Está claro que Europa pecó de optimismo al confiar con exceso en la capacidad productiva de las farmacéuticas que suministran las vacunas contra la covid-19, como reconoció ayer la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en el Parlamento Europeo. Los retrasos en el suministro han hecho que apenas se haya podido vacunar al 4% de la población, frente al 20% en Reino Unido y el 12% en EE UU. De los 2.300 millones de dosis compradas, apenas han llegado 26 millones y no está claro que se alcance el objetivo de que el 70% de la población europea esté inmunizada antes de acabar el verano. Las críticas a la opacidad de los contratos y al exceso de confianza están justificadas, aunque esté demostrado el acierto de la estrategia de compra conjunta y distribución equitativa de las vacunas.
Pero lo ocurrido es también una señal de alerta sobre las consecuencias de que no haya una estrategia mundial que garantice la fabricación suficiente de vacunas. Un estudio de la Universidad Johns Hopkins publicado en la revista British Medical Journal estima que una quinta parte de la población mundial no tendrá acceso a la vacuna al menos hasta 2022. Algunos países africanos no esperan poder vacunar hasta 2023. Otro informe del Instituto de Salud Global de la Universidad de Duke indica que el 60% de las vacunas comprometidas han sido adquiridas por un grupo de países ricos que apenas representan el 16% de la población mundial. La iniciativa Covax, que bajo los auspicios de la OMS reúne fondos para suministrar 2.000 millones de dosis a los países pobres, es un avance importante, pero insuficiente para asegurar la capacidad de producción y la equidad vacunal.
La falta de una estrategia global puede poner en peligro el avance que la vacunación representa contra la pandemia. Israel ofrece un ejemplo paradigmático. Este país ha logrado dar ya la primera dosis al 38% de sus 9,2 millones de habitantes y la segunda al 21%, de modo que el 85% de la población mayor de 60 años está ya inmunizada. Pero el virus sigue circulando a sus anchas en la población palestina, de la que Israel se ha desentendido por lo general, pese a ser potencia ocupante, y también entre la población de los países vecinos.
Mientras no esté vacunada una parte significativa de la población mundial, por mucho que los países con mayores recursos logren inmunizar a la mayor parte de sus habitantes, el virus seguirá circulando y podría evolucionar haciéndose invulnerable a las vacunas disponibles. Las incógnitas que todavía quedan sobre la duración de la inmunidad y la posibilidad de reinfección impiden que pueda restablecerse la normalidad en la movilidad internacional, el comercio o el turismo. Un horizonte de fronteras sanitarias no es el mejor escenario para la recuperación económica que el mundo globalizado necesita.
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