La dimisión el pasado domingo del primer ministro de Sudán, Abdallah Hamdok, apenas seis semanas después de haber sido restituido en el cargo por los mismos generales que le habían depuesto a finales de octubre en una asonada militar, ha sumido todavía más en la incertidumbre el futuro del país. Su decisión, que llega tras varias jornadas de masivas protestas contra los golpistas, algunas duramente reprimidas, deja al Ejército al mando del Estado prácticamente en solitario y entierra cualquier opción de mantener viva la transición democrática pactada entre líderes civiles y militares en 2019, poco después de la caída del dictador Omar al Bashir. Además, refuerza el nuevo escenario de contestación que estalló a raíz del golpe de los militares, ampliamente impopular.
Hamdok había asumido inicialmente el cargo de primer ministro en virtud del pacto entre civiles y militares firmado al poco del derrocamiento de Al Bashir, pero fue destituido el pasado 25 de octubre y puesto bajo arresto domiciliario por los generales golpistas. El mandatario fue restituido un mes después, tras rubricar en solitario un acuerdo con el líder golpista, Abdel Fattah Al Burhan, que revisaba, a favor de los militares, el reparto de poder y las líneas maestras de la transición que se había concertado en 2019.
El nuevo pacto, sin embargo, fue rechazado en bloque por los principales actores políticos y sociales del país y no detuvo las amplias movilizaciones populares organizadas desde la asonada para exigir un Gobierno civil, la retirada de los militares de la política y su rendición de cuentas. Asimismo, desde su restitución, Hamdok había mostrado claros indicios de no poder imponerse a los generales y controlar la agenda y las decisiones políticas del país, como pone de relieve su incapacidad para nombrar un nuevo Gobierno.
“He intentado, en la medida de los posible, evitar que nuestro país cayera en el desastre, y ahora nuestro país está atravesando un peligroso punto de inflexión que puede amenazar toda su supervivencia si no se remedia pronto”, deslizó Hamdok en un discurso televisado.
Otra evidencia de la falta de control de Hamdok, que solo contaba con un amplio apoyo en el exterior, ha sido la represión de los manifestantes, que se ha agravado especialmente durante la última semana. Desde su restitución como primer ministro, las fuerzas de seguridad han matado a 15 personas en las protestas organizadas en la capital, Jartum; nueve desde el pasado jueves, según el Comité de Doctores de Sudán. En total, 57 manifestantes han sido asesinados desde el 25 de octubre.
Este recrudecimiento ha coincidido con el restablecimiento de amplios poderes a los temidos servicios de espionaje, que eran uno de los principales pilares del régimen de Al Bashir, así como con nuevas interrupciones en los servicios de internet y telefonía en las jornadas de protesta, según ha documentado la organización NetBlocks.
“[Son] el tipo de problemas que aparecen tras la caída de regímenes totalitarios y tras el cese de guerras civiles, una descripción que se aplica plenamente a la realidad sudanesa actual”, alertó Hamdok en su discurso. El país también sufre una grave crisis económica, causada por décadas de mala gestión y corrupción, que el contexto actual está agravando.
Para muchos sudaneses, la dimisión de Hamdok desmiente a los militares, que querían dar una fachada civil a la asonada y presentar como una corrección de la transición pactada lo que ellos consideran un golpe ampliamente contrarrevolucionario y enfocado a devolver y cimentar en el poder a algunas de las principales figuras del régimen de Al Bashir.
“Creo que mucha gente en la calle está viendo un paralelismo con los últimos meses antes de la caída de Al Bashir, al menos en cuanto al nivel de protestas y de violencia estatal contra ellas”, observa Raga Makawi, analista sudanesa y editora de la revista panafricana African Arguments. “[Pero] no estoy segura de que el paralelismo se extienda más allá. En términos de política interna es un juego completamente diferente”, agrega haciendo hincapié en que esta vez, los aparatos de seguridad son el actor más fuerte en el campo.
Con la mirada puesta en el futuro, Hamdok destacó en su discurso que en los últimos días se había reunido con todos los componentes de la transición. Y dijo que, a su parecer, la solución debe pasar por formar una mesa de diálogo en la que estén representados todos los sectores de la sociedad y del Estado para llegar a nuevos acuerdos y retomar la transición.
Al Burhan, sin embargo, aseguró este lunes que la prioridad debe seguir siendo la de formar un Gobierno, en un mensaje recogido por la agencia estatal de noticias SUNA que parece implicar que el líder del golpe continúa dando por válido el acuerdo firmado con Hamdok a pesar de su renuncia a encabezar el Ejecutivo. Al Burhan no señaló a ningún otro candidato.
Los principales grupos políticos y sociales del país, por su parte, rechazan cualquier negociación o acuerdo con los generales golpistas y llevan semanas definiendo una hoja de ruta alternativa mientras siguen llamando a la desobediencia y a la movilización. Mohaned El Nour, un portavoz de la Asociación de Profesionales Sudaneses, una de las organizaciones civiles más bien articuladas en el país africano, señala a EL PAÍS que tienen previsto anunciar pronto una declaración conjunta con los comités de resistencia de los barrios, los otros actores clave en la organización del movimiento de protesta, así como el establecimiento de un liderazgo para representar la revolución.
En el exterior, uno de los primeros países en reaccionar ha sido Estados Unidos, que a través del Departamento de Estado ha llamado a los sudaneses a alcanzar un acuerdo en un mensaje con un tono mucho más frío que el exhibido anteriormente. El representante especial del Secretario General de la ONU en Sudán, Volker Perthes, lamentó este lunes en un comunicado la decisión de Hamdok, pero mostró su disposición a facilitar un proceso de diálogo para superar la actual falta de confianza.
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