Juan Palomo y la cirugía

Intervención quirúrgica en un hospital español el pasado 19 de octubre.
Intervención quirúrgica en un hospital español el pasado 19 de octubre.Fermín Torrano

Si hay un dicho castellano que se identifica con la autosuficiencia ese es el de Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. La citada expresión se la debemos a Francisco de Quevedo que, en una de sus letrillas satíricas, la suelta a modo de estribillo: “Yo soy el rey Palomo: yo me lo guiso y yo me lo como”.

Con el tiempo el rey Palomo perdería la corona en el Valle de los Pedroches donde, a principios del siglo XIX, actuaba el bandolero Diego Padilla al que todo el mundo conocía por el apodo de Juan Palomo, ya que era hombre resoluto capaz de hacer todo por él mismo sin necesidad de cuadrilla que le ayudase. Desde entonces, el apodo serviría para señalar a la persona que se basta y se sobra con ella misma; según la RAE, una manera coloquial para designar al hombre que no se vale de nadie.

Y todo esto viene al hilo por las historias que hoy nos ocupan, claros ejemplos de autosuficiencia y resolución en lo que a la medicina, y en especial a la cirugía, se refiere. Son casos singulares que han servido para demostrar que la autosuficiencia no siempre es sinónimo de egoísmo.

Siguiendo el orden cronológico, el primer caso tiene como protagonista al cirujano estadounidense Evan O´Neill Kane (1861 – 1932), para el cual la cirugía era un arte, por ello firmaba con su inicial, la letra K, tatuándola en la piel de sus pacientes una vez terminada la intervención. En el año 1921, O´Neill se extirpó su propio apéndice con el fin de demostrar que la anestesia local se podía aplicar a dicha operación. Años más tarde, O´Neill volvería a mostrarse como un Juan Palomo cuando decidió extirparse a sí mismo una hernia inguinal.

No pude dormir en toda la noche. ¡Me duele como el demonio! Una tormenta de nieve azota mi alma, gimiendo como 100 chacales

Leonid Rogozov, cirujano soviético

Siguiendo con la autosuficiencia, el caso del cirujano soviético Leonid Rogozov (1934-2000) fue distinto, pues se operó a sí mismo de apendicitis para salvar su propia vida. Ocurrió en la Antártida, en 1961, durante la expedición que le llevó a la base Novolazarevskaya junto a una docena más de personas. De haber sido supersticioso, Rogozov hubiese echado la culpa al número 13 cuando le empezaron los síntomas en el cuadrante inferior derecho del abdomen. Al estar aislado en la base, y no disponer de ayuda inmediata, Rogozov no tuvo más remedio que operarse a sí mismo con ayuda de un espejo. Para no perder el tacto, decidió no utilizar guantes.

Cada cuatro o cinco minutos descansaba alrededor de 25 segundos. Casi dos horas después de haber empezado, dio por terminada la operación. “No pude dormir en toda la noche. ¡Me duele como el demonio! Una tormenta de nieve azota mi alma, gimiendo como 100 chacales”, escribió en su diario. Tras la intervención, después de una semana de descanso, las fiebres bajaron y Rogozov se dio cuenta de que tenía otra oportunidad para seguir viviendo. Así hizo hasta el año 2000, que murió víctima de un cáncer de pulmón.

Hay fotos de la operación, donde se muestra a Rogozov tumbado, con las tripas abiertas, practicándose la operación con la misma autosuficiencia que un Juan Palomo a la hora de salvar su propia vida.

Rogozov fue tratado como un héroe nacional. Representaba al hombre que venía de la clase trabajadora que había logrado una hazaña digna de ejemplo para el mundo de la época, dividido en los dos grandes bloques que, tras la II Guerra Mundial, mantenían su conflicto denominado Guerra Fría.

Ya ha pasado el tiempo de todo aquello; el Muro de Berlín no existe y muchas cosas cambiaron, pero aquel episodio que protagonizó Rogozov serviría para que las apendicectomías fueran obligatorias en las expediciones antárticas. A partir de entonces, lo de hacerse un Juan Palomo se quedó fuera de los planes de los exploradores antárticos.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento

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