La Infinita, la verdadera hospitalidad está en Cabuérniga

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Puntuación: 7
Arquitectura 7
Decoración 5
Mantenimiento 8
Confortabilidad 5
Aseos 5
Ambiente 7
Desayuno 7
Atención 10
Tranquilidad 9
Instalaciones 5

Hay otra Carmona histórica y artística que ni está amurallada ni tiene parador de turismo como la sevillana. Eso sí, en sus balcones no pasa el tiempo y, por temporadas, sí paran los viajeros que buscan aposentarse en una de las poblaciones más bonitas del valle cántabro de Cabuérniga. Si, además del monumentalismo pétreo y la teja árabe que configura su paisaje, lo que se pretende es ganar amistades locales, nada mejor que pasar noche en la posada que regentan Fernando de Otto y Lucía Casanueva, a unos pasos más allá del palacio de los Díaz Cossío, primer parador que hubo en la localidad antes de que esta pareja abandonara su estrés ejecutivo en la ciudad.

La Infinita expresa la dimensión de una hospitalidad que no requiere más rituales que los de una buena conversación. Ambos provienen de horizontes mesetarios, donde el buen vivir es un gesto sencillo y apenas una palabra llana. Como lo es el interiorismo perpetrado por ellos mismos desde la vacuidad del análisis de riesgos financieros y el marketing comunicacional, sus anteriores profesiones. Un ejercicio decorativo más hogareño que nobiliario, pese a la enjundia otorgada por la sillería del siglo XVIII que configura esta casona montañesa con balconada de madera, aleros anchos, arco de medio punto y tejería de cuadrantes en la fachada. Si no llueve, el retablo se continúa con un par de mesas y unas sillas avanzadas hacia la plaza donde degustar una tabla de quesos cántabros.

Dos dormitorios dobles con salón y otros dos abuhardillados sustancian el alojamiento, aunque Lucía y Fernando se afanan todo lo que pueden en gestionar otros apartamentos diseminados por la villa, su propósito más inmediato. De momento, estas estancias interiores garantizan un apacible sueño gracias a la simplicidad de los muebles y a la vivacidad de sus fotografías y pinturas firmadas por artistas emergentes en el panorama nacional.

Las horas ociosas transcurren igual de bien en el salón con chimenea (leña de roble y haya, para que huela) o en el comedor, un espacio para todo ubicado en la entrada y diseñado para compartir instantes de desayunos, lectura, copeteo y camaradería. Un telescopio de cierta entidad nos permite escudriñar a través del ventanal la inmensidad de la bóveda celeste, un firmamento de estrellas compartido entre los propietarios, los otros huéspedes y las cumbres que baña el río Nansa.

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