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Juan Carlos I quiere volver a La Zarzuela pero asume que no será por ahora

El rey emérito, con el príncipe heredero de Abu Dabi, Mohamed bin Zayeb, en el porche de la mansión donde reside en la isla de Zaya Nurai, en una imagen difundida en febrero.
El rey emérito, con el príncipe heredero de Abu Dabi, Mohamed bin Zayeb, en el porche de la mansión donde reside en la isla de Zaya Nurai, en una imagen difundida en febrero.

Es probable que el rey emérito lea este artículo. La lectura de la prensa española es una de las actividades a las que dedica buena parte de las largas y tediosas horas de su retiro dorado en Abu Dabi. Devora los periódicos, sobre todo si hablan de él, aunque casi siempre le ponga de mal humor lo que lee, porque los hechos que cuentan son falsos, sostiene; o, al menos, él no los recuerda así.

Quienes se preocupan por la situación de Juan Carlos I aseguran que se ha hecho a la rutina de expatriado de lujo y, aunque la monotonía y la nostalgia hacen a veces mella en su ánimo, ya no tiene la perentoria urgencia de hace algunos meses, cuando parecía dispuesto a tomar el primer avión y plantarse en Barajas, aunque eso pusiera en aprietos a su hijo Felipe VI.

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Desde que salió de España el martes hará un año, Juan Carlos I vive en la isla de Zaya Nurai, a 15 minutos en barco de la capital de Emiratos Árabes Unidos. Es un refugio exclusivo para potentados, con un complejo hotelero de cinco estrellas y 11 grandes mansiones, donde restaurantes y locales de ocio no tienen horario, sino que abren cuando su selecta clientela desea disfrutarlos. La mansión donde se hospeda el rey emérito —descubierta por Telecinco— tiene 1.050 metros cuadrados de vivienda y 4.100 de parcela, con seis dormitorios, siete cuartos de baño, piscina y acceso a una playa privada. En el porche trasero de la casa, sobre un fondo de palmeras, se fotografió en febrero don Juan Carlos con el príncipe heredero de Abu Dabi y hombre fuerte de Emiratos, Mohamed bin Zayeb (MBZ); y también, en otra instantánea, con la piloto de carreras emiratí Amna al Qubaisi y su familia.

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El rey emérito hace dos horas de gimnasia y rehabilitación cada mañana y, por las tardes, recibe visitas de mandatarios locales o de occidentales residentes en el país, como el español Bernardino León, a quien las autoridades emiratíes encargaron dirigir su escuela diplomática, tras haber mediado en el conflicto de Libia.

Desde España lo visitan casi todos los meses sus hijas Elena y Cristina. A veces pasan unos días juntas, otras se relevan. En uno de esos viajes se pusieron la vacuna china contra la covid, cuando en España solo se estaba inmunizando a los grupos de mayor riesgo, lo que puso de nuevo en la picota a la Familia Real. También ha acudido el exjefe del servicio secreto, el CNI, el general Félix Sanz, y pocos más, ya que las restricciones impuestas por la pandemia y la escasez de vuelos directos resultan disuasorios.

La soledad, aseguran quienes le han tratado estos meses, es su mayor enemigo. Nunca ha sido demasiado aficionado a la lectura. Mata las horas viendo películas en el cine privado de la casa y, sobre todo, hablando por teléfono con algunos de los contactos de su abultada agenda.

El Rey emérito, con la piloto emiratí Amna al Qubaisi y su familia, en la mansión de Emiratos donde vive.

La paradisiaca isla donde vive se ha convertido en una jaula de oro. Apenas sale de allí, más que para ir a cenar a Abu Dabi. También ha hecho algún breve viaje a los reinos vecinos del Golfo, a cuyos jeques y príncipes sigue tratando de hermanos, pero sin abandonar la península Arábiga. Tiene la movilidad muy limitada, pero él se resiste a usar silla de ruedas, como hacía su hermana la infanta Pilar, por razones de imagen. Para caminar, además de bastón, necesita el apoyo de dos acompañantes. Una fotografía difundida en enero le mostraba caminando por el puerto deportivo de Abu Dabi tomado del brazo de dos hombres.

Eran dos de los cuatro guardias civiles que le sirven de escolta y a los que el Ministerio del Interior paga dietas y gastos de desplazamiento. Además, cuenta con tres ayudantes de campo, los mismos que tenía en España, que se turnan para desplazarse al Golfo, de forma que siempre hay uno a su lado. Forman parte del personal de la Casa del Rey, pero todos sus gastos los costea Patrimonio Nacional. Por eso, aunque Juan Carlos I sea huésped del emir, su estancia en el Golfo cuesta decenas de miles de euros mensuales a las arcas públicas y nadie sabe cuánto tiempo va a prolongarse.

El rey emérito querría ponerle fin mañana mismo, aseguran fuentes de su entorno. Eso sí: quiere volver al Palacio de La Zarzuela, porque fue allí donde vivió durante 57 años y nadie le ha echado de su casa, sino que ha sido él quien se ha ido voluntariamente, subraya. Esta exigencia complica la situación, reconocen fuentes gubernamentales. O tal vez la facilita, porque resulta inviable y evita abordar el problema de fondo: que no puede volver, ni a La Zarzuela ni a España, mientras sigan abiertas las investigaciones en curso en la Fiscalía y la Agencia Tributaria.

Hace mucho tiempo que se han sobrepasado los plazos que se pronosticaron para concluir ambas investigaciones, pero, lejos de cerrarse, parecen enmarañarse cada vez más, con nuevas e insospechadas ramificaciones. En el entorno del rey emérito creen que agencia y fiscalía se miran de reojo y ninguna quiere ser la primera en cerrar su investigación por temor a que un hallazgo de la otra la pille con el pie cambiado. El único consuelo es que, como lleva más de la mitad del año fuera de España, se ha convertido en residente fiscal en el extranjero y Hacienda no podrá pedirle cuentas por sus ingresos de 2021.

Juan Carlos I goza de buena salud, pese a sus achaques. En Emiratos solo ha sido hospitalizado para someterle a chequeos rutinarios y permanecer en observación tras vacunarse. Pero en agosto de 2019, hace ahora dos años, fue operado a corazón abierto para ponerle tres bypasses y se ha barajado la posibilidad de implantarle un marcapasos. Con 83 años, el riesgo de una dolencia imprevista no puede descartarse. Y ni en Zarzuela ni en Moncloa parece existir un plan sobre qué hacer con el rey emérito, más allá de ganar tiempo. Un tiempo que se va agotando.


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