La gestión del agua

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Las restricciones del agua son el último remedio en una situación de sequía dura como la actual y ningún experto la descarta hoy de cara a la primavera. Tampoco los metereólogos tienen indicios de que vaya a cambiar la situación. El año hidrológico comenzó en octubre muy mal y sigue mal. Tras un otoño con precipitaciones muy bajas, tampoco el invierno ha traído la cantidad de lluvia y nieve que sería necesaria, de manera que no cabe esperar que los acuíferos se llenen en primavera con el deshielo. En los últimos cuatro meses ha llovido un 36% menos que la media del mismo periodo entre 1981 y 2010 y las reservas de los pantanos se acercan peligrosamente a los niveles de la extrema sequía de 2017-2018.

En nuestro régimen de precipitaciones, entre octubre y abril se registra el 75% de la lluvia de todo el año. La mitad del campo español está ya en situación de alerta por sequía y si no llueve pronto, los rendimientos de los cultivos pueden caer entre un 60% y un 80%, según estimaciones de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos. El aumento de temperaturas derivado del cambio climático provocará situaciones de estrés hídrico con mayor frecuencia e intensidad. El agua será un recurso cada vez más escaso y eso nos obliga a extremar la calidad de la gestión, con medidas de ahorro más contundentes y la optimización de los sistemas de riego y almacenamiento. Tras las grandes sequías de los noventa, la red de regadío ha aumentado su eficiencia, pero aún se pierde mucha agua y el ahorro conseguido con la mejora de las instalaciones se ha compensado con nuevas explotaciones de cultivo intensivo. A diferencia de las crisis de los años noventa, ahora disponemos de plantas desaladoras, pero el coste del agua que se obtiene por este procedimiento es mucho más alto, lo que podría repercutir en un aumento del recibo del agua. La mejora de la gestión y el control del uso del agua es la única medida paliativa de la sequía.


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