Un empleado de la estación de gas de Volovets, al oeste de Ucrania, en una fotografía de archivo.Pavlo Palamarchuk (AP)
Los años veinte del pasado siglo trajeron una década de paz y esperanza tras una pandemia de gripe que dejó millones de muertos. Los años veinte del siglo XXI han unido enfermedad y guerra sin paréntesis festivo de por medio. Mascarillas y bombas. Como un coche al que se le pinchara una segunda rueda cuando todavía circula con la primera agujereada. El vocabulario económico tiene sus propios términos de moda, todos hijos de su tiempo: en la Gran Recesión las hipotecas subprime estaban por todas partes; en la crisis de deuda, la prima de riesgo era el termómetro que avisaba de la calentura; y en el año del estallido vírico la palabra restricciones fue sinónimo de parón de la actividad. En 2022 debía pronunciarse mucho, y en todos los idiomas, recuperación. Pero en su lugar gana espacio en la conversación un vocablo maldito, híbrido de otros dos: estanflación, combinación de estancamiento e inflación, acuñado en los años setenta para definir un cuadro de escaso o nulo crecimiento acompañado de un incremento de los precios. Una pesadilla de doce letras.
El río suena, pero aún es pronto para saber si lleva agua. Un día después de la invasión rusa, la Comisión Europea calculó el golpe al crecimiento en un 1% y un incremento de la inflación de un punto en el peor de los escenarios. Eso todavía dejaría margen para crecer de manera robusta, dado que las previsiones de Bruselas cifraban en el 4% el avance del PIB en la zona euro antes de la guerra. El economista jefe del Banco Central Europeo (BCE), Philip Lane, dijo la semana pasada que el impacto será aún menor, de tres o cuatro décimas, aunque sí augura subidas de precios más sostenidas.
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En la ecuación, por tanto, existe consenso sobre una mayor duración de subidas de precios muy dañinas para el poder adquisitivo de los consumidores, imparables en pleno bum del gas y el petróleo. Este último ha superado umbrales impensables hace no tanto, por encima de los 130 dólares el barril este lunes. Mucho más divididas parecen las posturas acerca de un crecimiento estancado. El gobernador del Banco de Portugal, Mario Centeno, está entre los más pesimistas. “Hay escenarios de estanflación frente a nosotros”, aseguró este miércoles en un evento en Lisboa. “Obviamente, dependerá de la duración del conflicto y de la respuesta más o menos concertada (en política fiscal) de los europeos”, matizó. En una tercera vía, la de la cautela, se mueven Olli Rehn, su homólogo del Banco de Finlandia, y la presidenta del BCE, Christine Lagarde, quienes creen que es demasiado pronto para evaluar el impacto del conflicto en la economía europea.
Hasta ahora, la inflación estaba alimentada básicamente por los altos precios de la energía, el alza de otras materias primas, sobre todo agrícolas, y la crisis global de suministros derivada de la carencia de chips y los problemas de las navieras para entregar mercancías en un entorno de alta demanda, colapso de los puertos, fábricas afectadas por contagios y falta de camioneros y trabajadores portuarios.
La guerra ha exacerbado esa tendencia. Precios de la energía aún más altos debido a que Rusia es uno de los grandes productores de gas y petróleo. Precios del trigo en máximos de 14 años porque Rusia y Ucrania están entre los mayores exportadores mundiales y son algo así como el granero de Europa. Fuertes aumentos del maíz y otros cereales, también de metales como el aluminio y el níquel.
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Roland Gillet, profesor de Economía Financiera en la Universidad Libre de Bruselas y la Sorbona de París explica que esos encarecimientos tendrán consecuencias sobre el crecimiento. “El dinero que los consumidores utilizan para pagar las facturas de electricidad y sus desplazamientos en coche es dinero que no se utiliza para ir al restaurante o consumir otras cosas. Y sobre todo, es dinero que no se queda en Europa, dado que se marcha a los países exportadores de energía. Eso contribuye a la ralentización económica”, advierte.
El economista percibe otro factor negativo: la llamada moral del consumidor. Con una guerra a las puertas de Europa, pueden decidir ser más conservadores en el gasto que por ejemplo en Estados Unidos, donde debido a la distancia ese efecto es menor. También será distinto el impacto directo: mientras Europa tiene grandes compañías instaladas en Rusia, sobre todo francesas, (Francia es el primer empleador extranjero en el país con 160.000 trabajadores), la exposición de las firmas estadounidenses es mucho más reducida. Gillet estima que esa suma de circunstancias ralentizará el crecimiento, pero sin llegar a la estanflación. “No creo que por el momento estemos en un escenario de crecimiento cercano a cero. Todavía hay mucho ahorro embalsado que no se utilizó debido al virus y va a ir a parar al consumo”.
Los mercados tampoco lo creen del todo: las Bolsas europea y estadounidense han caído con fuerza, y los nervios han extremado la volatilidad, pero las bajadas, pese a su intensidad, no son todavía lo suficientemente dramáticas como para descontar un descenso a los infiernos de la estanflación. Salvo en Rusia, cuya economía, asolada por las sanciones, el hundimiento del rublo y la desbandada de empresas, será la más perjudicada con diferencia.
Una de las claves, según Gillet, será el tiempo que se prolongue la contienda. “Si dura uno, dos o tres meses será ya demasiado claro, pero tendría un efecto marginal sobre lo que habremos gastado en energía. En cambio, si dura mucho más todo puede agravarse, pero creo que no estamos en ese escenario todavía”.
“Cada escalada nos acerca a la estanflación, pero estamos lejos”
Otros analistas coinciden en lo básico del diagnóstico. Philippe Waechter, jefe de Investigación económica en Ostrum AM cree que la guerra “añadirá presión al entorno inflacionario e impondrá un impuesto al crecimiento mundial”, pero todavía prevé avances del PIB sólidos para 2022 en la zona euro, de entre el 3% y el 3,5%. Espera, eso sí, un encarecimiento de la cesta de la compra en el lado de la alimentación, debido a las subidas del trigo, el maíz, la cebada y el girasol —Ucrania es el principal productor mundial de semillas, harinas y aceites de girasol—.
Ángel Talavera, economista jefe para Europa de Oxford Economics, ve el conflicto “tremendamente estanflacionario”, porque hace subir la inflación y afecta negativamente al crecimiento, pero puntualiza: “con las perspectivas actuales de crecimiento en España, con un PIB aún aumentando sobre el 5% este año, estamos lejos de estar en estanflación propiamente dicha. Creo que la distinción entre estas dos cosas es importante, pero con cada escalada del conflicto es obvio que nos movemos un poco más cerca de que esto se convierta en realidad”.
El economista y exsecretario del Tesoro italiano, Lorenzo Codogno, explica que antes del conflicto en Ucrania el PIB avanzaba por encima de su potencial y proyectaba seguir así los siguientes dos o tres años gracias a la inyección de fondos europeos en marcha. Y que el precio de la energía debía desinflarse a lo largo del año. Esas expectativas, sin embargo, han quedado obsoletas. “Se ha vuelto mucho más probable que las tensiones sobre los precios del petróleo y el gas continúen por más tiempo, con riesgos de racionamiento que serían particularmente dañinos para la economía. Es probable que esto reduzca al menos entre 0,5 y 1 punto porcentual el PIB de la zona euro este año”, sostiene.
El tsunami bélico ha golpeado una recuperación que en casos como el de España es todavía incompleta, con el PIB sin alcanzar los niveles previos a la pandemia y la inflación en el 7,4%, niveles no vistos desde 1989. Ante la escalada de los precios, una subida de tipos por parte de los bancos centrales demasiado rápida, que encareciera los costes de financiación y debilitara el crecimiento, figuraba a la cabeza de los temores. En tiempos de guerra y provocaciones nucleares, el número de amenazas se vuelve casi inabarcable.
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