La amenaza contra Azucena Uresti es regla, no excepción | Artículo

La amenaza contra Azucena Uresti es regla, no excepción | Artículo

En solidaridad con Azucena Uresti y todas las personas periodistas amenazadas

 

Por Témoris Grecko

Está enmascarado pero lo suyo es el descaro: “No estoy en contra de la libertad de expresión pero sí de quien me tira a mí”, sostiene en medio de un discurso confuso, enredado, en el que empieza ideas que pierde diez palabras más adelante, que no termina. Pero deja claro que, además del concepto de libertad de expresión, ha escuchado otro, el de feminicida. No termina de entender ninguno de los dos pero al menos sí logra usar este último para transmitir su mensaje básico: amenaza con asesinar a la conductora de Milenio TV Azucena Uresti, y por extensión, a quienes en ese canal, en Televisa y en El Universal publiquen algo que moleste a él o a su grupo.

Aunque no tuvo que nombrarlos, además, hay numerosos reporteros locales que entendieron que sus vidas también están en peligro, que siguen en peligro, que esto es un recordatorio de que las cosas no han cambiado. Para los que nada de esto es novedad, aunque el tema de las amenazas contra la prensa rompa en los medios grandes nacionales como no lo había hecho desde los asesinatos de Miroslava Breach y Javier Valdez, en marzo y mayo de 2017, con todavía más fuerza que entonces, porque ninguno de ellos dos salía en tele, y eso pesa.

Para los reporteros michoacanos, y de gran parte del país, este ataque que sorprende a tantos en Ciudad de México es lo de cada día, la única diferencia es de altura de miras, literalmente: los criminales están apuntando más arriba de lo normal.

Este grupo se dirige a espacios que nadie ha tocado en décadas porque las autoridades se verían obligadas a actuar: si con Breach y Valdez, que eran corresponsales de un diario impreso de Ciudad de México, aunque tarde y lentamente, sí están llevando acusados a juicio y hasta obteniendo sentencias condenatorias, ¿qué tendrían que hacer ante el crimen de alguien de la tele? Además, suelen tener aversión a la publicidad. 

A la publicidad nacional, hay que precisar. Porque a nivel local, muchos quieren que sus nombres sean bien publicitados y llenen de miedo a la población, a los periodistas.

Porque las amenazas directas contra un reportero o un medio, en Veracruz, Tamaulipas, Sinaloa o Guanajuato, son asunto de cada día. Mediante videos, como el que lanzaron contra Azucena a través de cuentas que suelen difundir la violencia más brutal y transmitir los mensajes del crimen organizado sin que Twitter las cierre. Pero también a través de ominosos recados que transmiten colegas y familiares, de granadazos y ametrallamientos contra oficinas, de secuestros breves con golpizas, de “sustitos” para la pareja o las hijas, de “invitaciones” a reunirse con el capo, el alcalde, el jefe de policía o el gobernador, y de unos buenos tiros en las piernas “para que aprenda”, como explico en mi reciente libro “No se mata la verdad”.

Y del asesinato de alguien cercano, por ejemplo, el de un colega para que la enseñanza llegue a todo el gremio. Es el caso de Pablo Morrugares, a quien mataron en Iguala, Guerrero, en agosto de 2020, y en octubre usaron para amenazar con el mismo destino a los periodistas de la ciudad, de la que al menos seis se tuvieron que marchar para proteger sus vidas, como conté en este artículo.

Lo de Azucena no es excepción, es regla. Pero al observar las reacciones en Ciudad de México, parece que pocos están conscientes de ello. Que no han estado atentos al desarrollo de la violencia contra el periodismo en México, que en los sexenios de Calderón y Peña Nieto alcanzó un clímax que nos mantiene entre los cinco países del mundo con más asesinatos de periodistas y que con López Obrador continúa igual (en 2017 México empató con Siria en primer lugar y en 2020, se quedó con el oro sin rival).

En la capital del país, las élites de la cultura se movilizan para denunciar que la libertad de expresión está en peligro cuando polemizan con un presidente que ha reducido los contratos de publicidad oficial, pero no tienen palabras acerca de los asesinatos de periodistas. En sus manifiestos, el tema simplemente no aparece: no saben, no contestan, no les importa.

A Azucena y sus compañeros amenazados hay que brindarles toda la solidaridad y el apoyo. Me parece que la amenaza es real y al menos a ella la va a obligar a tomar decisiones para cuidarse que van a afectar su forma de vida. Tenemos que exigir que se le otorgue protección y que las autoridades procedan a neutralizar a los agresores y llevarlos ante el juez.

Pero si en verdad creemos que las vidas de todos son igual de importantes y que unos periodistas no valen más que otros a partir de su mayor o menor exposición pública, hace falta tomar conciencia de que hay muchas más compañeras y compañeros no sólo en riesgo, sino sometidos a una violencia cotidiana, y que combatir esta situación sistemáticamente es tan importante como salir cada día, como hoy, a protestar por la amenaza contra una de nuestras comunicadoras más visibles.

 

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