La fascinación perversa de la guerra


Me libré por los pelos de hacer la mili. La derecha patriótica de Aznar (oh, paradojas de la historia de España) me libró de la decisión de declararme insumiso y dar un disgusto a mi familia en nombre del pacifisimo. No he estado nunca en una guerra ni sé distinguir un tiroteo de una mascletá valenciana, y sólo con los años y la madurez de la senectud he logrado vencer mis prejuicios adolescentes hacia los uniformes. Por supuesto, no diferencio a un sargento de un teniente ni sabría saludar o marcar el paso marcial. Y, sin embargo, no hay género que me emocione y me guste más que el bélico, y cuanto más apeste a machuno, mejor. Muchas de mis novelas y pelis favoritas son de guerra, y comparto con tantísimos otros escritores españoles una obsesión perversa y fascinada con el año 1936.

Por eso he gozado tanto con Valley of Tears (HBO España), la serie israelí sobre la guerra del Yom Kipur de 1973 (o sobre una parte de ella, la que transcurre los primeros días de octubre en los Altos del Golán). Con una puesta en escena sobria y casi intimista, transmite muy bien la angustia de una nación en armas, siempre movilizada, donde los límites entre el ejército y la sociedad no están nada claros. De fondo suenan la historia de Oriente Medio y los conflictos políticos y sociales de Israel, pero no es eso lo que me mantiene pegado a la pantalla.

Como las mejores historias de guerra, es una fábula sobre el destino. Los que no somos soldados ni hemos disparado a nadie podemos creer en la voluntad y el libre albedrío e incluso fingir que querer es poder. Los personajes de Valley of Tears, encerrados en un tanque, saben que lo único que importa en la vida es la vida misma.


Source link