“La perfecta conversación de los alimentos”, se leía en la portada de un catálogo de frigoríficos. Es una de las muchas erratas que ha recopilado a lo largo de los años Álvaro Martín, presidente de la Unión de Correctores (UniCo). Más ejemplos de errores cazados en prensa y televisión: “El bombardeo infringió graves daños al edificio”; “Se puso hecho un obelisco”; “Estaba en la espada contra la pared”; “Dejó a sus amigos en la estocada”; “Hay que practicar con el ejemplo”; “Su versión fue puesta en tela de duda”. También tiene una buena colección José Antonio Moreno, director del único posgrado en corrección y asesoramiento lingüístico en español, impartido en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona: “Unió advierte de que Cataluña perdería con la Carta Manga”; “Hemos venido a escuchar, pero también ha hablar”…
La errata vive un momento de esplendor, inunda los textos escritos. Nada se le resiste, y contamina libros galardonados con premios, placas de escritores, reputados diccionarios, titulares de periódicos y comunicaciones oficiales. Siempre estuvo ahí, pero si hace milenios los escribas ya tropezaban con ella y luego la imprenta multiplicó su alcance, ahora dispone de una alfombra roja propiciada por varios factores. Por un lado, la cultura de la urgencia: todos los encargos son para ayer. Los correctores y editores menguan. La Red y las publicaciones digitales han banalizado su gravedad porque puede corregirse al instante. Y además goza de cierta disculpa social ante su profusión.
Santiago Rodríguez-Rubio, coeditor junto a Nuria Fernández del ensayo Detección y tratamiento de errores y erratas: un diagnóstico para el siglo XXI, publicado recientemente por la editorial Dykinson, alerta: “Es un secreto a voces, un tema del que apenas se habla más allá de la psicolingüística y del procesamiento del lenguaje natural, pese a que desde siempre ha acompañado a los textos”. En esa obra, una decena de autores radiografían el alcance de los gazapos y explican por qué se cuelan cada vez más entre los dedos de los profesionales de la palabra (escritores, periodistas, correctores, lexicógrafos, traductores).
Los correctores trabajan para evitar estos fallos, pero también para pulir los escritos de todo tipo y extensión y lograr que brillen. Eliminan errores ortográficos, de léxico, de sintaxis ―incluidas las comas asesinas―, de puntuación, o mayúsculas mal usadas; introducen cambios de estilo para ganar claridad y comprensión. Y son los primeros en sufrir las carencias que han brotado en los últimos años con la digitalización del sector, la crisis y el ritmo frenético con que se trabaja. “Es evidente”, reflexiona Álvaro Martín, “que los textos están cada vez peor escritos. Hay una reducción de los recursos de edición y corrección; es decir, de las personas que comprueban que las piezas funcionen y hacen que el producto mejore. La cultura de la inmediatez se nota en la redacción. La educación escolar no exige tanto, y ahora permite pasar de curso con abundantes faltas de ortografía. Y, además, la errata ya no es tan importante”.
Santiago Rodríguez-Rubio y Nuria Fernández, autores del ensayo ‘Detección y tratamiento de errores y erratas: un diagnóstico para el siglo XXI’.PACO PUENTES (EL PAÍS)
Para ilustrar este último factor, Martín cuenta que hace unos años UniCo contactó con blogueros relevantes (algunos tenían hasta 300.000 lectores) para saber qué importancia daban a la edición de sus textos, y oyeron respuestas como esta: “A mis seguidores les importa lo que digo, no cómo lo digo”. Este desprecio por la forma del lenguaje, que corroe el mensaje y a su autor, es una tendencia masiva en ciertos círculos. “La indiferencia es mala, pero peor es la ignorancia voluntaria cuando tienes los medios educativos a tu alcance”, advierte este corrector.
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Las erratas crecen en los medios de comunicación y las redes sociales porque los textos deben publicarse cada vez con mayor rapidez y ser revisados (o no) a la misma velocidad. Esto produce errores que implican un coste de comprensión para los lectores, que a su vez pierden confianza. La prensa sufrió como pocos sectores la crisis de 2008 y los periódicos redujeron sus plantillas de correctores y editores. El presidente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), Nemesio Rodríguez, destaca para explicar los yerros factores como el mal uso general del idioma, los recortes y el abandono de la cultura de la verificación debido a las prisas. “La decisión de los periódicos y digitales de sumarse a la batalla de la inmediatez, que antes era exclusiva de las agencias, fue decisiva. La única solución es reforzar los editores (…) Ante los errores, la clave está en la rectificación inmediata y explícita”.
El buscador urgente de dudas Fundéu, de la Real Academia Española y la agencia Efe, confirma esa propensión al descuido. “Parece que ha aumentado el número de erratas, sobre todo en medios digitales”, señala un portavoz de la fundación. “No solo encontramos erratas, sino también errores de estilo y de redacción, probablemente por la influencia de otras lenguas. Esto podría deberse a que se escribe muy deprisa, el autor no relee el texto y muchos medios han prescindido de la figura del corrector”.
La palabra errata, en un diccionario inglés-español. PACO PUENTES (EL PAÍS)
A pesar de contar con tiempos más laxos que los medios, las instituciones y las empresas también publican muchos escritos con errores por culpa de la dejadez y la traducción automática, en la que a veces se confía de manera ciega y que genera bochornosos deslices, como cuando la web oficial de turismo del Ayuntamiento de Santander tradujo en 2018 el nombre del Centro Botín al inglés como Loot Center, lo que literalmente significa “centro del saqueo”.
Nuria Fernández, coeditora del libro sobre las erratas, apunta: “No se ahorra en costes cuando la expresión induce a un error de comprensión o cuando la falta de revisión manual de los textos traducidos automáticamente genera múltiples consultas por parte de los usuarios. El grado de tolerancia respecto a la calidad del texto va desde lo impecable a lo inaceptable. Los profesionales de la lengua, como hablantes privilegiados, tenemos que aspirar a producir textos impecables, que no perfectos. En la era digital se ha generado una mayor tolerancia a las erratas, puesto que la inmediatez a la que están sujetos los textos escritos los acerca cada vez más a la imprecisión y a la espontaneidad de los textos orales”.
El triunfo de la cultura mercantil
Ernesto Pérez Zúñiga, escritor y subdirector de Cultura del Instituto Cervantes, reflexiona: “El espíritu de excelencia y la cultura humanista han decaído durante la última década en todos los ámbitos, incluido el editorial. La cultura audiovisual arrasa y hace mella en el lenguaje, que se descuida”. El autor, que dirige tres colecciones de libros, sugiere que la degradación de los textos es consecuencia directa del triunfo de la cultura mercantil, y reivindica “luchar con el cuchillo entre los dientes” para lograr el tiempo reflexivo y el disfrute de las cosas lentas, en una sociedad “cada vez más volcada en lo práctico”.
La presión por publicar más y más títulos (15.277 en los primeros seis meses de 2021) ha provocado que las editoriales lleven varios años a toda mecha y, por tanto, los tiempos de entrega se acortan. Cada vez cuesta más mantener un rigor exquisito. Diego Moreno, editor de Nórdica Libros, atestigua: “El sector debería reflexionar sobre el tiempo y la remuneración apropiada para los correctores. Es un hecho incuestionable la saturación de novedades, y publicamos tanto que forzamos la máquina de todo el equipo, es un estrés que no baja. Siempre discutimos sobre cuánto hay que publicar y no nos ponemos de acuerdo. Es un problema sistémico del sector y no se puede solucionar de manera individual”.
Esa peligrosa tendencia al ritmo vertiginoso la confirman también los traductores como víctimas directas. Marta Sánchez-Nieves, traductora y secretaria general de la asociación ACE Traductores, ilustra: “Todo es cada vez más apresurado y esto hace que no puedas ser tan cuidadoso. Antes las prisas eran para la saga de Harry Potter por la presión de sus seguidores, pero ahora también te piden [los editores] un clásico del XIX para ya”.
Un operario retira planchas con erratas en un poema de Vicente Aleixandre, en Málaga en 2020.JAVIER ALBIÑANA (-)
Una encuesta entre 325 correctores, traductores y docentes reveló en 2020 que los especialistas del idioma han cambiado en la última década las obras tradicionales en papel por las de formato digital como fuentes preferentes de consulta, ante la premura impuesta y la facilidad para acceder a ellas (el 94% de los encuestados acude en primer lugar a la Red). Sin embargo, la actualización de estas últimas a menudo se retrasa, por lo que quedan pronto obsoletas. Es el caso del Diccionario Panhispánico de Dudas de RAE-ASALE, cuya versión en línea, a pesar de figurar entre las obras más utilizadas por los profesionales, reproduce la edición de 2005 y, por tanto, no incorpora las novedades introducidas por la Gramática (2009-2011), la Ortografía (2010) y el Diccionario (2021) académicos.
José Antonio Moreno, el director del posgrado sobre corrección, explica: “Es necesario desarrollar una herramienta lexicográfica que, concebida con formato verdaderamente electrónico, permita dar respuesta a esas dudas, ofrezca un acceso rápido al usuario y atienda al conjunto del español. Actualmente, no hay ningún diccionario en la Red que compita con el de RAE-ASALE” (las academias de la lengua).
A pesar de que la mayoría de los profesionales huye del mensaje apocalíptico, hay cierto consenso sobre la necesidad de un giro de timón para atajar la plaga. Eso sí, es una empresa titánica y necesitada de la suma de todos los actores para extender los controles de calidad y elevar el prestigio de las palabras escritas.
4.000 erratas en 13.000 páginas de diccionarios
Las erratas se cuelan en las mejores obras y a mansalva. Rodríguez-Rubio, coeditor del libro sobre corrección, peinó durante cuatro años una serie de 18 diccionarios español-inglés e inglés-español, entre ellos la prestigiosa colección editada por Ariel conocida como Los diccionarios de Alicante, con 14 tomos, y halló más de 4.000 erratas. Eso da una frecuencia de un error —de mayor o menor gravedad— cada 2,93 páginas, según refleja su tesis sobre estos diccionarios especializados, con 13.000 páginas en total. En la serie de Alicante se ha descrito lo que el autor denomina un “sistema de erratas”, que se traduce en la repetición de numerosos defectos formales en una o varias obras. Muchas de esas erratas ―si no todas― quedarán fijadas en el tiempo, ya que no se prevé la revisión de los títulos.
El investigador, autor de varios artículos científicos sobre el tema, contactó con el equipo de la Universidad de Alicante que coordina la colección lexicográfica por si querían subsanar los errores, pero respondieron que no estaban interesados. José Mateo, uno de los autores de los diccionarios y catedrático de filología inglesa en la Universidad de Alicante, alega: “Las erratas no invalidan las obras, y la mayoría no son nuestras sino del que montaba los textos para trasladarlos al papel”. Hace ocho años Ariel estudió un proyecto para informatizar estos diccionarios, pero nunca llegó a cuajar. Mateo se lamenta: “Parece que no era muy rentable”.
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