La proliferación de estatuas que adorna el paisaje británico ha dado hasta ahora la falsa sensación de un país a gusto con su historia y consigo mismo. Derribar un monumento público, creían los políticos conservadores, era antes un delito contra la ley y el orden que un mensaje político que requiriese ser atendido. El movimiento Black Lives Matter, con una fuerza inesperada en el Reino Unido, ha descolocado al primer ministro, Boris Johnson, que duda entre agradar a los que reclaman justicia y a los que exigen firmeza; entre proclamar con orgullo la innegable diversidad étnica del país o reconocer la desigualdad manifiesta que sigue existiendo.“El Reino Unido no es inocente”, proclamaban algunas de las pancartas alzadas por decenas de miles de manifestantes que durante el pasado fin de semana inundaron las principales ciudades. La reacción inmediata de muchos políticos fue de asombro por la virulencia de unas protestas que, en teoría, respondían a lo sucedido a miles de kilómetros de distancia, al otro lado del Atlántico. No entendieron que la gota que colma el vaso no debe caer necesariamente del mismo grifo. En los últimos años, una serie de episodios encadenados y trágicos han puesto en evidencia que el Reino Unido no es el idílico espacio de convivencia multirracial que muchos quisieron pensar. “Creo honestamente que somos una sociedad mucho menos racista de lo que éramos hace décadas, y en muchos modos mejor y más feliz. Pero también debemos ser honestos en reconocer que queda mucho por hacer, a la hora de erradicar prejuicios y crear oportunidades, y mi Gobierno lidera ese esfuerzo”, ha dicho Johnson en una tardía reacción a las protestas. Antes había puesto énfasis, a través de un tuit, en la parte de “vandalismo” que se había visto en las calles.El primer ministro ha difundido su comunicado público, escrito y leído luego por él mismo en un vídeo, a través de la revista The Voice, el medio alternativo que impulsaron jóvenes periodistas de la comunidad afrocaribeña a principios de los ochenta. El 22 de junio se cumplen 72 años de la llegada a las costas británicas del Empire Windrush, el barco que transportó la primera ola de inmigrantes procedentes de las antiguas colonias de las Indias Occidentales. Antillanos para suplir la escasez de mano de obra que sufrió el Reino Unido después de la guerra. “Escándalo Windrush” se llamó al episodio ocurrido durante la época de la ex primera ministra, Theresa May, que acabó con la dimisión de su ministra del Interior, Amber Rudd. Decenas de ciudadanos británicos afrocaribeños que nunca llegaron a obtener documentos oficiales fueron deportados a una tierra que en muchos casos no habían pisado en su vida, y se les denegaron derechos básicos como el de la sanidad.En 2017 ardió en llamas la Torre Grenfell, al oeste de Londres. La mayoría de sus más de 70 víctimas eran personas de raza negra a las que costó más tarde identificar, porque no existían para el censo oficial. En el punto álgido de la pandemia del coronavirus, la Oficina Nacional de Estadística señaló que las minorías étnicas corrían casi el triple de riesgo de fallecer por la enfermedad que la población blanca. El Gobierno de Johnson mostró su asombro y preocupación por los datos, y pidió tiempo para que la ciencia encontrara una explicación. Como si no estuviera ya a la vista quién conducía los autobuses y metros, estaba en primera línea en los servicios básicos, vivía más hacinado en las viviendas sociales o abarrotaba en números desproporcionados las cárceles del país.“Hoy ponemos en marcha una nueva comisión que revisará y mejorará la diversidad de los monumentos públicos de Londres. Debemos conmemorar los logros y la diversidad de toda nuestra ciudad, y eso incluye cuestionar algunos legados que todavía se celebran”, ha anunciado el alcalde laborista de la metrópoli, Sadiq Khan, musulmán descendiente de inmigrantes paquistaníes. El político se ha puesto a la cabeza de una revisión generalizada de las estatuas públicas. Este mismo martes comenzaban las tareas para retirar la estatua de Robert Milligan, en el este de Londres. Los manifestantes habían inundado de grafitis horas antes el monumento al comerciante escocés, que hizo una fortuna con la trata humana y fue uno de los principales impulsores de los Muelles de las Indias Occidentales. Al menos 30 estatuas por todo el Reino Unido conmemoran a personajes que tuvieron relación con el rentable comercio de esclavos. La primera en caer fue el pasado domingo la de Edward Colston, en el centro de Bristol. Los manifestantes se ayudaron de cuerdas y cables para derribar al prócer del siglo XVII que pobló la ciudad de hospitales, escuelas y centros culturales, pero que también fue responsable, al frente de la Royal African Company, de que más de 80.000 adultos y niños fueran vendidos como mercancía humana y que otros 20.000 acabaran devorados por los tiburones. La tibia reacción del líder de la oposición laborista, Keir Starmer –“Hace ya tiempo que debería haber desaparecido”–, o hasta del superintendente de policía, Andy Bennett –”Entiendo que pasara. Era algo simbólico”– mostraba la incomodidad de una crisis sobrevenida que ha pillado por sorpresa al establishment británico.Centenares de estudiantes se han manifestado este martes en Oxford para exigir la retirada de la estatua de Cecil Rhodes, el fundador de la antigua colonia de Rodesia al sur de África, de la fachada del Oriel College, del que fue alumno. Más de 20 concejales de la histórica ciudad han sumado su firma al manifiesto #RhodesMustFall, que reclama la desaparición del monumento. En Edimburgo ha surgido un movimiento similar que exige que desaparezca del paisaje urbano la estatua de Henry Dundas, que maniobró políticamente para retrasar hasta 15 años la abolición de la esclavitud. Hasta en Derbyshire, algunos vecinos se han congregado para “salvar” de la ira popular la cabeza de un individuo negro que adornaba la entada del pub The Greenman and Black´s Head, después de que el ayuntamiento hubiera anunciado su intención de retirar el monigote como habían reclamado con sus firmas hasta 28.000 ciudadanos.La ironía de todo lo sucedido, y la muestra también de la confusión en que está sumido Johnson, reside en que haya puesto en primera fila para combatir el “gamberrismo” callejero a su ministra del Interior, Priti Patel, de origen paquistaní, pero símbolo de la xenofobia latente en el Partido Conservador de la era Brexit. “A la minoría criminal que ha subvertido esta causa [la lucha contra el racismo] con su vandalismo, simplemente le digo: vuestro comportamiento es vergonzoso y os enfrentaréis a la justicia”, decía en la Cámara de los Comunes.
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