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Mantener el alto el fuego es el objetivo, modesto pero imprescindible. Habrá que contar con las inevitables provocaciones, en Cisjordania por parte de los colonos, y en Israel con los enfrentamientos entre extremistas de ambos bordos. La proeza será que dure y permita la reconstrucción de Gaza. Solo eso, que es muy poco, es el primer éxito de la diplomacia de Joe Biden.
La guerra ha durado 11 días, pero pudo durar muchos más y dejar todavía más muertos y heridos como sucedió en anteriores contiendas. La nueva Casa Blanca desplegó sus mejores habilidades para conseguir que las armas callaran sin que Benjamin Netanyahu pudiera hacerse el ofendido y rechazara la conminación. Reconoció el derecho de Israel a defenderse, un principio soberano que no es de fácil comprensión en las filas progresistas. Inició a la vez una sutil escalada verbal, primero pidiendo el alto el fuego sin fecha determinada, y luego indicando la conveniencia de disminuir el nivel de las hostilidades. Se evitó la ofensiva terrestre, la acción que más destrozos y víctimas hubiera producido. El presidente habló en seis ocasiones con Netanyahu, hasta convencerle de que la continuación de los combates nada resolvería. Nunca le exigió en público el cese inmediato de las hostilidades.
Muchos son los datos inquietantes que ofrece el paisaje después de la batalla. El que más, el enfrentamiento civil, propiamente étnico, entre palestinos y judíos en territorio israelí. Demuestra la conexión entre todos los palestinos y la imposibilidad de encapsular en Gaza el conflicto. Constituye un estímulo para el reencuentro entre Hamás y la Autoridad Palestina. En Gaza se ha desarrollado una eficiente industria bélica autónoma, que utiliza materiales de doble uso y sin necesidad de auxilio iraní para fabricar los misiles. El eclipse o la irrelevancia de la causa palestina no se ha producido. Hamás, a pesar de sus pérdidas militares, ha salido políticamente reforzada. También la Autoridad Palestina, de nuevo distinguida como interlocutor por Estados Unidos y la más probable gestora de la ayuda para la reconstrucción. Netanyahu quiere ir a las urnas otra vez, la quinta en dos años, sabedor del beneficio que sacará de una guerra de la que se declara vencedor. Ganar elecciones y tiempo es su única estrategia. Así es como siguen creciendo las colonias en Cisjordania y Jerusalén Este, con la bala en la recámara de regresar al ciclo de la guerra cada cuatro o cinco años. Nadie sabe qué sucede después ni hacia dónde va Israel. Los palestinos seguirán allí. La paz a través de los dos Estados era la única estrategia, pero el programa de Netanyahu consistía en destruirla. No lo ha conseguido. Por improbable que sea, la paz ha regresado al orden del día, gracias al principio exhibido por la Casa Blanca: hay que garantizar los derechos y el bienestar de todos, israelíes y palestinos.
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