Iker Jiménez lleva años investigando los enigmas más misteriosos de la historia, pero jamás se ha enfrentado a la Gran Pregunta de estas semanas: casal de verano ¿sí o no?
Los responsables de los casales –campamentos urbanos en Cataluña– afirman que seguirán todas las normas de sanidad recomendadas: mascarilla, distancia, higiene, medición de temperatura, vigilancia constante, cada niño con su propia comida… O sea, sobre el papel todo saldrá bien. Si lo dicen por interés económico, porque si cierran se arruinan, o por interés en la felicidad de los niños, que realmente se lo pasan bien jugando con otros y quemando energías, eso no lo podemos saber. Pero me gustaría pensar que, con los gastos extra en seguridad y el riesgo de marrones que les sobrevuelan, quienes se atreven a montar un casal lo hacen movidos más por el corazón que por el bolsillo.
Por otra parte, los padres prudentes-desconfiados-realistas-hipocondríacos sabemos que a mayor contacto, sobre todo con desconocidos, mayor posibilidad de contagio. Y lo que más nos preocupa es la salud de nuestra prole. Pero también su felicidad.
Y luego de tertulianos en la mesa tenemos a los médicos alarmistas, los médicos supuestamente comprados que tranquilizan, los que necesitan trabajar “como antes” o recuperar un amago de rutina, y otros, como se sinceraba la gran periodista Olga Pereda, que simplemente quieren perder de vista a los niños un ratito, porque llevamos unos meses más intensos que OT y Gran Hermano juntos.
Ante tantas opiniones y variables, ¿cuál es la opción correcta?
¿Los apuntamos solo una semana esperando que no pillen nada? ¿Aguantamos dos meses más como compañeros repetidores de nuestros críos sin separarnos ni un momento? ¿Nos quejamos de la conciliación y se los endosamos a los abuelos esperando que no se contagien? ¿Nos agobiamos esperando unas vacaciones en agosto que igual se cancelan porque es temporada de rebrote? ¿Guardamos a los niños en su habitación hasta que Amazon nos traiga la vacuna a casa?
No todos tenemos el típico pueblo idílico que te lo soluciona todo y este dilema lo volveremos a sufrir en septiembre cuando abran los colegios.
Además, algunos no pueden permitirse dilemas: no todas las familias viven en plan Flanders donde todo es amor, juegos reunidos y habitaciones de sobra. Muchos casales cuentan con becas para que criaturas de cualquier nivel económico disfruten de vacaciones con otros niños.
Cualquier infección provoca el cierre del Casal y te resetea los planes, pero es que a la que salen de casa, los niños siempre pueden hacerse daño o pillar cualquier cosa, que ya pasaba antes del coronavirus. De hecho, ahora puedes conseguir el combo de sufrir por apuntar a tu hijo al casal y encima que se te ponga enfermo y volver a cuidarlo en casa pero pagando las actividades.
En cualquier caso, ánimos a los monitores y a las familias.
Elijáis lo que elijarais estad felices con vuestra decisión, porque tampoco sabéis qué habría pasado haciendo lo contrario.
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