Dimos por hecho que se mudaba el año pasado a Madrid para facilitar a su padre el arraigo necesario para conseguir el tercer grado. Primogénito de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, Juan Valentín cumple este martes 21 años con la tristeza de ver que a su padre le han vuelto a denegar la progresión de grado. La familia sueña con ese momento en el que pueda disfrutar de un régimen penitenciario más flexible que le permita pasar los días fuera de la cárcel, solo pernoctar, y pasar fines de semana con los suyos. Juan Urdangarin se matriculó en la universidad de Essex en Gran Bretaña hace dos cursos. Pocos meses después de iniciar los estudios se informaba de su traslado a Madrid. Venía para estar más cerca de su padre. Pocos datos, los justos. Es un joven reservado y al que han retraído aún más las circunstancias que le ha tocado vivir. Solo se mueve en un entorno íntimo donde busca la discreción máxima. ¿Vive realmente en Madrid o ha vuelto a sus estudios en Inglaterra tras más un año a la espera de ese tercer grado que aún no llega?
Fue en julio de 2018 cuando trascendió que había viajado hasta Brieva para visitar a su padre, quien un mes antes ingresaba en el módulo de hombres de la prisión abulense para cumplir una condena de 5 años y 10 meses por su implicación en el caso Noos. La noticia la adelantaba la revista ‘Semana’. Urdangarin tuvo desde el primer día el apoyo incondicional de su familia, empezando por su mujer, la infanta Cristina, su madre, Claire Lieabert, sus hijos y también sus hermanos. El mayor de la casa fue el primero en ir a verlo aquel 6 de julio de hace dos años, un día que no podrá olvidar, según me cuenta una amiga de la familia. Fue solo, me asegura. Sin embargo, lo cierto es que no existen imágenes de ese día ni de apenas ningún otro día que avale la residencia de Juan en Madrid.
Las navidades de ese 2018 fueron muy duras para su familia, pero, a la vez, comenzaba la cuenta atrás para cumplir con la Justicia y empezar otra etapa. De la cárcel, su padre saldría dejando atrás la condena y estarían ya en paz. Pasaron las fiestas en La Zarzuela, vetadas desde que estallara el escándalo Noós y Urdangarin fuera imputado en noviembre de 2011. En enero de 2019, ‘¡Hola!’ publicaba una fotografía que revelaba la presencia de Juan en Madrid. Acompañó a su abuela la reina a un concierto benéfico en el Teatro Real, inspirado en el tradicional de Año Nuevo de Viena, fue interpretado por la Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura, una barriada muy desfavorecida de Paraguay. Eran las vacaciones navideñas.
El traslado a Washington en 2009 comenzó a marcar su vida de una manera dolorosa en cuanto supo todo lo que ocurría con su padre. Se sentían diferentes hasta entonces. Ser nieto de los Reyes Juan Carlos y Sofía, que su tío Felipe fuera el Heredero a la Corona y crecer en una lujosísima vivienda de la zona alta de Barcelona y demás excelencias les hizo crecer con una perspectiva muy diferente a la del resto de amigos y mortales. La imputación de su padre le afectó seriamente. Recuerdo su cara de tristeza a la vuelta del cole cada tarde, cuando la ruta lo dejaba en la esquina de la imponente vivienda donde se instalaron en el barrio de Bethesda. Tenía 11 años y recibió un varapalo emocional que aún lucha por superar. Tres años después, de Washington a Barcelona. Todo empeoró.
Allí vivieron el infierno de la cercanía, del club de tenis, de la España indignada por los abusos que había cometido su padre. Cada día un nuevo titular. De nada valía tener a su abuelo en La Zarzuela, menos aún que su madre intentara demostrar que no habían hecho nada. El joven, entonces adolescente, vivió en sus carnes la crueldad con la que trató la realidad a los suyos. Primer miembro de la Familia Real imputado. Luego caería su madre. Los dos en el banquillo. La infanta fue absuelta, aunque sí condenada a pagar de 265.000 euros por responsabilidad civil a título lucrativo. El traslado a Ginebra en julio de 2013 los alejaba del foco mediático y de los feos comentarios cuando volvían del colegio, de las pintadas “Urdangarin ladrón”, pero también los alejaba de su casa, de su familia, de los amigos; de todo lo que un niño a esa edad valora. Juan y sus hermanos, como exiliados.
Cuando acabó la etapa escolar en Suiza se sentía un poco perdido, según me confiaron en ese momento. En diciembre de 2017 viajó a Vietnam para trabajar en una instalación de hornos de biogás en la zona del Mekong, junto a sus compañeros de colegio. Después se marchó a Camboya con el voluntariado de monseñor Enrique Figaredo, un jesuita que trabaja desde hace años por los derechos de los más desfavorecidos y su inclusión a través de la educación y mejoras en la sanidad, con la ONG Sauce. Es de las pocas fotografías en las que se le ve sonreír. Fue lo que llamaron año sabático y coincidió con el periodo de revisión de la condena de su padre por parte del Tribunal Supremo que finalmente la rebajó de 6 años y tres meses a 5 años y diez meses. Juan necesitaba tiempo, lejanía y espacios diferentes en los que la necesidad es tal que te olvidas de que un día existió un palacio en tu vida. Él, culpable de nada.
Lo vimos en Madrid por última vez el día en el que su prima Victoria Federica cumplía años, el pasado nueve de septiembre. Finalizaban las prácticas en la ONG Entreculturas con la que ha colaborado un par de semanas. Tenía que viajar fuera de España y fue. Su padre ha disfrutado de varios permisos penitenciarios, todos ellos en Vitoria. El tercer grado tendrá que esperar hasta la primavera del año próximo, según parece. Dudo que sea él quien le ofrezca arraigo en Madrid teniendo la casa materna en Vitoria. ¿Ha retomado sus estudios de Relaciones Internacionales en Inglaterra?