Nada queda de la ciudad que presentó el arquitecto Eduardo Julián Pérez en su poco premonitorio libro Zamora en el porvenir, en 1879. “Zamora marcha hoy a la cabeza de los grandes pueblos, sus hijos son un modelo de actividad […] y han recogido el fruto de sus heroicos trabajos haciendo que hoy sea envidiada por otras ciudades que antes de ella entraron en la senda del progreso”, escribió. La ciudad castellanoleonesa y su provincia son hoy un foco de despoblación y malos augurios. Esos hijos modélicos se marcharon en busca del progreso inaccesible en su tierra y si en algo destaca Zamora es en la caída demográfica. Pérez tiene una calle con su nombre a pocos minutos del río Duero, que riega un territorio que desde 1950 ha perdido al 40% de su población, un 10% en la última década.Los registros tanto pasados como recientes muestran cómo se desangra Zamora, con 171.630 habitantes, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Es la provincia española con un mayor descenso porcentual en residentes en 2019 y también en lo que va de siglo, con 30.000 emigrantes. El futuro no anima: apenas una de cada ocho personas tiene menos de 20 años y casi un tercio rebasa los 65. El INE anticipa que Zamora encabezará el descenso poblacional hasta 2033 sin que jóvenes como Rocío Fernández puedan permitirse regresar desde Madrid a pueblos como Ribadelago de Sanabria (30 vecinos). “Lo descartamos totalmente”, suspira esta madre de un niño de dos años. Ella y su marido han sopesado volver, pero la “falta de servicios”, sobre todo sanitarios, frustra incluso su optimismo laboral. “Algo de trabajo encontraríamos”, cree esta administrativa. Pero el bienestar del bebé pesa más que las ganas.La resignación abruma también a quienes estudian las tendencias sociales. Zamora representa “el paradigma de la economía y la sociedad tradicionales del siglo XIX”, comenta el geógrafo Basilio Calderón. Las oleadas emigratorias comenzaron a finales del siglo XIX. Primero, cuando unos 40.000 zamoranos eligieron Argentina y Cuba. Lo precario de la economía agraria y “la ausencia de industrialización y de grandes núcleos urbanos” los empujaron hacia América, apunta el catedrático de Historia Contemporánea Juan Andrés Blanco. La hemorragia se taponó por la crisis global tras la Gran Depresión del 29, pero se reanudó con las políticas del franquismo, “que no desarrolló económicamente a las provincias rurales”, destaca el historiador. Y comenzó un nuevo éxodo, primero hacia Madrid, Barcelona y el norte industrial, y luego hacia Francia y Alemania.A mediados del siglo pasado, la provincia tenía 316.000 habitantes y 16 municipios que superaban los 2.000 habitantes. Ahora solo quedan cuatro: la capital, Benavente, Toro y Morales del Vino. Y se han multiplicado los que no llegan a 100 habitantes tras perder la mitad del censo en las últimas décadas.Uno de ellos es Villar de Fallaves. Apenas cuenta con 40 vecinos desde que al campo, según el pastor Javier Martínez, “ya no viene nadie”. Sus 57 años lo convierten en uno de los “jóvenes” del lugar, ironiza ante un palomar, mientras sus ovejas pacen en una era de alfalfa. El labriego jubilado Gregorio Martínez, de 68, recuerda que hace medio siglo había “50 o 60 chavales”; ahora nadie hace chirriar los columpios o los aparatos de gimnasia instalados junto a la iglesia. Los ancianos Tirso y Emilia rememoran aquella época de calles embarradas. Ahora hay asfalto, pero qué más da: “Aquí ya no queda nadie”.Difícil elegir un territorio donde fallan las líneas telefónicas o la cobertura de Internet. Pese a todo, la Diputación ha ideado un plan, valorado en 40 millones de euros que espera obtener de financiación europea, para intentar atraer a empresas de robótica o domótica y promocionarse como “territorio especializado en servicios geriátricos y asistenciales”. Aunque para ello, lo necesario ahora es “potenciar y garantizar la accesibilidad tecnológica”.Raro es encontrar jóvenes en lugares pequeños, como Arrabalde (232 vecinos). Cristina Villar, de 31 años, vive allí desde febrero por casualidad: la pandemia la pilló “en casa por vacaciones” y aguarda aburrida el regreso a China, donde enseña español. Retornar a las viviendas de adobe y a la visión de las cigüeñas en los campanarios le ofreció un baño de fría realidad: “Estar aquí me ha recordado por qué me fui: porque aquí no hay nada. Me apena que muera todo esto”. Su hermana melliza acabó en Inglaterra para trabajar “de cualquier cosa” tras más de un año buscando empleo.La necesidad de captar proyectos de desarrollo urge también a la capital. Con 61.000 habitantes, Zamora apenas ha ganado 2.000 en los últimos 40 años mientras Benavente y Toro no lograron alcanzar los 20.000 y 10.000 residentes.En Toro las elegantes puertas, su imponente iglesia y varios locales asoportalados no consiguen disimular la ingente cantidad de persianas bajadas, carteles ofreciendo alquileres y casas al borde de la ruina. El único alboroto en las calles procede de cinco mujeres que celebran entre copas de vino, emblema de la comarca, el 33º cumpleaños de Alexandra Hernández, quien ha invitado a sus amigas, de las pocas que continúan en la zona. La mayoría trabaja “en Inglaterra o Francia”, si no en Madrid. Hernández también estuvo cuatro años en la capital pero volvió al sentirse “colapsada”. El grupo brinda y se fotografía ante el ayuntamiento, cuya solera reconoció Carlos III. Apuran el vino para celebrar que también hay vida en lo rural, aunque cada vez menos.El panorama actual en esta provincia y en el interior peninsular, según Ignacio Molina, geógrafo vallisoletano y miembro del gabinete de la vicepresidenta para el Reto demográfico, Teresa Ribera, se agrava por los “ineficaces” planes de ordenación del territorio trazados por la Junta de Castilla y León para disponer de un “modelo transversal” que fomente el desarrollo de la Comunidad. El Gobierno, según Molina, afronta la despoblación como “un desafío para un país que quiere crecer” y ser más justo. El geógrafo sostiene que no es solo cuestión de envejecimiento social y de emigración, sino que “falta igualdad” en España si los jóvenes abandonan territorios por carecer de oportunidades.El geógrafo Basilio Calderón, de la Universidad de Valladolid, subraya que Zamora es un espacio “excéntrico desde una perspectiva territorial y muy mal comunicado”, por lo que con el tiempo fue quedando aislado. Los avances del siglo XX que pudieron haber impulsado a Zamora se quedaron en una “oportunidad perdida”. Tampoco favoreció su proximidad con el norte de Portugal, “una región tan atrasada como ella” según Calderón, que limitó el interés en desarrollar esta región para incentivar los negocios con el exterior. Un ejemplo lo representa que la conexión rodada entre el norte luso y la zona de Aliste, al oeste zamorano y primer paso en la ruta comercial hacia Europa, se produce por una carretera nacional, la N-122, desgastada por cientos de camiones diarios y con accidentes frecuentes. La promesa de una autovía, que la Junta catalogó en 1993 como “de actuación prioritaria”, indigna a la comarca.
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