‘La Bella Otero’: nunca da peras el olmo

Antonio Gades, entre otras muchas enseñanzas, nos dejó una muy importante respecto al ballet narrativo de danza española: lo que se puede contar en 15 minutos no puede ni debe ocupar una hora de escena. Probablemente, La Bella Otero, ballet inspirado en la biografía de la vedete Carolina Otero y estrenado el pasado miércoles en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, hubiera sido menos desastroso con una duración de 55 minutos. Es descabellado e injusto mantener dos horas y cuarto al público en sus butacas.

Parecería facilón decir aquí que no se pueden pedir peras al olmo, pero es verdad paladina. El equipo de esta gran producción fallida —con coreografía de Rubén Olmo, dirección musical de Manuel Busto y dramaturgia de Gregor Acuña-Pohl— trata de ser muy moderno, cuando el resultado es un viaje en el tiempo a ciegas y trastabillando en un terreno cenagoso, pueril, hasta con ramalazos de mal gusto. El vestuario es un ejercicio de “estilismo vintage” acumulativo y poco práctico; la escenografía, un quiero y no puedo “como de ópera” difícilmente manejable para giras.

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Los inicios reales del icono de la Belle Époque Carolina Otero, un elemento de vodevil que hay que perfilar y valorar en un contexto específico, siguen siendo brumosos y hay que buscarlos en Estados Unidos, en el eje Nueva York-Boston-Chicago, su primera etapa tras huir de la Península. Lo de la La Belle Otero parisiense vino después con una serie de influyentes sucesos en medio, por ejemplo, la feroz rivalidad con Carmencita (Carmen Dausset, a veces presentada como “Carmencita, La Perla de Sevilla”) mucho más famosa entonces y de donde Otero copió su perfil escénico, su modelo; podemos hacernos una idea plástica aproximada por los cuadros que le pintaron William Meritt Chase (Metropolitan, NY) y John Singer Sargent (Orsay, París). La aproximación sanguínea a la Carmen de Merimée/Bizet ya la había hecho Carmencita bastante antes que Otero, así como la fan dance (baile del abanico con mensaje) y la exótica “Gitana de los Sortilegios”. Hay más historias, mucha tela transparente.

Tanta mitomanía (de palco y de burdel) en medio, que es muy difícil entresacar lo genuinamente biográfico de esta buscavidas cuyo éxito y cumbre estuvo al mismo nivel de su caída y ruina (llamar a Carolina “ballerina” sigue siendo un chiste grueso). Era famosa Otero por contar varias versiones diferente de los mismos hechos, por ejemplo, sus encuentros con Rasputín, que Olmo convierte en escena bufa, copiando casi todo (trono y caracterización incluidos) de originales soviéticos y del Rasputin, the Holy Devil (Fort Worth Ballet, Texas, 1978) de James Clouster. Hay muchas cosas más en este espectáculo del Ballet Nacional de España (BNE) del que se puede discutir su originalidad, como la procesión inicial, que recuerda demasiado y muchísimo a El Rocío de Antonio Ruiz Soler (Teatro Monumental, Compañía de María Rosa, 1986).

Otro instante del espectáculo.
Otro instante del espectáculo.MARIA ALPERI

En 1893 llega a París el striptease y Carolina Otero se apropia de esa pseudopantomima de porno suave, publicitando títulos cono Yvette se va a la cama. Olmo quiere representar algo así, pero se queda en la superficie, en el tópico. A sus escenas le falta sensualidad, humor y acaso cierta ironía. Piénsese que hasta Marcel Proust parece que optó por algunos rasgos de Otero para crear su Odette de Crécy de En busca del tiempo perdido (la mantenida de Charles Swann), desde la cintura —silhouette de guêpe— hasta las estratégicamente sueltas guedejas de su peinado, un azar de descuido intencionado.

El ballet visto ayer es también así de pobre. Un ballet-quincalla donde el lujo se malgasta y convierte en baratillo por una falta clamorosa de nivel artístico. La Bella Otero es más una revista, a veces inconexa, ideas sueltas y aisladas de un imaginario sin cohesionar en lo teatral. Desperdicia la trama escogida por Olmo muchas historias jugosas que sí daban juego teatral y eran ciertamente más originales, como el frustrado romance de Otero con Eugene Sandow, que fiel a su novio el compositor y concertista de piano Martinus Sieveking, no quiso encamarse con la gallega y salió por piernas del entuerto.

El nivel de baile de la compañía nacional es ahora muy bueno; la plantilla, muy renovada, se esfuerza y puja por defender aquello, pero no va más allá de donde se les deja hacer. Los bailarines son precisos, con ataque y técnica sobrada, pero no tiene ocasiones de verdadero lucimiento. El maestro Manuel Busto hace su labor al frente de la orquesta con honesto esfuerzo, tratando de empastar una partitura ecléctica y de retazos demasiado dispares con ecos evidentes de García Abril y José Nieto. Patricia Guerrero como Carolina Otero hace también un loable esfuerzo. Ella es una buena bailarina y artista muy entregada, aunque la concepción del personaje en esa dramaturgia novelera no la deja emerger con todo su demostrado talento.

Se decía anoche mismo en los pasillos del Teatro de La Zarzuela que La Bella Otero era de los ballets más caros en la historia del BNE después de Don Juan (1989) y El corazón de piedra verde (2008). ¿Sabremos algún día su coste real?


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