordeta era un icono y a la vez una figura próxima y querida para muchos zaragozanos. Aparecía sistemáticamente en las encuestas como la persona con la que los aragoneses preferirían ir a tomar cañas. Pasear con él llevaba su tiempo: mucha gente lo paraba y él se paraba a hablar con todo el mundo. Encarnaba como pocos los valores de una izquierda democrática, plural y libertaria, pero representaba muchas otras cosas: entre ellas destacaban la autenticidad, una apreciación exenta de paternalismo de la gente humilde, la reivindicación de lo aragonés, un humor gamberro y melancólico. Diputado dos legislaturas en el Congreso por Chunta Aragonesista y participante en muchas iniciativas políticas, decía en broma que su verdadero partido era la Izquierda Depresiva Aragonesa.
Nació en Zaragoza en 1935, era hijo de un profesor de griego y director del colegio Santo Tomás de Aquino, y hermano del poeta Miguel Labordeta. Quizá fuera un poeta antes que ninguna otra cosa, y sus versos, letras de canciones, novelas y cuentos tienen imágenes inolvidables, brutales y delicadas. Como Miguel, formaba parte de la tertulia literaria del café Niké, junto a Rosendo Tello, Luciano Gracia, Julio Antonio Gómez o Fernando Ferreró. Fue profesor de geografía e historia en Teruel en los años sesenta, donde dio clase a Joaquín Carbonell, Manuel Pizarro o Federico Jiménez Losantos (a Labordeta le gustaba citar su frase: “en esa época Teruel era la ciudad más roja de España pero en Teruel no lo sabían y en España tampoco”). Fundó junto con Eloy Fernández Clemente la revista Andalán, una publicación de referencia durante la Transición, decisiva en el aragonesismo y en la vida cultural de la ciudad. Se hizo cantautor influido por Brassens. Algunas de sus composiciones, como Canto a la libertad, Somos, Aragón o La Albada, son verdaderos himnos sobre la falta de libertad, una combinación de resistencia y desamparo, la despoblación o la emigración. Esas piezas épicas y otras humorísticas -como Meditaciones de Severino el Sordo– son las más populares, aunque también hay un Labordeta más íntimo, presente en composiciones como las que reunió en Canciones de amor. Un agente de la brigada político-social vigilaba sus conciertos durante el franquismo y Labordeta compuso una canción sobre él. La tituló El fan.
Se hizo más conocido gracias a sus programas televisivos y en particular con Un país en la mochila de TVE, que retrataba muchos lugares de España y mostraba cómo se podía combinar el aprecio por lo más cercano con la curiosidad y el afecto por el resto del país. De su tiempo en el Congreso -primero en la segunda legislatura de Aznar, luego en la primera de Zapatero- se recuerdan sobre todo algunas intervenciones: la tarde en que recitó un poema de su hermano para manifestar su oposición a la intervención española en la Guerra de Irak, o cuando mandó a la mierda a los diputados del PP que lo insultaban. Pero fue un diputado muy laborioso y brillante, y uno de los críticos más elocuentes del trasvase del Ebro, que generaba un gran rechazo en Aragón.
Labordeta era el aragonés más popular en décadas y una figura cercana: un símbolo y un hombre sin más, como decía en una de sus canciones. Su vida recorría la historia de Zaragoza -un parque lleva su nombre- y vinculaba a mucha gente de edades, profesiones y orígenes muy distintos. Creó un imaginario; su voz hablaba por muchos. Dejó otras lecciones, como la combinación de humor y fatalismo ante la adversidad (Cuando el médico le dijo que su cáncer no era letal en el 96% de los casos, respondió: “Nos ha jodido, doctor, yo siempre he estado con las minorías”.) No presumía de sus buenas acciones. Cuando Imanol Larzábal se quedó sin actuaciones en el País Vasco por el acoso del mundo abertzale, José Antonio Labordeta pedía que lo llevaran a los sitios donde tocaba él. El día en que murió, Emilio Lacambra contó que si Labordeta se encontraba un mendigo lo mandaba a su restaurante y corría él con la cuenta. Su lealtad hacia amigos de los que discrepaba revelaba un pluralismo instintivo. Era una de las formas de una ternura un poco áspera, tan contenida como profundamente humana, que hacía que muchos lo sintieran como uno de los suyos, como uno de los mejores.
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