La educación de la madre, esencial en el desarrollo neuronal de los niños


Si el día en el que nacen nuestros hijos es para nosotros único e inolvidable, debutar como padres durante el confinamiento es algo que debiera figurar en los textos de historia. Medio en serio y medio en broma, se ha acuñado para los bebés nacidos durante la cuarentena el nombre de cuarentenials.  Bruno, Miguel Ángel y Loto nacieron durante los meses más duros de la pandemia. Ahora cumplen sus primeros meses de vida y empiezan a explorar su entorno, se han puesto sus primeras vacunas, han realizado sus primeras revisiones pediátricas, como cualquier recién nacido. Pero no son cualquier recién nacido. También cumplen un día más en una realidad que todavía se nos antoja de ficción, en la que las visitas siguen siendo restringidas, los abrazos limitados y los besos a cuentagotas. Reciben todas las miradas (con las que se adora a los bebés), pero se están perdiendo las sonrisas, muecas, gestos e incluso parte de la voz de sus embobados espectadores, que se esconden detrás de esa tela que nos cubre la mitad de la cara todo el tiempo. Es ahora cuando sus padres, después de la tormenta, pueden sentarse a hablar.

Embarazo y parto

“La situación que vivieron estas familias durante el aislamiento de marzo a junio, aunque la vivimos todos, era totalmente antinatural, anormal y con mucha sensación de peligro e incertidumbre”, sostiene Jesica Rodríguez Czaplicki, presidenta de la Asociación Española de Psicología Perinatal. “Durante el confinamiento, no es que se hayan multiplicado los casos de ansiedad y depresión posparto en sí mismos, sino que se ha dado una reacción aguda ante un evento tan altamente estresante, que hay un número importante de casos con esas emociones intensificadas. Ahora, tenemos que estar vigilantes a todo aquello que pueda romper el equilibrio emocional de la madre y valorar si los síntomas van desapareciendo o persisten”, recomienda la psicóloga.

Bárbara y Pablo dieron la bienvenida a su hijo Loto el 3 de mayo, en el Hospital Universitario Puerta de Hierro, de Madrid. “Cuando en la recta final del embarazo, de repente te dicen que no puedes salir, que te muevas, pero en casa, que no habrá preparación al parto, que no tendrás seguimiento de la matrona, que no habrá más contacto con el hospital, te sientes perdida”, recuerda Bárbara. “Tenía que entrar en las revisiones sola; iba muy nerviosa. Eran frías, solo me decían que el niño estaba bien. De hecho, en la última, me atendieron fuera de la consulta, me dieron el papel y me mandaron a casa”.

El acompañamiento en el parto, una de las inquietudes frecuentes

“En un parto, la mujer necesita apoyo continuo, primero de los profesionales, pero sobre todo de su pareja, que es su persona de seguridad”, afirma Rodríguez Czaplicki. ‘Mi mayor preocupación era que el padre no pudiera entrar al paritorio’ era una frase habitual en la consulta.

Miguel Ángel, tuvo suerte y pudo estar en el nacimiento de su hijo, que lleva su mismo nombre. “Dos semanas antes, no dejaban entrar a nadie”, dice Carla, la madre del pequeño. “Solo supimos que me iba a acompañar en el último momento”. “Ya llevábamos dos meses de encierro y nos empezaba a dar miedo todo. Todo se paralizó de repente”. El 15 de mayo, en el Hospital HM Montepríncipe, de Boadilla del Monte, tras 22 horas de parto, dio a luz con la mascarilla puesta. Me pusieron al bebé dos segundos y se lo llevaron. Todo pasaba muy rápido. Después del parto, estuvimos confinados tres días en el hospital, sin salir para nada. A mi padre, le enseñamos al niño, a través de la ventana de la habitación. La última vez que me vieron mis padres apenas tenía barriguita”.

Para Susana y David fue más complicado, quizá ayudó que recién estaba empezando el confinamiento. Primer hijo de ella, tercero de él, Bruno llegaba al mundo el 14 de abril, en el Hospital Materno Infantil de A Coruña, en plena vorágine de la pandemia. Susana cuenta que “era el principio de todo y éramos muy ignorantes con la COVID; no le dábamos importancia. Después lo fuimos viendo. Mi marido no pudo entrar al parto, no pude hacer el piel con piel con el bebé y no lo vi inmediatamente: nació a las 7:00 y no lo vi hasta las 15:00. Lo recuerdo horrible, lloré mucho”.

El paso por el hospital

El Ministerio de Sanidad elaboró un documento de Información y Pautas Generales para Mujeres Embarazadas en situación de confinamiento y a, partir de ahí, cada hospital y centro iba creando sus propios criterios. “Las cosas iban cambiado mucho de un día para el otro. Hemos funcionado con la evidencia científica que hemos ido teniendo a mano”, explica El Dr. Tirso Pérez de Medina, jefe de servicio de Ginecología y Obstetricia del Hospital Puerta de Hierro, donde se ha llegado a asistir hasta 700 embarazos, entre abril y mayo; 90 han sido COVID. “Aquí hubo tres hitos: el primero, que se empezó a hacer PCR a todas las mujeres gestantes que ingresaban de parto; lo segundo, se estableció una planta solo para puérparas con la enfermedad. Por último, en acuerdo con Neonatología, decidimos mantener a los bebés con sus madres, quienes seguían todas las precauciones especiales: lavar el pecho, las manos, usar mascarilla y tener la cuna a 2 metros cuando no estuvieran dando de mamar”.

En esos momentos, aún parecía improbable que la enfermedad se traspasara de madre a bebé, pero hace pocos días un grupo de obstetras parisinos ha detectado ya el primer caso de transmisión vertical, a través de la placenta, lo que cambia el panorama.

Para rescatar un lado amable de la situación, los padres han tenido la posibilidad de una dedicación al 100% a sus hijos, 24 horas al día, los 7 días de la semana. “Estar recogidos, tranquilos, sin agobios, restringir las visitas y dedicar ese tiempo y espacio a la llegada del nuevo bebé, es lo primero que aconsejamos desde la psicología perinatal, en condiciones normales”, dice Jesica. “Pero ese espacio es bueno si es voluntario, no obligado”, sostiene.

Nueva normalidad, pero todo sigue igual

La nueva normalidad tampoco está siendo para estas familias lo que habían planeado. Menos ahora, que los contagios parecen dispararse.

Carla y Miguel Ángel siguen tomando las mismas medidas que cuando el confinamiento. “Con un niño pequeño es difícil volver a la normalidad de antes. Te da miedo contagiarte y que le pase algo al pequeño. Seguimos haciendo la compra online, usando mascarillas siempre que salimos a la calle, saliendo solo para el paseo del bebé. Los abuelos, lo cogen en brazos, pero con mascarilla y no lo besan; los familiares que vienen a casa, deben hacerlo con ropa limpia. Y nada más llegar de la calle, desinfectamos todo”.

Susana y David se pasaron los primeros dos meses yendo al hospital, porque a su hijo Bruno había que operarlo de una hernia inguinal al mes de nacer. Si bien Galicia, donde viven, no ha sido de las comunidades más azotadas por la COVID, el sistema sanitario también hervía como en el resto del país, por lo que cualquier visita al médico era un riesgo. Les dolía no ver a la familia. “Pero no podías hacer otra cosa. Ahora nos han visitado algunos familiares, y otros quedan por venir. Hoy, nuestro día a día no ha cambiado sustancialmente a lo que vivíamos en la fase 3. Ya tenemos más visitas, y con los familiares más cercanos, uno se va relajando. Pero a un amigo que viene por primera vez, le tenemos que decir que se ponga la mascarilla. Es un poco violento decirle a alguien que quieres que no toque o coja al niño”.

Bárbara y Pablo, cuentan que “con cuidado, pero sin miedo”. Algo que también les preocupaba era que “sus interacciones con las personas solo fueran a través del móvil: tantas videollamadas, vídeos, fotos… Antes le poníamos la pantalla y ahora solo lo dejamos oír el audio”, dice Pablo. “Ahora, mejor. Estamos haciendo vida normal, ya salimos de paseo y hemos visto a los abuelos. Siempre con mascarilla, respetando las distancias, sin ir a sitios muy llenos. En todo caso, no hacemos mucha vida fuera, porque nos hemos acostumbrado a vivir tranquilamente los tres en casa”, cuenta.

Por suerte, de momento, los pequeños aún no alcanzan a ver que toda la situación es rara; probablemente lo hagan cuando dentro de unos años vean sus primeras fotografías familiares y pregunten por qué los abuelos llevaban siempre mascarillas, no los cogían en brazos, había tantas botellitas de gel hidroalcohólico en todos los sitios, por qué todos se lavaban tanto las manos y algunos hasta ‘vestían’ guantes de látex. Por qué los paseos eran los justitos y la gente iba a dos metros de la otra. Esperemos que les sorprenda, porque eso significará que todo esto habrá pasado.

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