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Juan M. Merchan, el hispano al que el azar asignó el caso de su vida: juzgar a Donald Trump

EL PAÍS


El juez Juan Merchan, durante la lectura de los cargos contra Donald Trump, este martes en Nueva York.JANE ROSENBERG (REUTERS)

La única cosa que hasta el martes tenían en común Donald Trump y Juan M. Merchan era su infancia en Queens, uno de los cinco condados de la ciudad de Nueva York. Pero a partir de esta semana, el destino de ambos ha quedado inextricablemente ligado por la justicia, al menos hasta el juicio que sentará al republicano en el banquillo de los acusados y a Merchan en el estrado, mazo en ristre, como juez.

Trump venía reservando la mayor parte de sus dardos para Alvin Bragg, que como fiscal del distrito de Manhattan dirigió la investigación por irregularidades contables en el pago de un soborno a la actriz porno Stormy Daniels para silenciar una aventura extramatrimonial. Pero tras conocerse la identidad del juez que el martes le leyó los 34 cargos, incluido uno por presunto fraude fiscal, la ira se ha diversificado. “Ese juez ME ODIA”, escribió el lunes con vociferantes mayúsculas en su red social, Truth Social, sobre el juez que fue asignado, al azar, a su caso.

A diferencia de Trump, Merchan es tan discreto que ni siquiera se conoce su edad. Nació en Bogotá y emigró a Estados Unidos con su familia a finales de los años sesenta, cuando tenía seis años, así que debe de rondar los 60. Creció en Jackson Heights, el barrio más mestizo de Queens, que también vio dar los primeros pasos a Trump. Antes de dedicarse a la abogacía, trabajó como auditor en una empresa inmobiliaria, friegaplatos y portero de noche en un hotel. Su carrera jurídica comenzó en 1994, tras licenciarse Derecho en Hofstra, una universidad privada de Nueva York.

Pasó varios años en la Fiscalía del condado de Nueva York, donde tramitó numerosos casos de fraude financiero, antes de convertirse en fiscal general adjunto en el condado de Nassau en 1999. En 2006 fue nombrado juez del juzgado de familia del Bronx por el entonces alcalde de la ciudad, el multimillonario Michael Bloomberg. Desde 2009 es juez de lo penal del Tribunal Supremo del Estado de Nueva York, y a la vez preside el Tribunal de Salud Mental de Manhattan y el Tribunal de Tratamiento de Veteranos, que prestan servicios especiales.

“Serio, inteligente y ecuánime”

“Es un jurista serio, inteligente y ecuánime”, le ha definido Ron Kuby, un mediático abogado de Manhattan, en declaraciones a NBC News. “No es uno de esos jueces que gritan a los abogados, aunque tampoco tiene pelos en la lengua. Pero siempre logra mantener el control de la sala”.

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Poco se sabe de su vida que no sean fallos o sentencias. Tampoco abundan las imágenes, solo retratos de la mano de los dibujantes que dejan constancia gráfica de los juicios. Sí ha trascendido, y porque lo reveló Trump en uno de sus exabruptos en Truth Social, que tiene una hija que trabajó en la campaña de la vicepresidenta, Kamala Harris, una información que el republicano instrumentalizó para subrayar la existencia de una “caza de brujas” política contra él.

Aunque será el más mediático, no es este, sin embargo, el primer juicio de Merchan relacionado con Trump. También supervisa un proceso contra Steve Bannon, exasesor de Trump e ideólogo del nacionalpopulismo global, que se ha declarado inocente de los cargos de fraude y blanqueo de dinero relacionados con la recaudación de fondos para la construcción del muro en la frontera con México. El juicio está previsto en noviembre.

A finales de 2022, Merchan dirigió también el juicio por fraude fiscal que tras cinco semanas de deliberaciones condujo a la condena del exdirector financiero de la Organización Trump, Allen Weisselberg, para muchos un chivo expiatorio, u oportuno cortafuegos para impedir que la justicia rozase a Trump. Merchan impuso a la empresa una multa de 1,6 millones de dólares, la máxima contemplada por la ley. Antes de que el jurado deliberara, recordó a sus miembros que debían dejar a un lado las emociones, sobre todo la de sentirse intimidados ante el todopoderoso magnate: “Donald Trump y su familia no están siendo juzgados aquí”, dijo. El argumento de la persecución política, subrayó, carece de fundamento jurídico.

El juez no se toma las dosis de vitriolo de Trump como algo personal, ni siquiera después de ver colapsados sus números de teléfono y sus direcciones de correo electrónico con mensajes de odio desde que se supo que la imputación era inminente, según el diario Daily News. Los haters trumpistas también han hecho diana en el fiscal Alvin Bragg, inundando las redes de memes en los que puede verse un bate de béisbol a punto de golpear su cabeza. Merchan es hispano y Bragg, afroamericano, un delicioso guiño del destino al xenófobo Trump.

Para poner coto a la retórica incendiaria, el juez pidió a Trump el martes que se abstuviera de hacer comentarios “susceptibles de incitar a la violencia o a los disturbios civiles”. La respuesta del republicano fue la esperada: poner en la mira a la familia de Merchan, empezando por su esposa y también “odiadora” suya. Ante el juez se abre, por tanto, un peliagudo dilema: disciplinar a un Trump lenguaraz sin entrar en una confrontación directa que podría malinterpretarse como parcialidad, y a la vez hacer valer la autoridad del tribunal. Que Trump se exponga a incurrir en desacato es algo que pocos descartan hasta la fecha de la próxima vista, el 4 de diciembre.

Merchan coordinó con la defensa de Trump que la comparecencia del martes discurriera sin sobresaltos, siempre riguroso en el procedimiento, en las antípodas de un juez estrella; ajeno a la vorágine en que se ha convertido la primera imputación a un mandatario, en activo o retirado, de EE UU. Lo admite incluso Joe Tacopina, del equipo de abogados del magnate. Después de los ataques a Merchan publicados por Trump en Truth Social, Tacopina rechazó las críticas contra él. “¿Que si creo que el juez es parcial? Por supuesto que no”.

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