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La cancelación del viaje de Blinken a Pekín tensa la relación entre China y Estados Unidos

EL PAÍS


El presidente de China, Xi Jinping (izquierda), y su homólogo estadounidense, Joe Biden, en la cumbre del G-20 en Bali, el pasado 14 de noviembre.SAUL LOEB (AFP)

La visita a China del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, prevista para este domingo y lunes, finalmente no sucederá. Se esperaba que fuera una prueba de resistencia para los puentes tendidos entre Pekín y Washington en los últimos meses. Pero el incidente de un supuesto globo espía chino sobre territorio estadounidense detectado por el Pentágono ha malogrado el encuentro. A Washington no le han valido las explicaciones de Pekín, que ha lamentado los hechos y asegurado que se trataba de una aeronave de investigación medioambiental desviada de su ruta por los vientos.

El presidente estadounidense, Joe Biden, y el mandatario chino, Xi Jinping, se vieron las caras en Bali (Indonesia) en noviembre y entonces formalizaron en público algo parecido a una pausa dramática en el teatro geopolítico. El viaje de Blinken suponía la siguiente toma de temperatura: iba a ser el primero de un secretario de Estado de EE UU desde 2018 y reflejaba la intención de encauzar las relaciones de las dos grandes potencias del planeta. Ambas acumulan bajo el brazo una extensa colección de disputas, desconfianza y reproches mutuos que van de las sanciones comerciales y la guerra tecnológica a la invasión rusa de Ucrania (que China no ha condenado) y las tensiones en torno a Taiwán. El globo se ha convertido de inmediato en un altercado más que sumar a la lista.

El incidente fue desvelado a última hora del jueves, unos días antes de que Blinken arrancara su viaje. Pekín ha confirmado este viernes que el dirigible procede de China. “Se trata de una aeronave civil utilizada con fines de investigación, principalmente meteorológica”, ha asegurado el Ministerio de Exteriores en un comunicado. El artefacto habría quedado afectado por los vientos del oeste y dada su capacidad de “autodirección limitada” se habría desviado “mucho” de su rumbo previsto. “La parte china lamenta la entrada involuntaria de la aeronave en el espacio aéreo estadounidense por causas de fuerza mayor”, dice el comunicado, que emplaza a proseguir la comunicación con Washington. A última hora de la noche, Pekín no se había pronunciado sobre la cancelación por parte de Estados Unidos.

Las relaciones entre las dos potencias tocaron mínimos en agosto después de que la demócrata Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes, visitara Taiwán, la isla autogobernada que Pekín reclama como propia y a la que Estados Unidos confiere apoyo militar. China, enfurecida, replicó con maniobras militares en aguas del Estrecho y la ruptura de la cooperación con Washington en asuntos como el medio ambiente y la defensa.

En Bali, tres meses después, Xi y Biden lograron encauzar las aguas aprovechando una cumbre del G-20. Era la primera vez que se citaban como líderes desde que Biden llegó a la Casa Blanca. El estadounidense aseguró: “Creo firmemente que no tiene por qué haber otra Guerra Fría” y su contraparte asiática mostró intención de cambiar el “rumbo” y colocar en “una trayectoria ascendente” las relaciones bilaterales.

La visita de Blinken fue pactada en aquella cita balinesa como una fórmula para dar “seguimiento” a las conversaciones. Desde entonces se ha retomado el diálogo sobre cambio climático y han tenido lugar contactos de alto nivel. En diciembre, pasaron por China dos altos funcionarios de la Casa Blanca para tratar asuntos sensibles (Taiwán) y sentar las bases de la inminente visita del secretario de Estado. En enero, ya con China reabierta al mundo tras el repentino cambio de su política antipandémica, se dieron cita en el foro de Davos el vice primer ministro chino, Liu He, y la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen.

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La cancelación es una muestra más del nivel de desconfianza que envuelve las relaciones entre Pekín y Washington. William Klein, socio asesor de FGS Global, que ha trabajado más de dos décadas como diplomático estadounidense, con el foco puesto en China, explicaba (antes del incidente) que, tras la visita de Pelosi a Taiwán, ambas partes entendieron de forma clara que debían hacer algo más para evitar una confrontación. El objetivo para Pekín y Washington era, según este analista, “utilizar esta visita y este tipo de comunicación de alto nivel para tratar de contener la competición y la desconfianza, poner guardarraíles para evitar descender a un conflicto que no desea ninguna de las partes”, según contaba el jueves en un encuentro online con corresponsales extranjeros. No esperaba resultados demasiado concretos ni grandes anuncios, sino un encuentro para reafirmar la posición de cada parte, marcar sus “líneas rojas”, resaltar “dónde creen que la otra parte está desafiando estas líneas rojas” y dejar claros los motivos de cada lado para evitar que la otra parte “malinterprete las intenciones”.

Pekín había tratado de mostrar un clima de entendimiento estos días. El Diario del Pueblo, órgano de propaganda oficial del Partido Comunista, reclamaba en un editorial reciente que Estados Unidos y China deben encontrar una zona de aterrizaje común para sus conflictos, siguiendo la estela del deshielo balinés, para embarcarse en una senda de recuperación económica a nivel global. El artículo pedía “responsabilidad ante la historia” y “un tono de diálogo en lugar de confrontación”. Pero también exigía a Washington que “abandone la obsesión por tratar a China como un supuesto competidor estratégico”, lo cual ha provocado “un estancamiento de las relaciones” y “ha traído inestabilidad a la paz y el desarrollo mundiales”. También recordaba las rojísimas líneas con respecto a Taiwán: que en ningún caso se apoye su independencia.

La situación está hoy más lejos de ser enderezada, y echar la vista brevemente atrás refleja el campo minado en el que se han convertido las relaciones. Globo aparte, el viernes 27 de enero, por ejemplo, Japón y Países Bajos pactaron con Estados Unidos comenzar a restringir las exportaciones a China de equipos de fabricación de chips, sumándose a los esfuerzos de la Administración Biden por frenar el desarrollo de armas avanzadas por parte de Pekín. Solo un día después, se conocía el contenido de un informe elaborado por un general estadounidense asegurando que, según su “intuición”, habrá una guerra entre ambas superpotencias en 2025 (el Pentágono niega que esta opinión refleje la oficial).

Este jueves, el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, de viaje oficial en Filipinas, cerró con Manila un acuerdo para ampliar el acceso militar de Estados Unidos a cuatro nuevas bases, reforzando así los lazos con un país cuyo centro de gravedad había basculado hacia Pekín en los últimos años. China reaccionó de inmediato denunciando que el despliegue militar estadounidense en Asia-Pacífico responde a “intereses egoístas” y “aumentaría las tensiones y pondría en peligro la paz y la estabilidad en la región”, según replicó el jueves la portavoz de Exteriores.

La portavoz gubernamental arremetió también contra la reciente visita a Corea del Sur y Japón del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en la que, en sus palabras, “no dejó de referirse a China y de exagerar la llamada ‘amenaza china’, trazando líneas ideológicas y sembrando la discordia entre los países de la región”, algo que Pekín considera “bastante alarmante”. “La OTAN debe reflexionar sobre sí misma acerca del papel que ha desempeñado en la seguridad europea”, añadió la portavoz. “Hemos visto lo que la OTAN ha hecho a Europa, y la OTAN no debe tratar de sembrar el caos aquí, en Asia-Pacífico, ni en ningún otro lugar del mundo”.

El lunes, en Seúl, Stoltenberg reiteró los motivos por los que, en la cumbre de junio en Madrid, la Alianza incluyó por primera vez al gigante asiático en su Concepto Estratégico, el documento que sirve de guía a la organización: “China, con sus crecientes capacidades, su comportamiento coercitivo, sobre todo en el mar del sur de China, y su falta de respeto por los valores en los que creemos, es un desafío cada vez mayor para nuestros valores, nuestra seguridad y nuestros intereses”, subrayó en un encuentro con académicos. El martes, junto al primer ministro nipón, Fumio Kishida, añadió: “Lo que está pasando en Europa hoy podría pasar en Asia Oriental mañana. Así que debemos permanecer unidos y firmes”.

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