La clarividencia del pozo

El primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, junto al presidente francés, Emmanuel Macron, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el primer ministro maltés, Robert Abela, el primer ministro italiano, Mario Draghi, y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en el Centro Cultural de la Fundación Stavros Niarchos, este viernes en Atenas.
El primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, junto al presidente francés, Emmanuel Macron, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el primer ministro maltés, Robert Abela, el primer ministro italiano, Mario Draghi, y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en el Centro Cultural de la Fundación Stavros Niarchos, este viernes en Atenas.Thanassis Stavrakis / AP

Tras el paso por el sofocante inframundo de la primera fase pandémica, la UE vuelve a ver las estrellas. El bloque ha regresado a la superficie, en un aire más terso. Respira. Tras los problemas iniciales, el programa de vacunación ha resultado exitoso; la recuperación económica ha cobrado impulso; el revolucionario esquema de fondos de ayuda financiado con endeudamiento común está en marcha y perfila un horizonte prometedor. Es no solo legítimo, sino necesario apreciar el valor de haber superado con acierto esa crisis existencial. A menudo, en las horas más oscuras brota una extraordinaria clarividencia. Desde el fondo del pozo se ven claras las prioridades. Apoyadas en una visión nítida, las distintas instituciones europeas, empezando por el BCE, reaccionaron adecuadamente, con un espíritu de solidaridad comunitaria que responde tanto a una lógica de valores como a una de pragmatismo.

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Pero la tenue luminosidad nocturna también muestra a cualquiera que se fije el lodazal que se extiende en la próxima fase del camino que ha quedado esbozado en el discurso del estado de la Unión del pasado miércoles. Es el lodazal de siempre. Tras un periodo transformador, el bloque regresa a sus nudos históricos. La crisis afgana y la alianza entre EE UU, Reino Unido y Australia en el Pacífico reavivan la inquietud por la impotencia militar del bloque, la incapacidad de proyectar fuerza y seguridad. Sí es razonable esperar avances en el concepto amplio de autonomía estratégica, pero esto solo en términos de reducir dependencia en sectores tecnológicos o industriales clave. Es ingenuo pensar que pueda haber desarrollos significativos en materia de Defensa, consideradas las divergencias entre la visión de París y la de Berlín, y el recelo del bloque del Este a todo lo que no lleve la marca OTAN.

Afganistán ilumina otro de los asuntos que languidecen y ante el que no queda otra que mantener un profundo escepticismo: los pactos en materia migratoria. La Comisión busca desesperadamente impulsar una reforma, pero no se perciben vientos de concordia en las capitales. Lo mismo ocurre en el apartado de la gobernanza de la zona euro, donde si bien los denominados frugales se han abierto a una negociación, los desacuerdos se perciben tozudos.

Hay más: el horizonte electoral no favorece. Alemania se acerca a unas elecciones que, previsiblemente, dejarán paso a un prolongado periodo de negociación de un nuevo Gobierno de coalición. Francia avanza en una larga precampaña electoral que conducirá a las presidenciales de la primavera de 2022. Ambos acontecimientos auguran un potente efecto parálisis sobre los asuntos europeos.

El riesgo de quedarse empantanados una vez recuperada la superficie es, pues, considerable. “La fuerza de nuestras emociones debe perdurar”, dijo Ursula von der Leyen en su discurso sobre el estado de la Unión, en referencia al espíritu solidario que prevaleció en la crisis. La clarividencia de los momentos dramáticos tiende a evaporarse. Ojalá sepamos retener algo.


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