La crisis forense es una crisis de la existencia

Quienes yacen en las fosas clandestinas ya no son precisamente ellos, son huesos sin nombre, despojados de la posibilidad de la despedida que se materializa, pero también que se procesa en el llanto y la despedida que se sella al pronunciar el nombre de quien nos deja, dice el autor.

Mario Luis Fuentes

Nuestra realidad nos está mostrando imágenes propias del mundo de las pesadillas: en unas cuantas semanas, el Covid-19 se convertirá en la tercera causa de muerte en México, desplazando a los distintos tumores y neoplasias; y por las proyecciones de que disponemos, al cierre del año podría haber desplazado a la diabetes y estaría muy cerca de las enfermedades hipertensivas.

Tenemos panteones saturados y los servicios médicos forenses no pueden procesar la inmensa cantidad de personas fallecidas por los accidentes y por la violencia; y ahora se suma también la espantosa realidad de requerir “panteones forenses y ministeriales” debido a la inmensa cantidad de personas enterradas en fosas clandestinas.

Lo que estamos presenciando requiere dimensionarse en todo lo que significa; y debemos ser capaces de sustraernos de la siniestra lógica mediática, donde cada día, a fuerza de mencionar “picos estadísticos” y “curvas epidémicas”, se despoja a lo humano de su complejidad, situándonos ante la imposibilidad de vivir y morir en condiciones de dignidad.

En México, morir provoca hoy un espanto mayor al que nos causa en tanto seres vivos, incluso estando conscientes de que somos seres para la muerte. Terminar la existencia en la soledad de una cama de hospital, sin la posibilidad de convocar a los cercanos a la última despedida, es uno de los mayores miedos que pueden enfrentarse.

Y enfrente de ello, se encuentra asimismo la posibilidad de morir y ser despojados incluso de la posibilidad de la memoria; pues quienes yacen en las fosas clandestinas ya no son precisamente ellos, son huesos sin nombre, despojados de la posibilidad, ellos y sus cercanos, de la despedida que se materializa, pero también que se procesa en el llanto y la despedida que se sella al pronunciar el nombre de quien nos deja.

Siempre cabe recordar la profunda idea de Miguel de Unamuno, quien afirmaba que somos esencialmente “animales guarda-muertos”; construimos tumbas antes que iglesias o palacios, nos decía el filósofo, en la plena consciencia de la importancia que le hemos dado, desde nuestro origen, a la preservación de los cuerpos y del nombre de nuestros muertos.

 

Contenedor con cadáveres en Jalisco. Crédito: Fotografía filtrada a medios de comunicación.

 

¿En qué momento nos convertimos en esto? ¿Cómo llegamos a ser un país donde sus gobiernos, a diestra y siniestra, se limitan a mirar impávidos el tiradero de cadáveres, y en el mejor de los casos, a generar registros estadísticos que son literalmente terroríficos, no sólo por la magnitud de la tragedia, sino también por lo que intuimos que no se ha contabilizado, y que podría igualar o superar la realidad hasta ahora conocida?

No podemos continuar como un país que no es capaz de evitar el olvido de sus muertos. Pero lograr su transformación exige de una auténtica reconciliación nacional; un proceso que debe iniciarse de inmediato para evitar más dolor y tristeza, y evitar a toda costa que no haya un solo cuerpo más enterrado en algún paraje en el total olvido.

Una crisis como esta, puede y debe comprenderse como una crisis de la existencia, porque nos pone en el límite de lo pensable; porque cuestiona la posibilidad de vivir de manera civilizada, en el sentido de la primacía del respeto por la dignidad humana y de todo aquello que nos abre la posibilidad de crecer espiritualmente; y porque nos imposibilita pervivir en paz con nuestros semejantes.

La paz de los sepulcros está literalmente suspendida; por ello es indispensable que cese el clima de hostilidad y conflicto que todos los días promueven todos los bandos en pugna. No podemos continuar siendo un país que pierde energía y tiempo en disputas estériles y frívolas; pues no se debate lo esencial para construir un nuevo Estado de bienestar para nuestro país, sino el absurdo relativo a quién lanza más injurias en contra de los otros.

Lo que hoy es urgente es recuperar la paz, el sentido de la solidaridad y la protección irreductible de la dignidad de la vida y la muerte para todos; porque de otro modo, nos estaremos condenando a la peor de las consecuencias: ser conocidos como una sociedad necrófila, en la que predominó la necropolítica sobre la posibilidad de la paz, la justicia y la dignidad.

 

Vicepresidente del Patronato UNAM
@MarioLFuentes1




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