La lucha contra el fuego del Ejército español: de los incendios de Turquía a los de Grecia


Desde las montañas Sandras, con picos que se alzan hasta los 2.250 metros de altitud, surge una larga nube blanca que se extiende en línea recta sobre el lago de Köycegiz y el delta de Dalyan hasta difuminarse sobre el mar Mediterráneo, unos veinte kilómetros al sur. Es humo. De repente, un estruendoso brooooooooooommmm llena el aire de Köycegiz y los turistas sacan sus teléfonos móviles para captar cómo un panzudo avión rojo y amarillo se abalanza sobre el lago, carga de agua su vientre metálico, rápidamente vuelve a remontar el vuelo y se pierde entre las cumbres. A los mandos del aparato, uno de los corsarios -así se conoce a estos pilotos- del 43 Grupo de Fuerzas Aéreas del Ejército Español que desde el pasado 2 de agosto trabajan en la extinción de los incendios en Turquía.

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“Fuimos enviados a la zona como respuesta a la petición de ayuda hecha por Turquía a través del mecanismo de protección civil de la Unión Europea, en concreto de la iniciativa RescEU”, explica el teniente coronel Vicente Franco, jefe del grupo. El contingente español desplazado a Turquía lo componen 22 efectivos del 43 Grupo y 5 de la Unidad Militar de Emergencias (UME), dos aviones anfibios CL-415 y un avión de transporte C-295.

“Estamos haciendo unas nueve horas diarias de vuelo y llevamos acumuladas más de 200 descargas de agua”, relata el piloto y capitán Reinaldo Fernández Boyero: “Estamos trabajando en el incendio de Köycegiz, que no está controlado y ahí es dónde se están concentrando los esfuerzos. En días anteriores estuvimos trabajando en la zona de Milas para proteger una central eléctrica que se hallaba en las inmediaciones [del incendio]”.

Es una tarea complicada por la orografía de la región: la cordillera del Tauro, que jalona la costa mediterránea de Turquía, está formada por cadenas de montañas que surgen casi del mar mismo y crean valles abruptos de profundas vaguadas. “Cuando toman el agua en el lago luego tienen que subir 5.000 pies [1.500 metros]. El calor es muy intenso y los aviones están operando al límite”. La temperatura dentro del aparato en acción superan los 50º C, aunque el sistema de refrigeración en cabina permite reducirla hasta 35º C. “Pero se están portando bien”, dice el capitán Fernández Boyero, dando una palmada sobre la chapa del aparato, mientras un mecánico termina de revisarlo y de hacer los últimos ajustes antes de que parta de nuevo hacia las montañas.

Se trata de unos incendios de tamaño descomunal a los que no están acostumbrados. Por ejemplo, el de Köycegiz ha arrasado más de 11.000 hectáreas y el de Milas, 17.000, el doble que los mayores incendios registrados en España en la última década. “Son montañas con una vegetación muy frondosa. Una vegetación que está acostumbrada a un clima y si ese clima cambia y vienen periodos de gran estrés hídrico por la falta de lluvias, entonces se convierte un combustible muy potente”, afirma el comandante Juan Ramón Martínez Borrego: “Y si eso lo combinas con estas altas temperaturas y esta orografía que genera vientos de ladera muy fuertes es muy peligroso”.

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Como si de una premonición se tratase, un par de horas después de decir eso, salta la alarma: justo frente al aeródromo donde están instalados los españoles prende un fuego que, en cuestión de minutos, asciende por entre los pinos hasta la cresta de un monte. Afortunadamente, al estar tan cerca de la base de operaciones, los helicópteros comienzan a descargar agua sobre él y los camiones de bomberos lo atajan en un par de horas.

Además de España, una decena de países han enviado ayuda a Turquía. Se da así la curiosa situación de que países que pelean entre sí en otros lugares -Rusia y Ucrania, Israel e Irán- ahora comparten el mismo cielo y la misma misión. Esto supone otro reto: hay que coordinar varios tipos de aeronaves -aviones cisterna, aviones anfibios, helicópteros de varias categorías, drones manejados por control remoto- cada cual de un modelo diferente, que necesita componentes y repuestos diferentes y que, además, están manejadas por pilotos que hablan lenguas diferentes. La labor recae en el capitán turco, Mahmut Okudan, y su equipo. Instalados en una pequeña sala del aeropuerto de Dalaman, reciben en sus pantallas la señal de cada aeronave e imágenes aéreas de los incendios, y distribuyen las coordenadas con los objetivos que debe acometer cada cual. “Es complicado con tantos modelos diferentes, pero lo importante es utilizarlos de manera efectiva”, sostiene.

“Lo ideal es combinar por capacidades. Los grandes aviones cisterna como los Ilyushin rusos pueden arrojar unos 10.000 litros de agua, pero como son de turbina van muy rápido y tienen que volar más alto por seguridad. Sirven para enfriar áreas más grandes antes de que llegue el incendio o para zonas de orografía más sencillas”, explica el comandante Martínez Borrego: “En cambio, nuestros aparatos tienen menos capacidad, unos 6.000 litros, pero al ser de hélice pueden volar más despacio y adaptarse mejor al terreno. Y al ser anfibios pueden recargar agua en el lago o en el mar sin volver a la base, eso permite que puedan hacer hasta 14 descargas al día. Los helicópteros tienen menos capacidad, pero son lo más quirúrgico porque llenan su cesta [de entre 200 y 5.000 litros] y la echan justo en el punto requerido. Lo importante es aprovechar la movilidad de los medios aéreos para facilitar las cosas al personal terrestre y darle apoyo, porque al final un incendio se apaga en el suelo”.

Los militares españoles desconocen cuánto se prolongará la misión, pero dado que en Turquía ya solo quedan dos frentes activos y que el Gobierno de Atenas ha pedido socorro a la UE, se ha decidido dividir en dos el destacamento y enviar uno de los aviones a Grecia. El capitán Fernández Boyero es uno de los designados para trasladarse al país vecino: “La situación allí es la que más preocupa porque parece que los servicios de emergencia están desbordados”. Sobre su mono de piloto luce el parche con el símbolo de la unidad -un avión en forma de foca- y su lema: “¡Apaga… y vámonos!”. Aunque en este caso signifique irse para seguir apagando incendios en otro lado.




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