La falta de financiación da la puntilla al sistema sanitario de Yemen

La falta de financiación da la puntilla al sistema sanitario de Yemen

Nema Báker permanece muy quieta en la camilla. Esta madre de familia yemení es una habitual del centro de hemodiálisis del hospital Al Jumhuriya de Adén. Hace ya varios años que viene dos veces por semana desde Radfan, una aldea de la vecina provincia de Dhalea, para recibir el tratamiento. “Solo he faltado cuando había combates”, asegura. Ahora la ciudad está aparentemente tranquila, pero los efectos de una guerra que ha entrado en su octavo año han dado la puntilla al débil sistema sanitario de Yemen. Sin electricidad, sin agua potable y sin fondos, los hospitales luchan para atender a enfermos y heridos. La ayuda internacional es su única esperanza.

Báker, de 50 años, explica que la diálisis requiere medicación añadida como calcio y vitaminas. “Antes nos la facilitaba el hospital; ahora tenemos que pagarla y con la inflación ha pasado de 30.000 a 50.000 riales al mes [de 30 a 50 euros]”, cuenta. Es una fortuna en un país en el que el 80% de la población sobrevive con menos de tres euros al día. Aun así, ella y los otros pacientes de su comarca que ocupan alguna de las 28 camas disponibles, son afortunados porque un benefactor paga el minibús que los traslada al hospital, un agotador viaje de tres horas en cada sentido.

Nabiha Bamagid, la jefa del departamento, alerta de la gravedad de la situación. “Estamos viendo a pacientes cada vez más jóvenes que mueren porque no pueden pagar las medicinas complementarias a la diálisis, incluso algún caso de menores de cinco años”, declara a un pequeño grupo de periodistas durante una reciente visita a Adén con el centro de estudios Sana’a Center. A la insuficiente capacidad de la unidad (desbordada porque las provincias vecinas carecen de ese servicio), se ha sumado la falta de suministros desde el estallido de la guerra entre los rebeldes Huthi y el Gobierno internacionalmente reconocido.

Nabiha Bamagid, la jefa del departamento de diálisis del hospital Al Jumhuriya de Adén, el pasado 23 de febrero. Sam Tarling (Sana’a Center for Strategic Studies)

“Nuestra situación se complicó con la covid, ya que ha afectado a personas con enfermedades del riñón, agravando su estado. Hemos tenido que improvisar un área de aislamiento específica, pero no damos abasto”, confía Bamagid en la mitad de un turno que ha empezado a las cinco de la mañana. “Sin el apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) no podríamos seguir funcionando”, apunta antes de añadir que la Fundación Rey Salmán (de Arabia Saudí) les facilita el combustible para el generador.

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El director ejecutivo del hospital, Ahmed Salem al Shabahi, dice que los problemas no son nuevos. “La guerra se agravó hace siete años, pero empezó hace 30”, precisa en referencia al enfrentamiento que libraron el sur y el norte de Yemen en 1994, apenas cuatro años después de la unificación del país. Desde entonces, los yemeníes del sur se han quejado de marginación en las inversiones públicas y abandono por parte de Saná, la capital del país, en manos de los rebeldes Huthi desde finales de 2014.

Sea como fuere, hoy la sanidad pública está en estado ruinoso en todo el país. Según el Banco Mundial, a finales del año pasado apenas funcionaban la mitad de los centros sanitarios y el 80% de la población tenía dificultades para acceder a ellos. La falta de recursos humanos, de equipos y de suministros han deteriorado los servicios. Como resultado, han aumentado las muertes en el parto de madres y neonatos, también los casos de malnutrición infantil, se vacuna a menos niños y en algunas zonas resurgen brotes de enfermedades contagiosas como el sarampión. Todo ello, en medio de la pandemia y en un contexto de decreciente financiación exterior.

Este año la ONU apenas ha conseguido un tercio de los 4.300 millones de dólares (4.079 millones de euros) que buscaba para atender a la población más vulnerable. Los donantes temen que la ayuda caiga en manos de los distintos grupos en liza. Solo en 2019, los Huthi se apropiaron de unos 1.800 millones de dólares en asistencia humanitaria destinada a los civiles. El alto el fuego de dos meses entre el Gobierno y los rebeldes que la ONU anunció a primeros de abril ha abierto una rendija a la esperanza.

“Es difícil hablar de forma general porque la situación es muy heterogénea. No es igual en los frentes de guerra, como en Hajjah, donde hay bombardeos y malnutrición, que en una provincia como Amran, donde hay poca violencia y las enfermedades están más vinculadas a la pobreza”, explicaba un cooperante internacional del sector antes de la tregua.

También las organizaciones humanitarias afrontan problemas diferentes en el norte y en el sur del país. Mientras en el territorio controlado por los Huthi se quejan de dificultades de acceso y limitaciones de movimiento, en el sur preocupa la inseguridad derivada de la proliferación de milicias y los secuestros. El Gobierno reconocido, con base en Adén, no paga los salarios del personal sanitario del norte, totalmente dependiente de la ayuda humanitaria. En el sur, los sueldos llegan de forma irregular.

En el Al Jumhuriya, el hospital de referencia de Adén con 450 camas, los médicos apenas cobran el equivalente a 100 euros al mes; los enfermeros, menos de la mitad. Se trata de una cifra menguante debido a la inflación. El desánimo del personal palidece al lado del estado de las instalaciones. Pasillos y habitaciones están mugrientos. No hay aire acondicionado, ni siquiera ventiladores a pesar de la humedad pegajosa. Las sábanas no se han cambiado desde hace días. En los accesos a la zona de cirugía las bombillas están fundidas.

El director se queja de la falta de ayuda. “Durante la pandemia de covid, la comunidad internacional nos ha discriminado”, afirma antes de reconocer que las instalaciones abiertas por el Consejo de Transición del Sur (el grupo separatista que controla Adén) contaron con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud y el CICR. Admite que incluso tras el reciente acuerdo entre el poder de facto y el Gobierno, la situación del hospital es muy difícil.

A Al Shasbahi, un independentista y anticolonialista convencido, le gustaría que el centro recuperara el esplendor que tuvo en tiempos del mandato británico. “Seguimos teniendo las mismas instalaciones que cuando se inauguró en 1954″, señala indicando la vieja fotografía que preside su despacho, en la que se ve a la princesa Alexandra (una prima de la reina Isabel II) visitando el hospital. “Necesitamos ayuda de la comunidad internacional, que los donantes pasen a la acción”, reclama impotente ante la parálisis política de su país.

El peso del dinero saudí

A 10 minutos del hospital Al Jumhuriya de Adén, Arabia Saudí está dando los toques finales a un nuevo centro médico dotado con moderna aparatología y la que va a ser la primera unidad de cardiología de la zona. Promete ofrecer casi 300 camas, además de consultas externas de las principales especialidades. Cuenta con laboratorios, sala de fisioterapia, cocinas, cafetería de personal, lavandería e incluso varios apartamentos para médicos visitantes.

“No sabía que existiera algo así en Yemen; dan ganas de enfermar para que te ingresen”, exclama Mohamed, un yemení presente durante la visita. 

En lugar de mejorar las instalaciones y servicios sanitarios existentes, Arabia Saudí ha preferido reconstruir desde cero el hospital Adén, que el reino regaló en 1990 y en 2015 fue saqueado durante los enfrentamientos entre los Huthi y las fuerzas progubernamentales. Ha costado 56 millones de dólares (unos 51 millones de euros), según cifras que facilita Ahmed Madkhali, responsable del Proyecto Saudí de Desarrollo en Yemen. Riad lidera una coalición militar que desde 2015 apoya al Gobierno yemení frente a los rebeldes.

Madkhali explica que no confían en la capacidad del Ministerio de Sanidad yemení y van a entregar la gestión a una compañía privada, aunque pagarán sus costes durante 15 años para que ofrezca tratamiento gratuito como cualquier centro público. Admite que tendrán que establecer algún método para seleccionar a los pacientes, ya que la diferencia de servicios hará que todos quieran acudir al nuevo centro. Mohamed teme que se convierta en un “hospital para los mandamases”. 

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