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Joséphine Bahunga miró al horizonte con preocupación. El bullicio de las calles, que en pocos minutos se llenaron de personas alejándose a toda prisa de sus casas, aumentó su intranquilidad. Bahunga, una campesina de 48 años, enseguida comprendió que ella también debía abandonar su hogar. Ocurrió el pasado 22 de mayo. Poco después del atardecer, el cielo nocturno de la ciudad de Goma, en el este de la República Democrática del Congo, empezó a iluminarse con un resplandor rojizo. Era la advertencia de un desastre: una avalancha de lava estaba deslizándose desde la ladera de un volcán de 3.470 metros de altitud —el Nyiragongo— en la dirección de la urbe de Goma, habitada por cerca de 700.000 personas.
FOTOGALERÍA | El Nyiragongo y las vidas en pausa
Bahunga reunió algunos objetos imprescindibles: ropa, cacerolas metálicas, un puñado de carbón para cocinar, un álbum de fotografías antiguo. Después, acompañada por cuatro de sus hijos, caminó 20 kilómetros hasta alcanzar un lugar seguro: la ciudad de Sake. La carretera que une ambas urbes se convirtió en un hervidero de personas, coches y motocicletas que intentaban escapar de la furia del Nyiragongo. Cerca de 416.000 personas abandonaron sus casas, según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).
Bahunga tiene las manos de cuero, cicatrices en la cara, una mirada seria: son las marcas de más de cuatro décadas trabajando los campos fértiles del territorio de Masisi, también en el este del Congo. La guerra congoleña, que comenzó en 1998, la sorprendió con un azadón en su hombro. Resistió 19 años. En 2017, cuando las embestidas de los grupos armados se intensificaron en su aldea, decidió huir a Goma.
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Antes de la erupción del Nyiragongo, el Congo ya era el escenario de una de las peores crisis humanitarias del planeta, con más cinco millones de desplazados internos. En 2020, según el Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), la guerra congoleña obligó a 6.000 personas a abandonar sus hogares cada día.
El Nyiragongo es uno de los volcanes más activos y peligrosos del mundo. Debido a su composición geológica, el magma que burbujea en su interior puede desplazarse a más de 64 kilómetros por hora. La erupción del 22 de mayo se detuvo después de que la lava calcinase centenares de casas. Además, las autoridades confirmaron 32 muertos, así como más de 140 terremotos con magnitudes de hasta 4,8.
“Algunas familias desplazadas están intentando regresar a sus hogares; tristemente, muchos han descubierto que sus casas están destruidas por los terremotos o las riadas de lava. Además, han encontrado una ciudad sin agua ni electricidad porque la erupción también ha dañado el embalse que abastecía a Goma”, informa el representante de la Fundación AVSI en el Congo, Nicolò Cercano.
Con la colaboración de organizaciones como la Fundación AVSI, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha preparado varios campamentos improvisados de desplazados internos para acoger a los congoleños que huyeron de la actividad volcánica del Nyiragongo. Las instalaciones de las organizaciones humanitarias están tan saturadas que muchos deben dormir en iglesias o colegios, a menudo compartiendo espacios minúsculos. Bahunga es uno de ellos. Aunque los expertos opinan que una segunda erupción durante los próximos días es improbable y miles de personas han regresado a sus hogares durante los últimos días, el peligro aún no ha desaparecido del todo. A Bahunga ahora le preocupa una amenaza invisible: los movimientos tectónicos recientes podrían liberar cantidades enormes de dióxido de carbono a la superficie.
“Solo pensaba en encontrar un lugar seguro para mis hijos”
Un mensaje de texto de su hermana la alarmó: “Clara, parece que el volcán está en erupción”. Eran las siete de la tarde. Clarice Butsapu, una fotógrafa independiente de 28 años, estaba preparándose para pasar esa noche en una iglesia. Asustada, salió a la calle para contemplar el cielo enrojecido. No era la primera vez que observaba nubes rojas alrededor de la silueta oscura del Nyiragongo. Pero entonces, la intensidad de su color era mucho más intensa de lo que había visto nunca. Butsapu intentó mantenerse calmada. Su familia y ella enseguida decidieron huir a la ciudad de Sake, donde han permanecido hasta el momento.
“En Sake, las condiciones eran deplorables”, recuerda Butsapu. “Las autoridades no establecieron mecanismos para recibir a las personas desplazadas. Muchas de ellas no tenían acceso al agua ni alimentos. Además, el número de letrinas eran insuficiente”.
Desde la Fundación de AVSI, Nicolò Cercano describe un escenario similar: “Estamos trabajando en un ambiente apocalíptico. Durante su huida frenética, centenares de niños perdieron a sus familiares. Por eso, decidimos centrarnos sobre todo en la protección de esos niños y en la distribución de alimentos, agua y equipos de higiene personal. También nos preocupan varias enfermedades. Debido a las condiciones de hacinamiento, se han registrado 40 casos de cólera”.
Muchas personas desplazadas dependen en su totalidad de la asistencia humanitaria porque dejaron en sus hogares todas sus pertenencias. “Solo podía pensar en encontrar un lugar seguro para mis hijos”, asegura Generose Sivhwa, una tendera en un mercado de alimentos de 43 años. “No tuve tiempo para recoger los objetos de mi casa. En las calles había personas corriendo en todas las direcciones. Daba tanto miedo que algunas mujeres se desmayaron. No sabíamos qué hacer”.
Tras escapar de Goma, Butsapu no se quedó de brazos cruzados. Antes de que llegase la asistencia de las ONG internacionales, los activistas de movimientos ciudadanos como Lutte pour le Changement (LUCHA) o Goma Actif, a los que Butsapu pertenece, decidieron pasar a la acción.
“Los voluntarios nos reunimos para decidir qué podíamos hacer. Entre todos decidimos que debíamos crear una especie de comedor comunitario para los niños más necesitados”, añade Butsapu.
En la ciudad de Bukavu, donde llegaron decenas de miles de personas, los activistas de LUCHA también pensaron que era el momento de actuar. Aunque autoridades locales habilitaron un campamento de desplazados internos, sus instalaciones eran insuficientes. Por eso, muchos jóvenes se ofrecieron voluntarios para desinfectar las letrinas, rehabilitar los dormitorios más deteriorados, o repartir todo tipo de productos básicos donados por los tenderos de los mercados locales.
Las personas desplazadas aún no saben cuándo podrán regresar a Goma ni en qué estado encontrarán sus hogares, pero los activistas congoleños les han demostrado que no están solas.
“Hemos declarado una guerra no violenta en contra de las injusticias de nuestro país”, manifiesta Grâce Maroy, una de las voluntarias de LUCHA que actuaron en Bukavu. “Nosotros mismos podemos solucionar nuestros problemas si actuamos juntos. Como congoleños, creemos que los problemas de nuestros compatriotas de Goma también son nuestros. Por eso, no podíamos ignorarlos”.
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