La diplomacia de la paz de Noruega deja huella en América Latina

Jorge Rodríguez, por el Gobierno de Venezuela; Dag Nylander, representante de Noruega; el canciller mexicano Marcelo Ebrard y 
Gerardo Blyde, por la oposición venezolana, en el inicio de los diálogos en el Museo de Antropología, el viernes 13 de agosto, en Ciudad de México.
Jorge Rodríguez, por el Gobierno de Venezuela; Dag Nylander, representante de Noruega; el canciller mexicano Marcelo Ebrard y
Gerardo Blyde, por la oposición venezolana, en el inicio de los diálogos en el Museo de Antropología, el viernes 13 de agosto, en Ciudad de México.
Relaciones Exteriores

Una vez más, una delicada negociación, de incierto desenlace, mantiene en vilo a América Latina y concentra las miradas de la comunidad internacional. Otro intento por sentar en la mesa a las partes de un conflicto con posiciones aparentemente irreconciliables. En este caso, el Gobierno y la oposición de Venezuela se preparan para dialogar en Ciudad de México en busca de salidas a una profunda crisis política. El difícil camino comienza a despejarse, y los meses de discretos acercamientos a varias bandas se han producido, como ya ocurrió con el proceso de paz colombiano, bajo el amparo de Noruega. Con paciencia y persistencia, la diplomacia del país nórdico, que también pone un marcado énfasis en los asuntos ambientales, deja su huella en la región.

La crisis de la República Bolivariana se suma a una larga lista de conflictos donde Noruega ha facilitado el diálogo entre rivales, tanto de manera pública como entre bambalinas. Desde el encuentro entre el palestino Yasir Arafat y el israelí Isaac Rabin en los Acuerdos de Oslo, en 1993, ha puesto en marcha una diplomacia al servicio de la paz que la ha llevado a involucrarse en negociaciones en distintos rincones del planeta, desde Sri Lanka o Filipinas hasta Guatemala, que firmó la paz en 1996, su primera experiencia en América Latina.

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La capital noruega fue también un escenario clave del acuerdo colombiano que negociaron el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC durante cuatro años en La Habana. La apertura formal de la mesa se hizo en Oslo, en octubre de 2012, y también su cierre simbólico con el Nobel de Paz que recibió el entonces presidente en diciembre de 2016, días después de haber refrendado en el Congreso un pacto renegociado tras el inesperado triunfo del No en el plebiscito sobre el acuerdo original. “En un momento en que nuestro barco parecía ir a la deriva, el premio Nobel fue el viento de popa que nos impulsó para poder llegar a nuestro destino: el puerto de la paz”, valoró el propio Santos en su discurso de aceptación.

En el naciente diálogo entre venezolanos, alcanzar un cronograma electoral que satisfaga a todos y levantar las sanciones son dos de los siete puntos del memorándum de entendimiento firmado el pasado viernes en Ciudad de México. Allí, Dag Nylander, director del Centro noruego para la resolución de conflictos, quien ya fue una figura clave en el acuerdo de paz que desarmó a la mayor guerrilla de América, vuelve a jugar un papel determinante.

La resolución de conflictos en distintas regiones del planeta es una meta explícita de la política exterior noruega desde hace décadas. “Es parte de la idea de que nuestro interés, como un país pequeño, es que el mundo sea un poco más pacífico y haya más respeto por el medio ambiente, no es un interés comercial ni geopolítico”, señala Benedicte Bull, profesora de ciencia política de la Universidad de Oslo y experta en América Latina. Su papel en el diálogo venezolano, señala, tiene raíces en el rol que ya jugaron en los diálogos con las FARC, que fueron acompañados por Venezuela; en los contactos, el conocimiento y la confianza que generaban.

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Aunque son negociaciones muy distintas, con sus propias particularidades –como el acompañamiento de Rusia en el caso venezolano, entre las más significativas– , hay varias similitudes. Oslo se involucra a largo plazo, sin mucha publicidad, para construir puentes entre las partes, o lo que en Venezuela se han llamado “túneles” entre el Gobierno de Nicolás Maduro y la oposición, pues no son tan visibles y todavía cunde la desconfianza. A los diplomáticos noruegos los distingue la voluntad de trabajar año tras año, incluso cuando no hay esperanza de establecer un proceso. Y también están dispuestos a asumir el riesgo político de que acabe en un fiasco. “Trabajan con mucha discreción”, subraya Bull, e intentan crear un acuerdo marco para iniciar el diálogo y mantener el ritmo. Lo corrobora María Ángela Holguín, la canciller colombiana durante el Gobierno Santos (2010-2018), muy involucrada en los acuerdos que tienen a Cuba y Noruega como países garantes. “Ayudaron mucho dando el espacio para el diálogo”, valora, “ponen todos los recursos humanos para facilitar la negociación”.

“La idea de Noruega como una especie de mediador surge de la Guerra Fría”, explica la académica Bull. Noruega era un gran aliado de Estados Unidos, miembro de la OTAN, pero también comparte una frontera con Rusia, para entonces la Unión Soviética, de manera que su respuesta fue constituirse en un puente entre las dos potencias para facilitar un mejor entendimiento. Ese rol mediador, enfatizado por sucesivos gobiernos, después se vinculó a una “política de compromiso” más amplia, con énfasis en derechos humanos, cuestiones humanitarias y, cada vez más, la igualdad de género y las cuestiones climáticas y medioambientales. “Es una política exterior del Estado, no de Gobierno”, ajena a los vaivenes electorales, subraya Bull. El país nórdico, de hecho, tiene elecciones parlamentarias en menos de un mes, el 13 de septiembre. Si se produce el cambio que vaticinan las encuestas para relevar después de ocho años a la primera ministra conservadora, Erna Solberg, la diplomacia noruega mantendrá esos mismos ejes.

Diplomacia verde

A pesar de ser un país productor de petróleo, la llamada “diplomacia verde” es otro pilar de la política exterior noruega, en el mundo y en la región. Oslo decidió comprometerse a fondo en la lucha contra el cambio climático hace más de una década, con un acuerdo entre todos los partidos políticos para crear un fondo que ayuda a reducir la deforestación. Desde entonces ha sellado alianzas para la protección de los bosques con varios países sudamericanos, una de las regiones más biodiversas del planeta, como Perú, Ecuador, Colombia o Brasil –donde las políticas poco amigables con el medio ambiente de Jair Bolsonaro han entorpecido esa cooperación, que en gran medida se concentra en esquemas de pago por resultados–.

La primera ministra de Noruega, Erna Solberg, recorre un resguardo indígena en el Amazonas junto al presidente Juan Manuel Santos durante su visita a Colombia en abril de 2018.
La primera ministra de Noruega, Erna Solberg, recorre un resguardo indígena en el Amazonas junto al presidente Juan Manuel Santos durante su visita a Colombia en abril de 2018.Mauricio Dueñas Castañeda / Efe

Solberg, precisamente, fue la primera jefe de Gobierno noruega en pisar el Amazonas, el llamado pulmón del mundo, durante una visita a Colombia en abril de 2018. Para el país andino, donde los bosques naturales cubren casi 60 millones de hectáreas y la principal causa del cambio climático es la deforestación, Noruega es el principal cooperante ambiental. De la mano de esa alianza, que incluye programas de gran impacto para proteger los bosques y comunidades étnicas, Bogotá ha aumentado sus metas para reducir la deforestación. “Además, lo que hacemos debe estar apoyando directa o indirectamente en la implementación del acuerdo de paz en Colombia”, apunta Ole Reidar Bergum, consejero de clima y bosque de la embajada de Noruega. Solo en el país andino, Oslo ha comprometido hasta 310 millones de dólares en cooperación verde hasta 2025, dependiendo de los resultados.

La resolución de conflictos y los asuntos ambientales no son frentes independientes para la activa diplomacia nórdica. Como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, Noruega también impulsa una agenda que incluya un mayor énfasis en el cambio climático como un potencial generador de conflictos en el mundo. Esa visión también se proyecta, de manera discreta, a la política latinoamericana.

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