Los discursos políticos, incluidos los del Estado de la Unión, rara vez cambian las cosas. No obstante, pueden ser guías útiles del panorama político. El martes saltaba a la vista que el presidente Biden se sentía peleón. En concreto, no dejó de acribillar a los republicanos con la insinuación de que muchos de ellos representan una amenaza para Medicare y la Seguridad Social, cosa que es verdad.
En la réplica republicana, la gobernadora de Arkansas Sarah Huckabee Sanders sostuvo que Estados Unidos está dividido en dos partidos, uno de los cuales se centra principalmente en los asuntos del día a día que importan a la gente de a pie, mientras que el otro está obsesionado con librar una guerra cultural. Esto también es verdad. Pero Sanders se confundió de partido: los republicanos, y no los demócratas, son los guerreros de la cultura que han perdido el contacto con las preocupaciones del ciudadano normal y corriente.
Hablemos primero de Medicare y la Seguridad Social. Cuando Biden afirmó que “algunos republicanos quieren que Medicare y la Seguridad Social se extingan”, fue recibido con gritos de “¡Mentiroso!”. Sin embargo, el año pasado, el senador de Florida Rick Scott, presidente del Comité Senatorial Nacional Republicano, publicó un “plan para rescatar a Estados Unidos” que incluía explícitamente como una de sus reformas que “toda la legislación federal caducará al cabo de cinco años”. Sí, un programa que caduca se puede renovar. Pero lo que dijo Biden era cierto y, de hecho, ¿hasta qué punto se puede estar seguro de que el actual Partido Republicano votaría a favor de mantener la Seguridad Social y Medicare tal como son ahora?
También está la cuestión de la aritmética. Los republicanos se han comprometido a eliminar el déficit presupuestario en 10 años, y a menos que subamos los impuestos ‒a lo cual ellos se oponen con vehemencia‒, conseguirlo es básicamente imposible sin recortes drásticos en Medicare y la Seguridad Social. Y no olvidemos que ambos son programas para personas mayores, unos programas fundamentales para la planificación financiera a largo plazo de los estadounidenses y la base sobre la cual descansan las esperanzas de la mayoría de la gente de tener una jubilación decente y digna. Ponerlos en el cadalso cada cinco años, aunque solo fuera como una posibilidad, generaría una enorme inquietud. De ahí la reacción histérica del Partido Republicano a las afirmaciones de Biden. Sin embargo, esas afirmaciones eran totalmente ciertas.
Pero hablemos ahora de la respuesta de Sanders al presidente, que fue aún más reveladora. El discurso de la gobernadora consistió en una diatriba contra la preocupación por la desigualdad y la discriminación social, o wokeness. Esta ha sido la tónica general de los republicanos en estos días y exactamente lo que cabría esperar en, pongamos por caso, una intervención en la Conferencia de Acción Política Conservadora. Pero esto no era una alocución dirigida a un grupo de conservadores; se suponía que debía dirigirse al país en su conjunto y rebatir al presidente de Estados Unidos.
De modo que, como señala Greg Sargent, de The Washington Post, llamó la atención que Sanders hablara gran parte del tiempo en la jerga de los entendidos de derechas. La republicana se jactó de haber eliminado la TCR de su estado, sin explicar siquiera las siglas. ¿Cuántos estadounidenses saben que significan “teoría crítica de la raza”, por no hablar de por qué se supone que eso es tan malo?
A propósito, los grupos de sondeo indican que la mayoría de la gente no sabe qué quiere decir wokeness ni por qué debería tenerle miedo.
Pero esperen, que es todavía peor. La oradora pareció decir (aunque su sintaxis era un poco embrollada) que la política woke era la responsable de “los altos precios de la gasolina” y de las “estanterías vacías de los supermercados”. Entonces, lo primero de todo, ¿cómo funciona eso? ¿Cómo provocó la teoría crítica de la raza un encarecimiento global del crudo que hizo que subieran los precios en las gasolineras de todo el mundo? ¿Cómo estranguló las cadenas de suministro y causó una escasez mundial de contenedores?
En segundo lugar, una política que de verdad estuviera en contacto con las preocupaciones de la gente real sabría que los ejemplos que utilizó para ilustrar los fracasos de la política de Biden ya han superado con creces la fecha de caducidad. En efecto, el precio de la gasolina subió durante un tiempo hasta costar alrededor de 1,3 dólares el litro en verano, pero desde entonces ha experimentado un descenso drástico.
Actualmente, mi indicador preferido de la asequibilidad del combustible ‒el precio de un litro de gasolina como porcentaje de los ingresos semanales del trabajador medio‒ es más o menos igual al promedio para 2018-2019. No recuerdo a los republicanos aullando por los precios de la gasolina en ese momento.
Y la queja sobre las estanterías vacías está todavía más desfasada. Hace un año reinaba el caos en las cadenas de suministro, pero desde entonces la presión se ha relajado en gran medida, y aunque algunos artículos siguen faltando ‒la gripe aviar ha contribuido a la escasez de huevos, si bien los precios probablemente estén bajando‒, las quejas por los estantes vacíos en los supermercados ya huelen a rancio.
Pongámoslo así: la versión de Sanders de los problemas a los que se enfrentan los estadounidenses de a pie no parece basarse en ninguna experiencia directa de la vida de la gente, sino en los reportajes de Fox News, que exageran lo malo con el Gobierno de Biden y no hacen ninguna mención de cuándo las cosas vuelven a mejorar.
En aras de la claridad, hay guerreros culturales en la izquierda, y algunos pueden ser molestos incluso para quienes tienen una mentalidad social liberal. Pero pocos disponen de un poder significativo, y desde luego no gobiernan el Partido Demócrata, que no está confinado en un universo mental cerrado, impenetrable a los hechos que no le convienen, y cuyos moradores se comunican utilizando palabras de moda que nadie más reconoce. Los republicanos, en cambio, sí viven en ese universo, y lo que Sanders nos demostró fue que no pueden salir de él, ni siquiera cuando deberían tener importantes incentivos políticos para parecer personas normales y fingir que se preocupan por los estadounidenses corrientes.
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