Hay dos razones para ser conservador: defender los valores de la comunidad o preservar el orden legal. Y nuestra derecha es muy legalista, por tradición y vocación. Tanto el PP como Vox están, en comparación con sus correligionarios europeos y con las derechas periféricas, abarrotados de personas que han estudiado Derecho, ya ejerzan en el sector privado o en los grandes cuerpos de la administración. Escasean los empresarios, activistas sociales o telepredicadores. Eso tiene efectos positivos, pero también negativos, y ayuda a entender la especificidad de la derecha española.
La principal ventaja es que nuestra derecha es poco revisionista. Le cuesta aceptar los cambios, como el divorcio, el aborto o el matrimonio homosexual. Pero, una vez incorporado un avance en la ley, no suelen tocarlo. El legalismo explicaría por qué, en relación con la derecha continental, a la nuestra históricamente le costó tanto aceptar el orden democrático y por qué creo que le costaría tanto romperlo ahora. Aun teniendo una de las ultraderechas más radicales de Europa, quizás la ideológicamente más cercana a Viktor Orbán, cuesta imaginar a Vox recortando las libertades civiles más que otros teóricamente más moderados, como Giorgia Meloni, Marine Le Pen o Donald Trump. Lo lógico es pensar que, si gobiernan, las políticas de Vox serán socialmente dañinas, terribles en muchos sentidos, pero transitarán dentro del carril constitucional.
La mayor desventaja es que nuestra derecha prefiere el pleito al acuerdo. Tienen una concepción sagrada de la ley, y casi más bien del Antiguo Testamento, de las tablas de la ley grabadas en piedra, que del Nuevo, del quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Su prioridad no es mantener los lazos de la comunidad, sino los renglones de la legalidad. Así, toda la derecha responde de forma hiperbólica a la reforma del delito de sedición, arguyendo que “rompe” la igualdad de los españoles ante la ley y “desprotege” el orden constitucional.
¿Toda? No. En las derechas de la periferia ibérica, incluidas algunas franquicias del PP, se combate a la izquierda con otros parámetros, anteponiendo la estabilidad social a la de la ley. No son ilusos ni tibios, sino pragmáticos y clásicos, fieles al lema del padre del conservadurismo, Edmund Burke: “un Estado sin medios para impulsar cambios es un Estado sin medios para su conservación”. @VictorLapuente