La Commonwealth afronta un futuro incierto sin Isabel II

La Commonwealth afronta un futuro incierto sin Isabel II

Prometía ser una visita real idílica, pero terminó siendo una pesadilla diplomática. El príncipe Guillermo y su esposa Kate viajaron al Caribe el pasado marzo para reforzar los lazos de la monarquía británica con aquellos Estados de la Commonwealth que marcaban distancias con la expotencia colonial. Fue un fracaso.

En Belice, se vieron obligados a cancelar la visita a una plantación de cacao después de que un grupo de activistas se negara a que aterrizaran en sus tierras en protesta por las violaciones de derechos en la era colonial. Más tarde, en Jamaica, a la pareja le llovieron las críticas al publicarse su imagen saludando a una multitud de niños negros agolpados en una alambrada. Un paseo en el jeep que utilizó la Reina en el 1962 terminó de despertar los más tenebrosos fantasmas coloniales. Todo chirrió en aquel viaje al Caribe con motivo del 70º jubileo de la Reina. Pero sobre todo, ejerció de termómetro de un estado de ánimo que se percibe agitado en algunos territorios de la Commonwealth y en los que la muerte de la reina Isabel II amenaza con avivar el debate sobre el futuro de la mancomunidad de naciones.

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Durante el reinado de Isabel II, la Commonwealth pasó de tener siete miembros a 56. En total, 2.500 millones de personas; es decir, más de un tercio de la población mundial se encuentra bajo el paraguas de una organización sin poder real ni soberanía compartida, pero que ejerce de expresión institucional de la compleja relación de Gran Bretaña con sus antiguas colonias. El rey figura como jefe de Estado en su versión más protocolaria en 14 de esos países, entre ellos Canadá, Australia, Belice, Jamaica, Nueva Zelanda o Papúa Nueva Guinea. Hasta 36 de los Estados miembros de la Commonwealth son repúblicas y el resto tienen otros monarcas.

La muerte de Isabel II inyectará previsiblemente un nuevo impulso al republicanismo en algunos de esos 14 países. El primero en levantar la voz tras la muerte de la reina ha sido el primer ministro de Antigua y Barbuda, Gaston Browne, que confirmó los planes para convocar un referéndum y consideró que declarar la república “no se trata de un acto de hostilidad […] es el paso final para completar el círculo de la independencia, para asegurar que somos una nación verdaderamente soberana”, indicó el pasado fin de semana. Barbados ya se proclamó república el año pasado independizándose de la corona británica, mientras que Jamaica, Antigua y Barbuda y Belice planean convocar referéndums.

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La difunta reina cuidó en extremo la relación con los países de la Commonwealth, a los que dedicó un tercio de sus viajes al extranjero. Pero esa función que ejerció la reina no es hereditaria y fue solo en 2018 cuando los países de la Commonwealth decidieron en Windsor que el actual rey Carlos III asumiera la jefatura de la organización cuando muriera la reina.

“La muerte de la reina marca la ruptura final con la Gran Bretaña imperial”, titulaba la revista británcia New Statesman, en alusión a la nueva era que se abre en Reino Unido y que necesariamente reverberará en aquellos países sobre los que un día ejerció de potencia imperial. En los últimos años, el carisma de Isabel II, una reina anciana y amable, había ejercido de alguna manera como dique de contención de un malestar latente, pero lo que con ella se toleraba, puede que con el nuevo rey sea distinto, porque el respeto personal a la reina no necesariamente es hereditario.

Los tiempos son otros y las sensibilidades también. “El ambiente está cambiando”, sostiene Philip Murphy, historiador de la Universidad de Londres y exdirector del Instituto de Estudios de la Commonwealth. “El colonialismo ha sido el elefante en la habitación. Hay mucha más conciencia en torno al legado de la esclavitud y el colonialismo. Hay una nueva generación de activistas que hablan de la brutalidad del colonialismo y que pide reparaciones por la esclavitud en el Caribe, y eso está ayudando a generar un clima propicio para el movimiento republicano”, advierte en conversación con este diario. Y añade: “Para los republicanos no parece lógico que en el siglo XXI, el jefe de Estado de un país viva en Londres y sea un monarca británico. Aunque eso no tiene por qué afectar a las relaciones con la Commonwealth”.

Murphy recuerda que el cambio ya había comenzado, especialmente en el Caribe y que todo sucede de manera sosegada, casi natural. Prueba de ello, dice, fue la presencia del príncipe de Gales, el actual rey, en Barbados el día de la proclamación de la república el año pasado. “La vuestra es una historia en la que cada habitante de Barbados, joven y mayor, puede sentir el mayor orgullo, inspirados por lo que vino antes y confiados en lo que viene después. […] Sois los guardianes de vuestra herencia y firmes artesanos de vuestro destino”, dijo evidenciando la asunción de una realidad inevitable. El sosiego tiene que ver también con el hecho de que convertirse en república no quiere decir abandonar la Commonwealth. Así por ejemplo, cuando Barbados pasó a ser una república, decidió a la vez seguir siendo parte de la Commonwealth. Pero también porque más allá de lo simbólico, el poder real de la organización es limitado. “La Commonwealth no tiene un historial de logros impresionante en los últimos 30 años. Es una red diplomática marginal, que resulta especialmente útil para los países pequeños, pero que en parte ha perdido su razón de ser”, sostiene Murphy.

Aún así, no conviene subestimar el poder de los símbolos. La lucha identitaria y subterránea que discurre por algunos países de la Commonwealth podría abrir profundas grietas en la organización. De ahí, el esfuerzo consciente desde los años noventa por presentarse como una unión de valores comunes más que de una historia compartida y por centrarse en temas como el cambio climático o los derechos humanos.

La onda expansiva ha llegado también a Australia, donde la muerte de la reina ha contribuido a que el debate cobre también nueva fuerza. Cindy McCreery, historiadora de la universidad de Sidney especializada en la familia real británica, explica en una entrevista a través de Zoom que de momento en Australia no está previsto que se vaya a convocar un referéndum. Eso, al menos durante el primer mandato del actual primer ministro, Anthony Albanese, pese a que recientemente nombró un ministro para supervisar la transición hacia una república. Adam Bandt, líder de los verdes australianos, sí se ha apresurado a pedir al país un cambio al calor de los acontecimientos en Reino Unido. “Necesitamos convertirnos en una república”, tuiteó después de morir la reina. Mientras, Albanese, se ha visto obligado a defender el día de luto oficial y fiesta nacional decretado en su país por la muerte de Isabel II ante la protesta de comerciantes y trabajadores sanitarios.

Pero una cosa es que el debate se haya vuelto más incómodo y otra que haya un riesgo serio de ruptura en la Commonwealth. McCreery es más optimista y piensa que de alguna manera los temas que preocupan a muchos de los pequeños Estados de la Commonwealth, como el cambio climático, forman parte precisamente de las prioridades de Carlos III. “La Commonwealth es una plataforma para que los países puedan hablar entre ellos y será justo ahí donde el rey tenga más espacio para tratar estos temas que en su propio país”, concluye.

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