Si los soldados del general romano Décimo Junio Bruto se hubieran topado 22 siglos después con el cauce del río Limia lo habrían cruzado sin mojarse las suelas de sus sandalias. Probablemente no se habrían ni enterado de que se hallaban ante su temido Flumen Oblivionis, o Lethes, esa mitológica corriente de agua con la que identificaron el Limia al llegar a Galicia y sobre la que pesaban innumerables advertencias de los autores clásicos. El río fue una terrible barrera en la conquista romana al llegar a la actual provincia de Ourense, porque era sabido que quien lo franquease perdería la memoria. Hasta que, según se transmite de boca en boca en este lugar donde Galicia se transforma —casi sin darse cuenta— en Portugal, el valiente jefe de filas se decidió a cruzarlo. Desde la otra orilla, el general llamó por su nombre a sus soldados para demostrar que lo de la amnesia era un bulo. Hoy, tal y como dicen los informes remitidos por los científicos de la Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN) al Ministerio para la Transición Ecológica, el Río del Olvido se ha convertido en “el río olvidado”: exprimido y seco desde su cabecera por las captaciones para el riego y las macrogranjas, hasta poner en jaque “12 taxones de flora y fauna amenazadas a nivel regional, español y europeo”.
Además de sobre ranas, sapos, peces y aves en situación vulnerable o especies vegetales tales como un helecho en peligro de extinción en Galicia, el mayor riesgo se cierne sobre un raro cardo azulado propio de humedales del noroeste ibérico y de Francia. Es el Eryngium viviparum, una planta umbelífera anfibia que sin agua no sobrevive a esa media de 83 heladas que se registran al año en la zona. Aquí, en este territorio extenuado y saturado de nitratos por décadas de explotación agropecuaria sin freno, según la SGHN “se concentra el 96% de la población mundial” del espinoso Eryngium viviparum.
Después de años de denuncias ante las que las diferentes Administraciones con responsabilidades en el río nunca acabaron de implicarse, el colectivo de defensa medioambiental saca a la luz los demoledores datos proporcionados por el Sistema Automático de Información Hidrológica de la estación fluvial de Ponte Liñares, que gestiona la Confederación Hidrográfica Miño-Sil-Limia. Según estos registros oficiales del organismo de cuenca dependiente del ministerio, en los últimos 10 años se incumplió el caudal ecológico mínimo uno de cada tres días, y uno de cada nueve no se alcanzó ni siquiera la mitad de este límite imprescindible de agua sin el que la fauna y la flora no sobreviven. Esta situación extrema se produjo de forma reiterada durante más de tres meses seguidos en los años 2013, 2014, 2016, 2019 y 2020, y en 2017 el caudal circulante llegó a desplomarse hasta la décima parte del umbral ecológico mínimo.
Los datos “indican un incumplimiento grave y sistemático del Plan Hidrológico de la Demarcación Hidrográfica Miño-Sil en la cuenca alta del Limia”, denuncia la SGHN, de tal manera que “en los veranos y otoños de todos los años y en un invierno de cada tres se encuentra en una situación de colapso por la sobreexplotación de las masas de agua superficiales y subterráneas”. Junto al informe escrito y las tablas de gráficos elaborados por el colectivo, al gabinete de la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, han sido remitidas fotos del cauce completamente seco y de los delirantes sistemas de bombeo ilegales achicando el río a plena luz y con total impunidad.
Los tubos conectados a estos motores acaban llegando a plantaciones de cebollas y patatas, productos estrella de la comarca de A Limia, cuyos campos son abonados con toneladas de estiércol producido por las granjas (hay más de 350 de cerdos y pollos en la comarca). Las hipótesis científicas apuntan a que la contaminación por nitratos baja, a través del río escuálido y sus afluentes hasta el embalse de As Conchas, que registra todos los años graves episodios de cianobacterias por eutrofización de las augas. En este pantano construido por Fenosa en 1948 quedó sepultado el campamento romano de Aquis Querquennis, que aflora de forma estacional, y cada vez más tiempo, por la sequía.
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Cada año se cosechan unas 120.000 toneladas de la célebre patata de A Limia en una superficie cultivada de más de 3.500 hectáreas. El edafólogo del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) Serafín González, presidente a su vez de la SGHN, explica que “cada kilo de patatas necesita 86 litros de agua”. Según los propios datos de la Confederación Hidrográfica (CHMS), que en un informe del año 2020 reconoce que el sistema Limia alcanza estados de “emergencia, probablemente por problemas de escasez estructural”, los momentos de “normalidad” son tan frecuentes como los de “prealerta”, más de uno de cada tres meses. La “alerta” se da uno de cada cinco meses y la “emergencia” uno de cada nueve todos los años.
El panorama se repite desde finales de los 90, tal y como admitía la presidencia de la CHMS en 2012, pero el incremento en el consumo no puede vincularse a la industria, que casi no existe, ni al abastecimiento humano, con una población en declive sostenido desde 1950. En contraste con esto, según la SGHN la carga ganadera se ha duplicado desde 1999 (de 42.000 a 85.000 UGM o unidades de ganado mayor). Al mismo tiempo, los regadíos han experimentado un “enorme incremento”, señala el colectivo que estudia el medio natural desde 1973: muchos cuentan con permiso oficial concedido o en trámite, respaldados por un “plan estratégico del sector agrario” que “la Xunta de Galicia pretende financiar con los fondos Next Generation”. “El consumo punta, básicamente para cultivar patata, es de 15,3 millones de litros/hora”, calcula el informe presentado al ministerio. “Entre las concesiones legales y las que se quiere legalizar” solo en esta comarca el consumo anual es poco menos del volumen de agua del abastecimiento humano en toda la provincia de Ourense.
“El colapso hidrológico crónico en la cabecera del sistema Limia es especialmente preocupante por sus graves afecciones a los valores de los espacios naturales de su cuenca, amparados por seis figuras de protección”, recuerda la SGHN. En la comarca coinciden los supuestos blindajes ambientales de ZEPA (Zona de Especial de Protección para las Aves, cuyo plan de desarrollo sostenible dormita sin aprobarse en la Xunta desde hace más de 11 años), ZEC (Zona de Especial Conservación), y dos reservas de la Biosfera, la del área de Allariz y la transfronteriza Gerês-Xurés, que asimismo engloba un parque natural en la parte española y un parque nacional en la portuguesa.
En el paisaje de este río agónico se enmarcaba un proyecto anunciado por la ministra para la Transición Ecológica, la restauración parcial de la Laguna de Antela, anunciada el Día de los Humedales de 2021. Aquí se halla, entre otros valores naturales, toda la población gallega de avefría europea (Vanellus vanellus) y es el hábitat de otras aves (como la cerceta común, el alcaraván, el sisón o la agachadiza común) cuyas poblaciones reproductoras figuran en peligro de extinción en el Catálogo Gallego de Especies Amenazadas. El sistema del Limia es, además, hogar del pez espinoso (Gasterosteus aculeatus), la ranita de San Antón (Hyla molleri) y el sapo de espuelas (Pelobates cultripes), los tres catalogados como vulnerables. Desde 2011, la SGHN trabaja tratando de recuperar varias de estas especies animales, además de cardo Eryngium viviparum y de un helecho anfibio, la Pilularia globulifera, que también figura en peligro de extinción en la Lista Roja de la flora vascular española.
Regando una laguna desecada
Los terrenos que ahora ocupan campos de patatas, cebollas o cereales formaban uno de los mayores humedales (y paraísos de las aves) de la Península Ibérica, la Laguna de Antela, de 3.600 hectáreas, desecada para ganar terrenos de cultivo en los años 50. El proyecto inicial para dar agua a los regantes contemplaba una presa y un trasvase desde otro río de Ourense. Así se planeaba irrigar 9.100 hectáreas de cultivos en la zona, pero esta presa no se hizo y solo se pusieron en regadío 612 hactáreas de la antigua laguna bombeando agua de los canales de desecación. A principios de este siglo se extendió el regadío a otras 2.087 hectáreas, pero tampoco era suficiente para un sector agrícola pujante que en realidad ocupa mucho más terreno. El edafólogo Serafín González explica que desde 2013 están sobre la mesa cuatro proyectos para otras tantas comunidades de regantes. Según los expedientes de “solicitud de aprovechamiento de aguas” por los que los agricultores aspiran a legalizar captaciones, pozas y pozos, estos otros regadíos sumarían algo menos de 4.000 hectáreas.
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