Pedro Sánchez calificaba este sábado al nuevo ministro de Asuntos Exteriores de “joven pero experimentado diplomático”. El calificativo de joven resultaba llamativo en sus labios, pues José Manuel Albares tiene la misma edad que el presidente (49 años), aunque la carrera diplomática se presume menos fulgurante que la de jefe de Gobierno. Albares sí es el diplomático que más joven ha llegado a dirigir el palacio de Santa Cruz —antes de él lo hicieron, entre otros, Miguel Ángel Moratinos y Alfonso Dastis—, lo que le da la ventaja de conocer todos los entresijos de la casa y la desventaja de que todos le conocen a él. O creen conocerlo.
Con su nombramiento, Sánchez ha querido premiar, ante todo, su lealtad. Este madrileño del barrio de Usera, licenciado en Derecho y diplomado en Empresariales por la Universidad de Deusto, aparcó una segura carrera diplomática para incorporarse en 2015 al equipo del candidato Pedro Sánchez, por quien entonces nadie apostaba un centavo. Las apuestas acertaron y el diplomático tuvo que regresar a su despacho en el ministerio con el sambenito de socialista en pleno Gobierno del PP, pero dispuesto a reincorporarse en cuanto Sánchez volvió a llamarle.
Lo hizo tras la moción de censura de 2018, cuando el nuevo presidente le creó un puesto a su medida en La Moncloa, como secretario general (equivalente a subsecretario) para Asuntos Internacionales, Unión Europea, G-20 y Seguridad Global. Durante esa época fue el sherpa de Sánchez, quien preparaba las cumbres internacionales e intentaba capitalizar su condición de líder socialdemócrata en una UE dominada por gobiernos conservadores. No fueron pocos sus roces con el poderoso jefe de Gabinete Iván Redondo, quien quería controlar tanto la agenda nacional como la internacional del presidente.
Cuando Josep Borrell fue designado Alto Representante de la UE, Albares estaba en todas las quinielas para sucederle, pero Sánchez debió considerar que era demasiado joven y sorprendió con una Arancha González Laya desconocida en los corrillos políticos españoles. El fiel sherpa, divorciado de una jueza francesa especializada en la lucha antiterrorista, con la que tiene cuatro hijos, regresó como embajador a París, donde ya había sido agregado cultural. Su currículo incluye también el puesto de cónsul general en Bogotá y consejero de la representación permanente ante la OCDE.
Ahora le tocará bregar con la crisis diplomática con Marruecos, aún sin cerrar, y culminar el acuerdo sobre las futuras relaciones de Gibraltar con la UE, pendiente de negociación formal entre Londres y Bruselas. También organizar la cumbre de la OTAN prevista para el año próximo en Madrid y nombrar a los embajadores pendientes; entre otros, el de Londres y el hueco que él mismo ha dejado en París. Cuenta con la plena confianza del presidente del Gobierno, pero también con una amplia responsabilidad. En La Moncloa ya no está Redondo ni tampoco un secretario general de Asuntos Internacionales como era él en tiempos de Borrell. Para lo bueno y para lo malo, el asesor diplomático de Sánchez y el ministro de Exteriores son ahora la misma persona.
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