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Kunsthalle de Praga: un nuevo espacio para dar luz y energía a la creación contemporánea

La industrialización de la electricidad en el siglo XIX no solo permitió llevar la energía e iluminación a las fábricas, las calles y los hogares. Aquel desarrollo transfiguró, desde una perspectiva radical, la manera de concebir y materializar el arte. No solo el visual. “También la música se transformó”, subraya Peter Weibel, artista electrónico, comisario y teórico, uno de los más influyentes de nuestro tiempo, así como presidente del ZKM (Centro para el Arte y la Tecnología de los Medios de Karlsruhe, en Alemania). “De llegar a unas pocas personas en su versión desenchufada, la música pasó a estar disponible para miles”, ilustra. Lo mismo ocurrió con el arte que, convertido en cine, se popularizó a una velocidad inusitada.

Pensador sobresaliente de la encrucijada entre creación y tecnología, Weibel destaca la electricidad como la herramienta más trascendental de entre todas las que han ido definiendo la historia del arte. “Permite imitar el movimiento y también crear movimiento real. Y el movimiento es la vida”, sentencia. Sobre ese pilar ha levantado Kinetismus, la exposición, en sus palabras, “única en Europa”, que ha comisariado para la inauguración del Kunsthalle de Praga. Instalado en una antigua central eléctrica de los años treinta a los pies del castillo de la ciudad, este nuevo centro de arte contemporáneo abre sus puertas al público el martes 22 de febrero. De iniciativa privada y sin ánimo de lucro, ha sido financiado por la Fundación de la familia Pudil, mecenas de arte centroeuropeo. Solo la rehabilitación del edificio ha costado 35 millones de euros. Como la propia muestra inaugural, la institución aspira a dar luz e impulso a la creación artística contemporánea checa e internacional, a través de un programa de ente seis y ocho exposiciones temporales anuales junto con programas educativos, talleres y encuentros.

El siglo de los biomedia

Weibel habla en un inglés trepidante y con un marcado acento alemán. Es austriaco nacido en Odessa, Ucrania, en 1944. Faltan apenas unos días para la inauguración de la muestra y del Kunsthalle, y se encuentra sentado frente a una de las obras de un recorrido que no persigue un planteamiento cronológico sino que va tejiendo conexiones a base de coincidencias conceptuales, morfológicas y semánticas. Se trata de Retrato de la mosca (2015), de Laurent Mignonneau y Christa Sommerer, una pantalla blanca con un enjambre de moscas digitales que se reagrupan cuando captan movimiento para perfilar la silueta del espectador que se coloca delante. Ahora se ve el contorno de Weibel, con la cabeza agachada mientras charla apasionadamente. “El siglo XXI será la era de los biomedia”, dicta el artista sobre la importancia representativa de este trabajo, que se basa en un algoritmo y en la detección de los contrastes de luz.

Para llegar a una obra como esta, la exposición transita un camino experimental con más de 90 piezas de casi el mismo número de artistas, incluido el propio Weibel y nombres que marcan algunos de los hitos del último siglo, desde Man Ray a Marcel Duchamp, Naum Gabo, Carlos Cruz-Díez, Julio LeParc y los checos Michael Bielicky y Kamila B. Richter. Cristalizado en las creaciones de artistas de todas las procedencias, el arte electrónico se ha desarrollado a través de lo que Weibel denomina las “cuatro c”: cinematografía, arte cinético, arte cibernético y arte computacional. En estos subgéneros, la exploración del movimiento y la luz se concreta desde su representación directa en las películas hasta la acción figurada que se desprende de la lectura bidireccional de un palíndromo colocado sobre una circunferencia (In girum imus nocte et consumimur igni, 1997, de Cerith Wyn Evans).

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Si Weibel está sentado frente a una obra que representa lo que él considera el futuro del medio, justo a su espalda se exhibe una escultura que tanto él como los responsables del Kunsthalle ensalzan como un referente clave para entender el pasado. No solo en lo que se refiere la exposición, sino para la existencia del propio centro expositivo: una pieza cinética y luminiscente del artista y arquitecto Zdeněk Pešánek (1896-1965). “Él fue el primero en introducir la luz y el movimiento en la escultura”, asegura Weibel que subraya que, “después de 80 años”, la traducción al inglés de sus escritos que acaba de publicar el Kunsthalle representa la primera y la única iniciativa por sacar sus pensamientos del idioma checo. “Él fue un pionero en la experimentación del impacto de la electricidad en la creación de arte moderno; una figura adelantada a su tiempo”, agrega Christelle Havranek, la comisaria jefa del Kunsthalle, “y una parte de nuestra misión consiste en comprender su legado”.

Pešánek, que siempre se consideró compañero espiritual de los creadores de la vanguardia, en realidad nunca pudo hacerse hueco en la escena de su tiempo. Después de él, muchos otros no consiguieron encontrar su sitio en la historia por razones políticas. La comisaria Havranek plantea una similitud entre la etapa comunista y lo que ocurrió en España durante el franquismo. “Entre 1945 y 1989, muchos artistas no consiguieron visibilidad porque no se les permitió trabajar libremente”, señala. Sacar aquellos nombres del olvido y poner el foco sobre los jóvenes creadores checos se ha convertido de este modo en una de las fijaciones del Kunsthalle, para cuyo edificio, la vieja y gris central eléctrica a los pies del castillo, Pešánek imaginó unas esculturas cinéticas que nunca llegaron a instalarse. “Se trataba de cuatro delicadas obras que iban a decorar la fachada”, explica Havranek, “pero desafortunadamente se perdieron sin dejar rastro después de ser expuestas en París en 1937″.

Una obra expuesta en la muestra ‘Kinetismus’.VOJTECH_VESKRNA

La impronta de Pešánek y la inspiración de la intersección entre arte y tecnología han servido para insuflar el primer aliento al Kunsthalle. Como apunta su directora, Ivana Goossen, la institución aspira tanto a promover el arte new media como las formas creativas más tradicionales, como la pintura y la escultura, dando oportunidades a los jóvenes artistas sin olvidar las conexiones con el panorama internacional. “Queremos contribuir a la dinamización del arte checo y apoyar la creación de proyectos interdisciplinares e innovadores”, resume. Que el centro —que cuenta con 5.700 metros cuadrados expositivos— haya recibido el nombre alemán de Kunsthalle (literalmente, sala de arte), agrega Goossen, tiene mucho que ver con esa intención. “Frente a los museos, los Kunsthalles albergan exhibiciones temporales, y esa es nuestra motivación”, señala. A través del cambio constante, quieren generar una influencia duradera.

Aunque cuenta con una colección propia, conformada por el legado de la familia Pudil y préstamos a largo plazo de numerosos coleccionistas internacionales, el Kunsthalle no se plantea mostrar esas obras, unas 2.000 en la actualidad, de manera permanente. “Ese no es nuestro proyecto”, zanja Goossen, que explica que sí guardarán ese acervo, que aspiran a expandir hasta las 10.000 piezas contemporáneas, en los almacenes de la institución. Algunas se usarán, no obstante, en las exposiciones temporales que vayan organizando. Y todas estarán disponibles para consulta en internet y publicaciones impresas. De las dos exposiciones que se plantean mantener siempre abiertas simultáneamente (una de mayor envergadura y otra complementaria), dedicarán algunas a la didáctica del coleccionismo, una práctica que, al fin y al cabo, proporciona su razón de ser. “Queremos ayudar a la gente a descubrir el arte”, resume Goossen. “Tanto a los que se inician en la creación contemporánea, como los que ya tienen experiencia”.

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