Era cuestión de tiempo que revivieran los negocios de Hunter Biden en Ucrania. Ha sido gracias a una información del diario The New York Times, que revelaba que el hijo del presidente de Estados Unidos, el único vivo de los tres de su primer matrimonio, saldó a finales de 2020 las deudas fiscales de, se calcula, más de un millón de dólares por las que aún tiene una causa pendiente, como parte de una investigación de mayor calado sobre sus negocios en Asia y en Europa, pero sobre todo, en Ucrania, mientras su padre era vicepresidente. Haber limpiado su expediente con el fisco no implica necesariamente que logre sortear la persecución por esas irregularidades, pero sí que ese gesto inclina la balanza de la simpatía de los jueces del lado de la absolución, según el rotativo neoyorquino.
Los impuestos son, con todo, el menor de los problemas de Hunter Biden, abogado de 52 años formado en la exclusiva universidad de Yale, cuya vida, según relató en sus memorias, publicadas en 2021, se despeñó por los barrancos del alcoholismo y la drogadicción tras la muerte en 2015 de su hermano mayor, Beau, de un tumor cerebral. Hunter, que perdió a su madre y a su hermana en un accidente de coche en el que él también viajaba en 1972, protagonizó uno de los escándalos de la campaña que llevó a su padre a la Casa Blanca, por su vinculación laboral con una empresa energética ucrania, de nombre Burisma, que llegó a pagarle 50.000 dólares mensuales. Formó parte de su junta directiva durante cinco años, y aceptó el puesto en 2014, cuando su padre era el número dos de Barack Obama.
Fue con la Administración de Obama cuando comenzó una investigación fiscal que en 2018 se convirtió en penal para dilucidar si cometió crímenes como fraude de impuestos o lavado de dinero o si ejerció lobby en Washington para una firma extranjera de un modo ilícito. De momento, sigue sin haber sido acusado de ningún delito. Su comportamiento de aquellos años está en el origen del primer impeachment (proceso de destitución) de Donald Trump en 2019. Aquel juicio político, del que este salió indemne, trató de dilucidar si el magnate y varios altos cargos de su Gobierno presionaron a dirigentes ucranios (sobre todo al presidente, un entonces desconocido para el público estadounidense Volodímir Zelenski) para que investigaran las actividades de Hunter Biden. Esos trapos sucios convenían a Trump para desacreditar a uno de los más serios oponentes demócratas de la campaña de 2020, que acabó echándolo de la Casa Blanca.
En octubre, pocas semanas antes de la cita electoral, el culebrón recibió la visita de un personaje inesperado: un portátil Mac Book Pro que Hunter Biden, que ahora se ha pasado al mundo del arte, nunca recogió de una tienda de reparación de ordenadores en Wilmington, la ciudad del pequeño Estado de Delaware que su familia llama “hogar” y a la que el presidente se escapa siempre que puede. En la computadora, de cuyo disco duro hizo una copia el dueño del establecimiento y entregó al entorno de Trump cuando cayó en que era de quien era, había 103.000 mensajes de texto, 154.000 correos electrónicos, en los que se refería a su padre como “the big guy” (el tipo importante), cuya invocación le abría puertas, y más de dos mil fotografías, entre ellas, una cantidad indeterminada de contenido sexual.
La existencia de la computadora la desveló a toda plana The New York Post. El tabloide obtuvo el material de Rudy Gulianni, exalcalde de Nueva York y abogado de Trump (y uno de esos colaboradores que supuestamente presionaron a Ucrania). Entonces, The New York Times retomó la noticia para airear que algunos de los redactores implicados en la exclusiva habían decidido retirar su firma por motivos deontológicos, pero no fue más allá en las pesquisas.
El jueves publicaron una pieza que arrancaba con la regularización fiscal de Hunter Biden, contaba que la investigación del gran jurado federal de Delaware continúa (sin dar frutos) y contenía este párrafo (el número 24): “Personas familiarizadas con la investigación dijeron que los fiscales habían examinado correos electrónicos entre Biden, [uno de sus socios, Devon] Archer y algunos destinatarios más sobre Burisma y otras actividades comerciales extranjeras. Esos correos electrónicos fueron obtenidos por The New York Times de un caché de archivos que parece provenir de un portátil abandonado por Biden en un taller de Delaware”. Biden senior atribuyó esas informaciones entonces “a una campaña de desinformación” orquestada por los rusos.
El tema, resucitado, aterrizó el jueves pasado en la comparecencia diaria de Jen Psaki. La portavoz de Biden, que suele comportarse como una templada domadora del circo de egos y envidias de los corresponsales estadounidenses en la Casa Blanca, respondió con cajas destempladas a la pregunta sobre el ordenador de Hunter Biden. “No es un miembro del Gobierno estadounidense”, dijo. El viernes se lo volvieron a preguntar, y se enzarzó con un periodista del New York Post. “No es un miembro del Gobierno estadounidense·, repitió. Pero, mucho se teme Psaki, sí lo es de la familia del presidente.
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