La ardua misión del superagente D al frente del Mosad

Un vídeo de seguridad muestra a agentes del Mosad (vestidos de deportistas) siguiendo a un jefe de Hamás que fue asesinado en 2010 en Dubái.
Un vídeo de seguridad muestra a agentes del Mosad (vestidos de deportistas) siguiendo a un jefe de Hamás que fue asesinado en 2010 en Dubái.

La versión de película de espionaje que han referido altos cargos de Teherán tras el asesinato del científico Mohsen Fakhrizadeh ha suscitado sonrisas sardónicas entre los analistas de seguridad de Israel. El padre del programa nuclear iraní cayó muerto a balazos la semana pasada en una precisa emboscada en Absard, lugar de residencia secundaria favorito de la cúpula del régimen islámico. El ataque, según ese asombroso relato, fue perpetrado con una “ametralladora operada por control remoto”, mediante “dispositivos electrónicos vía satélite” y con el “logo de la industria militar israelí”. De acuerdo con esta versión, contradictoria con la de testigos entrevistados en un primer momento, “ningún individuo estuvo presente”, como enfatizó el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional, almirante Ali Samhahni. No hubo detenciones.

“Es la típica operación en la que interviene una amplia célula de ejecutores con fusiles automáticos y se hace estallar un artefacto explosivo para detener el convoy de seguridad [del científico]”, explica Alon Ben David, corresponsal de Defensa del canal 13 de la televisión israelí en busca de un guion más verosímil para un filme de agentes secretos. “El protocolo marca que primero hay que liquidar a los guardaespaldas y luego sacar del coche al objetivo [Fakhrizadeh] para darle el tiro de gracia que confirma la misión”, detalla este veterano experto en espionaje en las páginas del diario Maariv. “Después, un equipo de colaboradores locales se ocupa de la exfiltración [salida de territorio enemigo]”. Aparentemente, coinciden los analistas en Israel, las explicaciones de los servicios de seguridad de Teherán solo tratan de desviar la atención sobre un incuestionable revés.

El silencio es clamoroso en Israel, que elude por sistema cualquier tipo de comentario oficial sobre asesinatos selectivos en el exterior atribuidos a sus agentes. Ni confirma ni desmiente. Pero los especialistas en seguridad de la prensa hebrea –obligados por la censura militar a citar “fuentes extranjeras”– no ahorran detalles de las operaciones ni ocultan en sus informaciones la satisfacción que reina entre los mandos del espionaje.

Desde la Operación Damocles, cuando desbarató el intento de Egipto de dotarse de misiles con un equipo de ingenieros del programa de cohetes de la Alemania nazi, la leyenda del Mosad no ha dejado de crecer. El espionaje israelí hizo entonces una oferta que no pudo rechazar al ingeniero austriaco Otto Skorzeny, un excoronel de operaciones especiales de las SS que quedó absuelto en Núremberg. Reclutado en 1963 como doble agente en su refugio de Madrid, donde gozaba de la protección del dictador Franco, la misión de Skorzeny en El Cairo fue clave para frustrar las ansias de rearme del presidente Gamal Abdel Nasser.

En siete décadas de existencia, el Mosad, versión abreviada en hebreo de Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales, ha cosechado espectaculares éxitos en sus operaciones, casi siempre rodeadas por un halo misterioso, pero también sonoros fiascos. Al menos en los casos que han trascendido hasta el público. Ronen Bergman, investigador israelí especializado en servicios de inteligencia y autor de Rise and kill first (Levántate y mata primero), sobre la historia secreta de los asesinatos orquestados por Israel, intenta llevar la cuenta de estas acciones. Estima que antes de la Segunda Intifada (2000-2005) se registró medio millar de casos. Desde entonces cree que esta cifra se ha triplicado.

En un artículo publicado esta semana en el diario hebreo Yedioth Ahronoth, el propio Bergman sostiene que el destino de Fakhrizadeh —el quinto científico iraní abatido desde 2010— estaba escrito desde que el primer ministro de Israel le señaló en 2018 como cerebro de un programa secreto de Irán para hacerse con el arma atómica. “Recuerden este nombre”, advirtió Benjamín Netanyahu cuando presentó en Tel Aviv el botín obtenido por el Mosad en una singular operación en Teherán: media tonelada de documentos (55.000 páginas y 180 discos con datos) de los archivos secretos del régimen.

Para Israel se trataba de la prueba inequívoca de que la República Islámica seguía buscando el rearme atómico pese al pacto suscrito con las grandes potencias tres años antes. De hecho, el presidente Donald Trump retiró a EEUU de dicho acuerdo pocos días después. Para la mayor parte de los servicios de inteligencia, no obstante, se trataba de material anticuado que no revelaba un giro oculto de la estrategia nuclear de Irán. Los archivos se encontraban en un almacén de las afueras de la capital iraní sin medidas de vigilancia extremas.

De la misma forma que para apoderarse de los documentos de Teherán el Mosad reprodujo una copia exacta del almacén y su entorno, según revela Bergman, para practicar durante meses hasta el último detalle de la operación, resulta plausible que la emboscada de la semana pasada en Absard hubiese estado precedida de una cadena de ensayos generales en un escenario similar al real.

Alex Fishman, otro de los principales analistas sobre seguridad en Israel, puntualizaba también en Yedioth Ahronoth que los asesinatos selectivos no son operaciones improvisadas. Requieren trabajos previos de inteligencia, sesiones de coordinación con otros servicios –como el Shin Bet (seguridad interior) o la inteligencia militar– antes de que el proyecto sea consensuado por las agencias. Luego es el Gabinete de Seguridad (cónclave restringido de ministros) y, en última instancia, el primer ministro, quienes toman la decisión definitiva.

Irán es el objetivo primordial del Mosad desde hace más de un década. Con Netanyahu, la eliminación de la amenaza existencial que supondría una bomba atómica en manos de la República Islámica se ha convertido en una obsesión.

A su llegada a la Casa Blanca, el presidente Barack Obama impulsó hace un decenio una campaña de ciberataques coordinados con Israel contra el programa nuclear de Teherán. Un millar de centrifugadoras para enriquecer uranio quedaron infectadas por un gusano informático en la planta de Natanz, en la bautizada como Operación Juegos Olímpicos, que diseminó el virus Stuxnet en las redes informáticas iraníes. Pero cuando Obama decidió promocionar el acuerdo nuclear los servicios de ciberguerra israelíes dejaron de actuar en masa. El pasado mes de julio, el sabotaje informático que provocó un incendio en las instalaciones de Natanz dejó patente que Trump había vuelto a dar carta blanca al espionaje israelí.

Memoria de los fiascos de unos jueces y verdugos

Tres exdirectores del Mosad accedieron este mismo año, en el 70º aniversario de la creación de la agencia, a compartir experiencias de su gestión en una publicación de Ia Fundación de Inteligencia de Israel, que fueron recopilados por el especialista en seguridad y espionaje Yossi Melman en el diario Haaretz. La memoria de los antiguos jefes del espionaje sobre los asesinatos selectivos se detiene más en los fracasos que en los éxitos. Por ejemplo, el ataque en Túnez que se cobró la vida en 1988 de Jalil al Wazir (Abu Yihad), número dos del líder palestino Yasir Arafat, no sirvió para frenar la Primera Intifada (1987-1993).

El Mosad también reconoció el error de haber intentado envenenar en Amán al dirigente de Hamás Jaled Meshal en 1997, durante el primer mandato de Netanyahu como primer ministro. Para resolver la crisis con el entonces rey Hussein, que apenas tres años antes había firmado un tratado de paz con Israel, hubo que enviar a la capital jordana el antídoto para salvar la vida del líder islamista palestino.

En su segundo mandato, Netanyahu se vio envuelto en 2010 en otro gran fiasco del espionaje a raíz del asesinato en Dubái del jefe de las milicias de Hamás Mahmud al Mabhuh. Un comando de 11 agentes le liquidó a plena luz del día. Intentaron no dejar ningún rastro, pero fueron grabados por las cámaras de seguridad de un hotel, donde se habían registrado con pasaportes falsos suplantando la identidad de ciudadanos occidentales.

Los antiguos jefes del servicio de inteligencia exterior concluyen que muy pocos asesinatos han tenido una contribución decisiva para la seguridad nacional. Algunos tal vez cambiaron el curso de la historia, como el ejecutado con una pistola con silenciador que segó la vida de Fatih Shaqaqi, fundador de la Yihad Islámica palestina, en Malta en 1995. O el atentado contra el jefe militar de Hezbolá Imad Mughniyeh, en una rocambolesca operación en Damasco, en 2008, al estallar el reposacabezas del coche en el que circulaba el comandante proiraní.

“En un asesinato selectivo se actúa en varios niveles a la vez: como investigador, como acusador y como ejecutor de la acción”, concluye Tamir Pardo, director del Mosad entre 2011 y 2016, en el citado Diario de la Fundación de Inteligencia de Israel. “Lo importante no es castigar al alguien por sus crímenes, sino prevenir futuras acciones”.

John Brennan, que fue director de la CIA bajo la presidencia de Obama, ha saltado a la tribuna de Twitter tras la muerte del científico Fakhrizadeh para calificar estos asesinatos de “terrorismo patrocinado por el Estado” y “flagrante violación del derecho internacional”. “Es algo bien distinto de los ataques dirigidos contra jefes y militantes de grupos como Al Qaeda y el Estado Islámico, que no son Estados soberanos”, advierte el exjefe de la agencia estadounidense.

Cohen, jefe de los espías y delfín de Netanyahu

Yossi Cohen, director del Mosad dese hace cinco años, ha multiplicado la intensidad de las operaciones del Mosad contra Irán gracias la relación especial que mantiene con Netanyahu, quien ha llegado a presentarlo como su posible heredero en el poder. Con su inédita presencia habitual en actos públicos y en declaraciones a los medios, Cohen no parece ocultar su ambición política. Tendrá que aguardar al final de su mandato, previsto para el próximo mes de junio, cuando estará a punto de cumplir los 60 años. También deberá dejar que transcurran tres años para no incurrir en incompatibilidades, según la legislación israelí,que impone un “enfriamiento institucional” a los responsables de seguridad que abandonan el cargo.

Apodado el Modelo por sus impecables trajes, el apuesto Cohen lleva casi toda la vida en el Mosad, a cuyo servicio ingresó en 1982. Se especializó en programas de interceptación de comunicaciones y ciberguerra con Irán y ascendió todos los escalones de la agencia hasta llegar a subdirector en 2013. Entonces fue fichado como consejero de Seguridad Nacional por Netanyahu, quien le convirtió en su estrecho aliado. Tres años después regresó, ya como número uno para poner en bandeja al primer ministro el éxito de la captura de los archivos nucleares en Teherán.

Procedente de un linaje jerosolimitano de sabras (judíos nacidos en Tierra Santa), Cohen parece contar con todas las bendiciones de Netanyahu para recoger su testigo. Conservador y religioso, pero también cosmopolita y políglota, el director del Mosad ha acaparado bajo su control exclusivo misiones tan complejas como la normalización de relaciones con los países de Golfo (acérrimos enemigos también de Irán) o la adquisición de equipos médicos para hacer frente a la pandemia, que en teoría correspondían a los Ministerios de Exteriores y Sanidad.

Al frente del servicio secreto ha logrado crear toda una Administración paralela dentro del Estado, con un presupuesto estimado en más de 2.500 millones de euros y una plantilla de 7.000 personas, en una agencia de espionaje solo superada por la CIA, de acuerdo con los datos recopilados por Haviv Rettig Gur, analista de seguridad de The Times of Israel.

Cohen goza de plena libertad de movimientos al actuar bajo las órdenes directas de Netanyahu y sin las limitaciones de otros departamentos. A la espera de que llegue el momento político estelar que la prensa hebrea profetiza, disfruta ahora, en medio de un ambiguo silencio, de la gloria tras la eliminación del enemigo número uno en el programa atómico de Teherán. Un asesinato perfecto y sin rastros, con la huella inimitable del Mosad, que pone en jaque la aspiración del presidente electo Joe Biden de volver a la casilla de salida de la era Obama en Oriente Próximo y resucitar el acuerdo nuclear con Irán.




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