La afluencia a las urnas en Francia durante la mañana cae tres puntos respecto a 2017

La afluencia a las urnas en Francia durante la mañana cae tres puntos respecto a 2017

El sol lucía radiante, por fin tras interminables días de lluvia, en prácticamente toda Francia este domingo de elecciones presidenciales en el que casi 49 millones de franceses están llamados a votar. Pero ni el espléndido cielo azul podía evitar que la sombra de la abstención se cerniera, amenazadora, sobre un proceso democrático que ha estado marcado por un alto desinterés social entre los coletazos de la pandemia de coronavirus y la guerra de Ucrania y una campaña electoral casi invisible. A ello se une la sensación generalizada de que todo está decidido de antemano, que los finalistas de 2017, el presidente saliente Emmanuel Macron y la líder de extrema derecha Marine Le Pen, repetirán la jugada y se enfrentarán nuevamente dentro de 15 días en la ronda definitiva.

Como cada domingo, Simon agitaba el periódico comunista L’Humanité desde una esquina del mercado de la plaza de Saint-Denis, en la otra punta de la basílica donde están enterrados todos los reyes de Francia hasta 1789, en esta localidad de la empobrecida periferia parisina. Desde la medianoche del viernes al sábado está prohibido hacer campaña electoral, pero nada le impedía mostrar la portada con la foto del candidato del Partido Comunista, Fabien Roussel, y entablar conversación con quien quisiera escuchar. Reconoce que esta jornada electoral es rara, con poco ambiente tras una campaña también atípicamente desangelada. “Parece un domingo cualquiera”, decía. Desde luego, el mercadillo y la iglesia estaban este domingo más abarrotados que los centros electorales de esta ciudad de la banlieue parisina, que tradicionalmente registra una de las tasas de abstención más altas de toda Francia. “El desafío ya no es solo que la gente vote comunista, sino que siquiera vaya a votar hoy”, admitía este militante comunista.

Al mediodía, el porcentaje de votación en Francia era del 25,48%, según informó el Ministerio del Interior. Tres puntos menos que las de 2017 a la misma hora (28,54%) y por debajo también de las anteriores convocatorias a las urnas presidenciales de 2012 y 2007. Solo en el año al que ahora todos miran con aprensión, 2002, cuando la extrema derecha se clasificó por primera vez para la segunda vuelta, el nivel fue aún más bajo, del 21,39%.

A la cola del autobús para regresar a la vecina localidad de Stains, donde vive y trabaja como funcionaria municipal, Sandrine, una francesa de origen marroquí en la cincuentena, reconocía que seguía sin saber a quién votará. Normalmente, habría votado a primera hora de la mañana. Esta vez, prefirió darse algo más de tiempo. “Es la primera vez que dudo de verdad. No sé bien a quién votar, tengo la sensación de que se podría meter a todos los candidatos en el mismo saco”, suspiraba.

Sébastien, un vecino de Saint-Denis de 40 años, acababa de emitir su voto, pero tampoco se sentía satisfecho. “No hay un candidato que me entusiasme”, reconoció. Si se había decidido a acudir hasta su colegio electoral era para evitar lo que advierten analistas y sondeos desde hace tiempo: que la extrema derecha no solo llegue, como está previsto, a la segunda vuelta, sino que incluso gane o pierda por un margen mínimo de votos. “Es terrible tener que hacer un voto estratégico, no por adhesión o convicción”, lamentaba este votante “de izquierdas”, como se define.

Si la abstención está en la mente —y los temores— de muchos analistas y responsables políticos es porque esta, según las encuestas, podría alcanzar un nuevo récord, hasta el 30%, lo nunca visto en unas presidenciales, si bien en los últimos días esta cifra podría haberse reducido. En cualquier caso, rozará o podría superar el 28,4% que alcanzó en una fecha maldita que estos días también trae muchos (malos) recuerdos: el 21 de abril de 2002, hace ahora casi 20 años, la extrema derecha logró pasar a la segunda vuelta de la mano de Jean-Marie Le Pen, líder del Frente Nacional y padre de la hoy candidata Marine Le Pen al frente del mismo partido rebautizado como Reagrupamiento Nacional (RN), con un ideario de base —nacionalista, antiinmigrantes, proteccionista— matizado pero aún similar. También entonces, como hoy, muchos franceses pensaron que la primera vuelta estaba ya decidida (pasarían el favorito, el socialista Lionel Jospin, y el conservador Jacques Chirac) y que no pasaba nada si no iban a votar, que ya lo harían en la segunda ronda.

El precedente de 2002

El hecho de que las encuestas lleven semanas diciendo que el duelo presidencial se resolverá entre Macron y Le Pen podría desincentivar a muchos electores a acercarse este domingo a las urnas. Con el peligro de que el avance del RN ahora no es un accidente circunstancial, sino una progresión estable —Le Pen ya logró pasar a la segunda vuelta en 2017 y su partido ha mantenido durante años una base de voto estable— y que, por primera vez, algunos sondeos y análisis señalan que no sería imposible tener a una Le Pen presidenta, con las consecuencias nacionales e internacionales que ello tendría.

En un intento de dar ejemplo, candidatos y políticos se dejaron ver pronto este domingo en sus colegios electorales. La socialista y alcaldesa de París, Anne Hidalgo, fue la primera de los 12 candidatos presidenciales en emitir su voto, en el distrito 15 de la capital, poco antes de las nueve de la mañana. No está previsto que Hidalgo logre liderar más el partido tras una votación en la que se vaticinan los resultados más desastrosos y potencialmente devastadores en la historia del Partido Socialista (PS) francés, menos del 3% de votos, por detrás no solo del comunista Roussel, que también votó temprano, sino hasta del candidato ruralista y casi anecdótico Jean Lasalle.

El único candidato de izquierdas con alguna posibilidad es el populista Jean-Luc Mélenchon, al que las encuestas sitúan en tercer lugar en intención de voto, pero con pocas posibilidades de clasificarse para la segunda vuelta. Todos los intentos de presentar una candidatura única de izquierdas han fracasado estrepitosamente desde la gran debacle de la izquierda en 2017. “Es deplorable”, se indignaba Sébastien en Saint Denis. “Luego vendrán a llorar porque avanza la extrema derecha”.

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