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La Gran Negación: ¿por qué triunfa el mito de la caída del nivel y la rebaja de exigencia en educación?

En España, se llegó a hablar de la “generación mejor preparada de la historia”, que por cierto tuvo que emigrar a mercados laborales más propicios. En España, la educación secundaria es prácticamente universal y la tasa de matrícula en la educación superior es de las más altas del mundo; no hay país del mundo desarrollado, salvo Corea del Sur, que haya traducido mejor esa expansión en una mejora de las competencias básicas de su ciudadanía. En la prueba PISA, España se mantiene en niveles semejantes a los de principios de siglo, aunque se ha incorporado a la prueba un 15% del alumnado, que entonces no participaba (inmigrantes, alumnos con necesidades educativas especiales, entre otros), mientras otros países de nuestro entorno caen. Muchos de nuestros graduados continúan estudios en las universidades extranjeras más prestigiosas y es cada vez más frecuente encontrar investigadores españoles en los mejores centros de todo el mundo. El profesorado español goza de una buena imagen y respeto social según las encuestas de valoración de profesiones, y el sentimiento de apego a la escuela entre los estudiantes es alto hasta bien avanzada su escolaridad.

Sin embargo, todo lo anterior parece contar poco en cómo se construyen la opinión y percepción públicas sobre el estado de la educación. Ni siquiera las altísimas expectativas puestas en la educación por la sociedad española influyen en la visión aparentemente dominante sobre nuestro sistema educativo. El relato hegemónico en las redes y en la opinión pública se resume en que la “calidad baja año tras año”, “los estudiantes son cada vez más ignorantes”, los “títulos y diplomas se malbaratan” o “se regalan”, y “la escuela renuncia a enseñar los conocimientos que son de verdad importantes”. El resultado no es sino generaciones de estudiantes cada vez “más manipulables”.

¿Qué hay detrás del mito de la caída del nivel en educación?

Guerra generacional o cualquiera tiempo pasado fue mejor. El conservadurismo y su visión de que los que vienen detrás no acaban de ser tan cabales como fueron ellos. Es un fenómeno documentado y desmenuzado en la literatura de todos los tiempos, y sin duda crea una suerte caldo de cultivo para su desarrollo en cualquier contexto nacional. (Sergio Efe: “Toda generación tiene que aguantar a otra que cree que su educación fue mejor”).

Polarización creciente y politización de la educación. Al politizarse, la educación se convierte en arena de lucha electoral, descalificación del adversario y crispación generalizada. El resultado es una percepción de que “todo está mal e irá a peor”. Una parte del profesorado no es inmune a la politización del sector y tiende a contribuir a esta visión catastrofista, en parte como actitud reivindicativa y en parte para justificar cualquier mal resultado (en PISA, por ejemplo).

Guerra corporativa y resentimiento. Según la tesis de la Gran Negación, la LOGSE [ley educativa aprobada en los años noventa] marcó el punto a partir del cual la jeringonza psicopedagógica se instaló en el Ministerio de Educación y perpetró una reforma que “condenó a la ignorancia a toda una generación de españoles”. La extensión de la educación obligatoria hasta los 16 años convirtió a la educación secundaria en básica, con la consecuencia de mayores tasas de matrícula también en el período 16-18. El profesorado de secundaria, entonces con un autoconcepto profesional próximo al de la universidad, tomó a pedagogos y psicólogos como chivo expiatorio del malestar creado por estos cambios. Además, el nuevo cuerpo de orientadores y psicopedagogos, junto con la socialización de los inspectores en la jerga psicopedagógica, aumentaron la desconfianza y la percepción de que unos recién llegados les imponían cómo debían hacer su trabajo.

Guerra narrativa y la pinza derecha-izquierda. Intelectuales progresistas muy destacados y con gran influencia en medios de comunicación parecen coincidir con otros conservadores en que hay una gran conspiración de políticos, pedagogos y organismos internacionales que ha destruido la educación “a fin de gobernar con mayor facilidad”. Además, desde la izquierda más clásica, son norma los análisis de que la Educación no es más que un filtro de selección de autómatas para alimentar al capitalismo corporativo.

Qui prodest

Es, desde Cicerón, la clave para dar sentido a hechos aparentemente accidentales: ¿a quién beneficia? O, si se prefiere, ¿quiénes ganan? y, por tanto, ¿quiénes pierden? A esta última pregunta se responde fácil: en el medio-largo plazo, perdemos todos. La desconfianza pública creciente en el sistema educativo conduce a menos expectativas sociales, menos inversión, mayor desigualdad de oportunidades de aprender y, en definitiva, a una vía de agua abierta en el Estado del bienestar. Y, aun perdiendo todos, quienes más pierden son los estudiantes y, después, la mayoría del profesorado, que no hace ruido en las redes porque está muy ocupada haciendo bien su trabajo. Pero el mito beneficia a toda una coalición de intereses:

Posiciones e instituciones conservadoras. Este mito de la devaluación educativa permite atribuir a la izquierda la decadencia de la educación como algo que, además, persigue deliberadamente. El mito también autoriza poner en cuestión la calidad de la educación pública y, con ello, justificar reducciones del gasto o la transferencia de recursos públicos al sector privado. La Gran Negación desmantela la legitimidad del principio de igualdad de oportunidades y da alas a la reducción progresiva del espacio público de socialización que es la escolarización.

Seniors sobre juniors. El mito de la devaluación educativa permite a los mayores mantener un discurso de superioridad cognitiva sobre los más jóvenes y que los méritos relacionados con la experiencia sigan teniendo más reconocimiento que los derivados de la innovación o la creatividad.

Empleadores. Una opinión pública instalada en la creencia de que los graduados son cada vez peores permite a los empleadores quejarse del bajo nivel de los jóvenes a los que contratan y de la inversión que hacen para formarlos. Esto también justifica que los salarios de entrada para recién titulados y para los jóvenes en general sean muy bajos.

Catastrofistas, agoreros, milenaristas y llorones profesionales. Entre la nostalgia de una época dorada de unos y el elitismo inconfeso de otros, surge un narcisismo apocalíptico que tiene la ventaja de quedar exento de responsabilidad sobre las catástrofes que pregona.

¿Es sólo un problema de comunicación?

El mito de la caída del nivel y la rebaja de la exigencia en educación ha capturado el marco mental de los españoles. Como en tantas otras guerras culturales, la cuestión central tiene que ver con el relato, es decir, con la comunicación. Por ejemplo, los memes que circulan al respecto son de una eficacia incalculable en la consolidación de la Gran Negación. Mientras tanto, los datos que la desmontarían de un plumazo no llegan a la opinión pública y, cuando llegan, su formato o el canal de transmisión no tienen la eficacia de uno solo de estos memes. Es cierto que estos se apoyan en un humor hiperbólico y en un canal muy ágil para hacerse virales. No es fácil hacer lo mismo con los datos de PIAAC sobre el progreso en competencias básicas de los adultos o con los del porcentaje de jóvenes que hablan decentemente inglés y saben manejarse con programas informáticos.

La devaluación política y mediática de la educación tiene su origen en el agnosticismo sobre la universalización de la educación. La Gran Negación es en realidad parte integral del actual proceso de recesión democrática. No pretendo sugerir que la universalización de la educación esté alentando la recesión democrática (aunque algunos lo suscribirían). Pero la recesión democrática sí estaría acelerando la debilidad política propia del sector educativo, y ello al hilo de la expansión y la universalización de la educación que siempre se han mirado con recelo o rechazo desde posiciones antidemocráticas. Así, a pesar de que una buena educación para todos es tan posible como deseable, el escepticismo y la resistencia a la universalización de la educación triunfan. ¿Habrá que contestar a los memes con memes?

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