Juan Uslé, brochazos de una vida

Juan Uslé (Santander,1954) pasa la mayor parte de su tiempo en su estudio, encerrado entre telas. Entre obras compuesta por rítmicas abstracciones donde se establece un diálogo entre elementos de naturaleza opuesta. Laberintos construidos mediante discontinuos brochazos repetidos innumerables veces que encierran procesos intelectuales y emocionales, y brindan espacios abiertos a la imaginación del espectador.

Sin embargo, su reconocimiento como uno de los pintores españoles de más proyección internacional no ha sido suficiente para que Juan Uslé deje de negarse “a ser Juan Uslé”. De ahí que en su estudio siempre esté su cámara, una Canon que lleva a cuestas en cualquier tipo de desplazamiento, y a través de la cual se plantea una nueva mirada donde inevitablemente quedan plasmadas sus obsesiones como creador. La fotografía contribuye así a profundizar en su lenguaje, libre de las constricciones pictóricas pero no del todo independiente. De esta suerte, de este continuo mirar, de la necesidad de su autor de captar sutilezas, la fragilidad que se escapa, y ahondar en complejidad de cuanto nos rodea, nació Línea Dolca 2008-2018. Irrefrenable, una exposición incluida dentro de la programación de PHotoESPAÑA Santander 2020, que puede verse en la Sala Concepción Arenal del Centro Cultural Los Arenales de Santander.

La muestra ha sido concebida a modo de instalación, donde 182 fotografías, seleccionadas dentro del amplio archivo del autor, y realizadas a lo largo de una década y en distintos lugares del mundo, componen una línea que recorre el espacio expositivo. Uslé se aleja por primera vez de los grandes formatos proporcionando al espectador un acercamiento más íntimo y cercano a las imágenes. Son fotografías en color que muestran paisajes urbanos y naturales, retratos y autorretratos, naturalezas muertas, detalles del estudio, de su casa, así como superficies anónimas que recortan un horizonte sobre dos planos diferenciados. Una exposición que discurre como la metafórica línea de una vida. “Una línea que a veces salta o se bifurca, se enreda o continua firme y decidida”, tal y como la describe su autor. Donde confluyen luces y sombras, composiciones orgánicas y geométricas; la realidad y su reflejo.

“Las aguas de un río cambian en los diferentes trayectos de su recorrido. Las imágenes se van sucediendo o alternando y permanecen archivadas como testigos del tiempo”, apunta el artista. Así Línea Dolca puede entenderse como “un residuo de ese tiempo, una suma de encuentros, de gente y lugares que se suceden y alimentan. Un testigo silencioso que alimenta nuestra ilusión y el deseo. También como un fragmento abierto y, sin duda, inconcluso”.

'Familia Dolca in NY', Nueva York. 2017
‘Familia Dolca in NY’, Nueva York. 2017

La exposición supone el regreso expositivo del artista a su lugar de origen, Cantabria, donde comenzó a forjarse su rico universo poético. Dolca es el nombre de una tableta de chocolate. La misma que Uslé esperaba ansioso cuando era niño, mientras su madre acudía a hacer compras a Santander desde el otro lado de la bahía. “La ilusión de la tableta se unía a la ilusión del viaje”, recuerda aún con emoción. Así, la primera imagen de la instalación es la fotografía de un rincón del estudio del artista en la que, entre otros elementos, se observa una vieja fotografía en la que aparece el autor y su hermano sentados en las rodillas de sus progenitores con una tableta de Dolca en la mano.

Sus años formativos en la Facultad de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia, configuraron sus primeros pasos en la fotografía. La espontaneidad y frescura del cine underground, que conoció como estudiante a mediados de los setenta, marcaba el contrapunto a los estrechos preceptos inculcados en la academia. El acercamiento experimental del cine de Jonas Mekas y John Cage, y en parte también del de Andy Warhol, sustentaba el deseo de mover la cámara con libertad en este autor que siempre ha rehuido de los aspectos puramente técnicos del medio fotográfico, algo a lo que recurre solo en busca de “facilitar la expresión o favorecer el aliento, y la magia de la imagen”. En la instalación se encuentra intercalada una foto de la puerta de entrada al estudio de Robert Frank, en Bleecker Street, en Nueva York, donde el pintor cántabro se instaló en los ochenta. “A Frank lo encontraba casi todos los días en El Noho Star o en Il Quartino, a la hora de comer, y nos saludábamos como vecinos. Admiraba mucho su obra y me parecía un gran tipo pero nunca le incordié. A veces cuando paso delante de su estudio sigo haciendo disparos”.

Dice imprimir solo un 1% de las imágenes que toma. Procura mantener “el ojo inocente, observar las cosas sin esperar nada de ellas, desposeído de intención, o de afán de incluirlas, ordenarlas, en los archivos del reconocimiento”. Así se acerca a sus motivos como si los hubiese visto por primera vez, fascinado por ese ejercicio de aproximación y apreciación, siempre abierto al encuentro. Dispara y valora aquello que le sorprende “en un gesto que me recuerda a los gestos de complicidad que hacen los niños como respuesta hacia algo que les gusta”. En ese proceso establece “puentes, relaciones y procesos de transformación y cambio entre las imágenes, sea cual fuere el medio que esté utilizando”. De manera que entre sus pinturas y fotografías se establecen vínculos evidentes, correspondencias y deudas que no siempre circulan en la misma dirección. “Me gusta separar el carácter y la presentación de ambos medios como soportes independientes”. Si bien sus fotografías no explican su obra pictórica, asegura que “el proceso de mirar más allá de la tela nutre indiscutiblemente mi pintura”.

“Cuando camino y me encuentro con un hilo delicado de luz proyectado sobre un suelo, o un plano de pared, lo observo y pienso. A veces disparo y otras observo hasta que se desvanece. De modo similar, cuando avanzo al pintar, cubriendo una tela grande de renglones y latidos y me encuentro con una fisura sugerente, la observo y paro, para seguir observando, hasta que decido si la cubro con pintura o la respeto como luz que es”.

En Línea Dolca se recogen, de manera bastante natural, “los procesos, momentos, dudas y andaduras, de alguien que vive intensamente su profesión y relación vital con los seres próximos y las cosas que le gustan, no pocas por cierto”, afirma su autor con relación al carácter claramente autobiográfico, aunque no intencionado, que manifiesta la pieza. No solo las cosas llamativas y luminosas captan su atención, también dirige su mirada hacia otras más sórdidas y discretas. “Tiendo a pensar que estas, llamémosles, ‘zonas oscuras’ esconden voces e imágenes de gran poder, por eso me interesan especialmente”.

No ejercer la fotografía de forma profesional le hace sentirse más libre. “No depender de estéticas. Me interesan mucho las imágenes que me hacen dudar, que incluso mantienen su identidad escondida cuando las miro, y remiro, en el ordenador. Cuando leía La cámara lúcida de Roland Barthes comprendí la importancia de mirar otra vez las imágenes, intentar darles tiempo para manifestarnos ese punctum diferencial que hace que una imagen encuentre su nexo. Eso que le da sentido, y pasa de ser aparentemente aburrida a convertirse en interesante”. De la misma forma dice guiarse por la intuición al editar las imágenes, “procurando elegir con frescura, sin prejuicios estéticos, acercarme a detectar lo que esconde, eso que me incitó a hacer el disparo”.

Nunca retoca una imagen, fiel a la “vieja idea de que la imagen fotográfica certifica la verdad”, y se manifiesta sensible al deterioro que sufre la percepción humana en la actualidad, a causa del aluvión de imágenes que nos invaden. “Parece que fue en la Edad Media cuando la televisión entró por primera vez en los hogares, y los más mayores se atusaban el pelo o escondían el delantal delante del monitor porque pensaban que quien hablaba les estaban viendo. Y ahora mismo ya hablamos todos por videoconferencia y entre muchos a la vez. ¿Todo se ha multiplicado? ¿Todo se ha fragmentado?”, se pregunta. “De las glamurosas vallas publicitarias de la América triunfal de los años 50 en tecnicolor, del enorme anuncio de Hollywood hecho únicamente con enormes letras, hemos pasado a un disparatado Times Square, cada vez más histérico, cegador y caleidoscópico”. Ya en los años noventa el autor solía referirse a la idea de ‘contaminación’: “El arte está contaminado, la abstracción también”, apuntaba. “Nada se salvaba de la invasión desmesurada e inmoral de imágenes con las que a diario éramos bombardeados sin tregua. Y sigue pasando. Nunca uno se sintió tan fragmentado como ahora. Dividimos nuestro ser y nuestra vida en innumerables lugares y tareas, viajando sin parar y preparando múltiples cosas a la vez. Somos fragmentos de lo que una vez fuimos y luchamos, con ayuda, por recomponernos”.

Línea Dolca 2008-2018. Irrefrenable. Sala Concepción Arenal del Centro Cultural Los Arenales. Hasta el 9 de noviembre. Santander.


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