Los precios de la energía siguen inmersos en una escalada sin control. La factura eléctrica en España comenzó su andadura alcista en verano y desde entonces no se ha quitado de encima la coletilla de cifra histórica. Según los datos del Operador del Mercado Ibérico de Energía (OMIE), junio acabó con un precio medio de 83,30 euros por megavatio hora (MWh), julio en 92,42 euros, agosto en 105,94 euros y septiembre en 156,14 euros. Por si no bastase, en 10 de los 17 días que van de octubre se ha rebasado la barrera de los 200 euros, con un máximo de 288,53 euros el día 7. Para ponerlo en contexto, hace un año el precio no llegaba a los 40 euros.
Estos sobrecostes desbocados ya hacen mella, además de en los pequeños consumidores, en el tejido productivo, que llega con unas cuentas muy mermadas por la pandemia. Especialmente si se le añade al cóctel los incrementos del gas natural —uno de los responsables de la subida de la luz—, de los carburantes o de un sinfín de materias primas.
Así, la crisis energética sacude con fuerza al sector privado en plena recuperación, cuando parecía coger aire, y ha cortado de raíz buena parte de las expectativas favorables para final de año. La realidad es que estos fuertes incrementos están presionando sobre unos márgenes exiguos y amenazan con borrar de un plumazo la rentabilidad de muchos negocios. De ahí que haya comenzado el goteo de parones en la industria para contener los costes —la primera que anunció que paraba de forma puntual fue Sidenor, a la que se han unido otras grandes como ArcelorMittal—.
Esto por la parte de la industria electrointensiva. Pero el daño y la asfixia de las cuentas se expande como una plaga por todo el tejido productivo: desde las empresas más pequeñas a pie de calle hasta otras de mayor entidad que estudian planes de contención de gastos. Todas las que dependen de un alto consumo energético están en el alambre, sin excepción.
“Muchas pequeñas y medianas empresas han salido muy desgastadas de la pandemia, sobreendeudadas y todavía con una liquidez muy mermada. Esto hace que no puedan afrontar costes imprevistos como la subida del precio de la luz”, sostiene Gerardo Cuerva, presidente de la Confederación Española de la Pequeña y Mediana Empresa (Cepyme). Pese a ello, la confederación cree que esto no justifica algunas medidas del Gobierno que considera precipitadas: “Atacar la libertad de empresa con soluciones como la de intervenir en los beneficios no supone ninguna solución estable y genera mucho daño para la credibilidad de nuestra economía”, matiza Cuerva.
La patronal CEOE, por su parte, mantiene un perfil bajo en este sentido. Entre otras cosas, porque también representa al sector eléctrico, ahora atacado desde casi todos los flancos. Sin embargo, la patronal sí reconoce que el tejido productivo está sufriendo mucho por una crisis que espera que sea coyuntural y no estructural. “Las empresas están asumiendo importantes costes de producción, que apenas se están trasladando a los precios finales. Todo esto implica una reducción significativa de los márgenes empresariales en un momento delicado para muchas de ellas tras meses de crisis y restricciones a la actividad”, argumenta la CEOE.
Estos incrementos, además, también amenazan el otro puntal de la recuperación: el consumo de los hogares. Las familias ya sienten el zarpazo en el recibo de la luz, aunque el Gobierno trata de contenerlo primero con la rebaja del IVA y después con la devolución de “los beneficios extraordinarios sobrevenidos” de las eléctricas por los altos precios del gas en el mercado mayorista. Si el Ejecutivo no logra frenar el precio para los particulares, la situación acabará en una reducción del gasto y eso tendrá una consecuencia directa: se reducirá el gasto y afectará al tejido productivo. Un mal presagio, más si cabe, tras un largo periodo de anemia económica.
Las metalúrgicas paran ante el repunte del gasto eléctrico
El encarecimiento de la factura energética está causando estragos en la industria electrointensiva. Varias factorías han decidido reducir sus planes de producción y realizar parones intermitentes coincidiendo con los tramos del día más gravosos. Una de las primeras que dio el paso es la metalúrgica vasca Sidenor.
La dirección de la compañía ha decidido parar su actividad en la planta de Basauri (Bizkaia) durante 20 días, hasta el 31 de diciembre: el 30% de los días productivos que tenía programados. La subida del coste eléctrico hasta los 260 euros por megavatio hora supone “un incremento del 300% sobre el del año pasado”, cuando abonaba 60 euros, según explica la firma.
Los “desorbitados y descontrolados” costes eléctricos están teniendo un “impacto tremendo” en la actividad productiva de Sidenor, añade la empresa. Y no descarta aplicar la misma medida de forma progresiva en el resto de instalaciones en otros puntos del País Vasco, Cantabria y Cataluña. Lo preocupante para el sector industrial es que no se trata de un caso aislado y cada vez son más las compañías que trabajan en esta posibilidad.
Entre ellas, algunas ya se han posicionado, como la potente acería europea ArcelorMittal, que realizará “paradas cortas y selectivas” en las plantas de Olaberria y Bergara, ambas en Gipuzkoa. Las pausas en los hornos de producción se realizarán durante los picos de mayor impacto del precio de la electricidad y únicamente en el negocio de productos largos de las acerías eléctricas. ArcelorMittal confía en que no tengan una gran incidencia en el volumen de su producción o en su capacidad para atender los pedidos.
En Cantabria también existe incertidumbre por el futuro de Ferroatlántica, que ha cerrado uno de los cinco hornos de la planta ubicada en Boo. El Gobierno regional ha alertado de que el coste del consumo mensual de energía de la acería cántabra es cinco millones superior al que la empresa paga en Francia. Y los sindicatos temen que la crisis acabe en la deslocalización por el altísimo coste de la energía. Gerardo Cortijo, responsable de la sección de Política Industrial de CC OO, asegura que existe “una gran preocupación” por las consecuencias que puede tener a corto plazo: “Los trabajadores no pueden ser los sufridores de una problemática que no hemos generado”.
El consumo de electricidad en las electrointensivas cántabras supone hasta el 50% de sus costes de producción, según la Consejería de Industria. En otros países, el precio de la energía es mucho más barata, lo que coloca a las compañías radicadas en esta región en una posición de desventaja.
Hoteles sin margen por el aumento de los costes
La actividad turística ha sido una de las más castigadas en la pandemia. Y ahora, en plena recuperación, es de las que más les está costando arrancar. En este contexto, con una reactivación que no termina de tomar vuelo, la crisis energética supone un mazazo para parte de los negocios del sector. Ejemplo de ello son las cadenas hoteleras de menor tamaño, que llegan con unos márgenes exiguos a los que las alzas de la electricidad y del gas ahogan casi por completo.
El Corregidor, en Segovia, es buen reflejo de la situación de esos hoteles medios que no cuentan con el músculo de una gran cadena. El centro de la ciudad parece despertar tras una pesadilla que comenzó en marzo de 2020. Ya se ven algunos turistas extranjeros, que se evaporaron con la pandemia, que se unen a los cada vez más numerosos viajeros nacionales. Pese a ello, la rentabilidad del negocio turístico sigue a la baja.
Juan Carlos Santos, director del hotel Corregidor desde 1985, explica de forma meridiana el recorrido de la firma en estos meses, con más sombras que luces. Y el momento actual, marcado por una demanda que todavía cojea y unos precios energéticos que no dan tregua. De hecho, Santos adelanta que cortarán por lo sano en lo más duro del invierno, cuando más se tira de la luz y del gas: el establecimiento echará el cierre temporal —entre el Puente de la Constitución y final de febrero— porque no dan los números. “Pagamos el doble de electricidad”, dice Santos.
Para este hotel, que cuenta con 62 habitaciones, la factura media de luz era de 2.000 euros mensuales, aunque esta ha crecido hasta los 4.000 euros con el repunte de los últimos meses. A ese sobrecoste hay que sumar el recibo del gas, que estaba en torno a los 5.500 euros y ahora supera los 6.000 euros. “Necesitamos un día con ocupación al 100% para pagar ese gasto adicional”, señala el director del hotel.
En este establecimiento era habitual que hubiese un cierre en diciembre, pero siempre era de entre dos y tres semanas. Sin embargo, en esta ocasión se bajará la persiana 10 semanas, aunque con una salvedad: cuatro días en fin de año, que reabrirá para un grupo grande solo durante su estancia. “Nos hace falta hacer caja, así que nos viene bien”, reconoce Santos.
En esta decisión de cierre, el factor principal es la falta de demanda, aunque con matices: “El alza de la energía también ha pesado mucho”, sostiene Santos. Y cifra además cómo el aumento de la luz deja al hotel casi sin margen: “Nuestro punto de equilibrio estaba en el 50% de ocupación, pero ahora necesitamos más de un 60% para cubrir gastos”. El cierre temporal parece irreversible.
Los comercios, obligados a retrasar las inversiones
Si hay un negocio que necesita electricidad, este es el del bronceado con rayos uva. Para simular el sol se necesitan muchos kilovatios, y si bien el astro es gratis para todos, la potencia no solo se tiene que pagar, sino que ahora está más cara que nunca. Laura Viu, de 49 años, es desde hace 20 años la propietaria de la empresa + Que Sol, ubicada en Granollers (Barcelona). Tiene siete máquinas de rayos uva de alta y baja presión, que funcionan con fluorescentes de 50 vatios y lámparas de 500 vatios.
“La arrancada de la máquina, al estar compuesta de fluorescentes, es muy fuerte, y necesita mucha potencia. Por eso se dispara el consumo. Son entre 9 y 12 kilovatios por hora para cada máquina”, explica. Viu admite que el bronceado por rayos uva ha perdido clientes en los últimos años, pero aún mantiene una facturación de unos 140.000 euros al año (durante la pandemia cayó a menos de 100.000). “Ahora nos estábamos recuperando un poco, pero claro, si sube el precio de la electricidad, no solo afecta a la factura, sino al transporte y la fabricación de materiales, todos los productos suben de precio”, detalla.
Las circunstancias le han puesto en una situación complicada, en la que la resistencia se convierte en el único objetivo: “Pero tú no montas un negocio para aguantar, lo montas para vivir”. Todavía no tiene miedo de cerrar la empresa, porque cuenta con clientes fijos en la zona y también tiene una parte dedicada a la estética, que no depende tanto de la electricidad. Pero sí que ha desterrado cualquier idea de mejorar o invertir para crecer: “Tenía pensado contratar a una persona de cara al año que viene. Ya no lo haré, esta contratación no existirá, y como yo, muchas empresas y autónomos. Luego se quejan de que hay desempleo”, incide.
Viu tiene un contrato fijo de electricidad industrial en el que paga lo mismo en cada hora. En junio le obligaron a aumentar la potencia contratada de los tramos valle, y el coste se incrementó un 35%, explica. Ahora, cuando termine octubre, debe renovar el contrato y llegará de forma íntegra el aumento del precio de la luz. “Se duplicará el precio del kilovatio por hora. Si ahora pagamos entre 600 y 800 euros, según la temporada, subirá a entre 1.200 y 1.600 euros solo de electricidad. Y además ahora suben la cuota de autónomos. Estamos secuestrados, y lo que no entiendo es cómo no salimos más a la calle”, lamenta.
Este negocio intentará compensarlo subiendo un poco el precio del servicio, pero sabe que no lo puede forzar mucho si no quiere quedarse sin clientes. “Es el miedo que tienes, porque además con la pandemia nos hemos fundido los ahorros”, remacha.
Las panaderías se preparan para subir los precios
Desde su obrador de barrio en Huesca, Miguel Zamora teme el día de cada mes en el que debe abrir el sobre con la factura de la luz. Si en septiembre del año pasado pagaba unos 800 euros, este año la cifra casi se ha duplicado hasta los 1.500 euros. Los hornos eléctricos trabajan desde las tres de la madrugada para elaborar estos productos artesanos: “El panorama no pinta nada bien”. Además, afirma que el precio del gas natural también se ha disparado un 20%. Un incremento de costes que ha debido asumir a costa de empeorar sus cuentas. “Antes del verano subimos mínimamente los productos, pero igual a final de año hay que hacerlo otra vez”, añade.
La situación de este panadero, cuyo negocio abrió hace 23 años, es la misma que la de otros miles en toda España. La factura de la luz casi se ha duplicado en un año mientras sus panes o dulces mantienen prácticamente el mismo precio de venta. La barra de pan clásica ronda los 75 céntimos, pero varía mucho según calidades o la ubicación de la tienda. Para la inmensa mayoría, además, es difícil contener el consumo energético: necesitan los hornos eléctricos para calentar el pan o cámaras frigoríficas en las que su producto fermente.
A casi mil kilómetros de allí, en Algatocín (Málaga, 793 habitantes), Juan Manuel Moreno dirige una de las panaderías más prósperas de la provincia. Elabora más de 300 tipos de pan y tiene grandes proyectos de futuro, pero cada vez que mira el coste de la luz, suspira. En su obrador del pueblo, la factura de septiembre de 2020 fue de 350 euros. Y la del mismo mes de este año ascendió a 590 euros. En la nave que tiene en Estepona, ha pasado de pagar 800 a 1.400 euros. “Y cada mes sube más”, dice el panadero.
Moreno explica que la electricidad es la gota que ha colmado un vaso lleno por las alzas generalizadas de materias primas. “El cartón ha subido siete veces este año, pero también está más cara la harina, el plástico, el gasoil para el reparto… Todo”. En su caso, de momento, tampoco ha encarecido los precios: “Hay que hacer números”, dice. Normalmente sube un 2% o un 3% los importes a principios de año, pero esta vez igual llega al 10%. “Antes o después, estas cosas terminan repercutiendo en el consumidor final”, reconoce Moreno, que cuenta con 11 trabajadores en nómina.
El temor de todos es que, por mínima que sea, la subida de precio de una barra de pan haga que parte de su clientela se desplace a las ofertas de grandes superficies y supermercados. “A veces el consumidor mira más por su bolsillo que por la calidad del producto o su salud”, añade Alejandro Sánchez, responsable de la Asociación de Panaderos Artesanos (Panespan), que confirma algo que ya parece cantado: “No hay más remedio que subir los precios”.
CRÉDITOS
Con información de Mikel Ormazabal (San Sebastián), Josep Catà (Barcelona) y Nacho Sánchez (Málaga).
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